Náyades

Las náyades (griego: Νηιαδες o Νηιδες; las que fluyen) son las ninfas de la mitología griega que estaban asociadas con cuerpos de agua dulce tales como ríos, arroyos, lagos, fuentes y manantiales. Recibían diferentes calificativos dependiendo de a qué aguas estuvieran relacionadas: las de los ríos y arroyos eran las Potámides (griego: Ποταμηιδες); las náyades de las fuentes eran las Creneas (griego: Κρηναιαι); las de los manantiales, Pegeas (griego: Πηγαιαι); las que estaban ligadas a un lago se conocían como Limnadas (griego: Λιμναδες); y las que vivían en pantanos y humedales eran las Heleionomas (griego: Ἑλειονομοι). Son hijas de los potamos u Oceánidas, dioses fluviales descendientes del río Océano y la diosa titánide Tetis. Algunas serían descendientes directas de estas divinidades, por lo que también formarían parte de las ninfas Oceánides.

Según los mitos, muchos dioses fueron criados por náyades cuando eran niños. Las ninfas Nisíades cuidaron del pequeño Dioniso cuando Zeus mandó a Hermes que lo ocultara de la ira de su esposa Hera, diosa que a su vez fue criada por las hijas del río Asterión.

Náyade - John William Waterhouse
Las náyades de los ríos y pantanos eran meras asistentas de sus padres, los dioses que personaficaban las aguas que habitaban, y no recibían culto salvo algunas pocas que tenían dominio sobre su propio riachuelo. De estas ninfas potámides podríamos destacar a las Aqueloidas, hijas del río Aqueloo, de las cuales, tres de ellas fueron convertidas en las sirenas. También podían asistir a otras divinidades, como las veinte Amnisíades, hijas del río Amnisos, ubicado en Creta, que formaban parte del séquito virginal de la diosa Artemisa. Otra náyade de gran fama sería Palas, hija del lago Tritón, que se crió junto a la diosa Atenea. Ambas entrenaban juntas hasta que la hija de Zeus mató a Palas por accidente en uno de sus combates. Para honrarla, la diosa adoptó su nombre, pasando a llamarse Palas Atenea, y talló en madera un Paladio, una pequeña estatua con su figura para recordarla.

Estas ninfas podían tener un lado más oscuro y peligroso, ya que hay relatos en los que han secuestrado a los jóvenes de los que se han enamorado. Esto le pasó al bello Hilas, uno de los miembros de los argonautas y amante de Heracles, cuando se separó del grupo de héroes en busca de agua. Cuando se acercó a un manantial, las ninfas que vivían en él se enamoraron de Hilas y lo llevaron consigo hasta el fondo del agua. Ante la desaparición del muchacho, Heracles abandonó la expedición de los argonautas para buscar dolido a su amado. Una suerte similar corrió Hermafrodito, hijo de los dioses Hermes y Afrodita, que solía bañarse en la fuente de Salmacis. La náyade confesó su amor al muchacho, pero éste siempre rechazaba sus insinuaciones. Un día, mientras Hermafrodito se bañaba sus aguas, Salmacis se abrazó a él y rogó a los dioses que nunca se separaran. Su deseo se cumplió y se unieron en un cuerpo que contaba con atributos tanto de hombre como de mujer. Hermafrodito, por su parte, suplicó a sus padres un último favor; maldijo las aguas de Salmacis y, desde aquel momento, todo hombre que se bañara en ellas perdía la virilidad.

Otras náyades sufrieron el destino contrario y se vieron víctimas de amores no deseados. Siringa, la náyade del río Ladón en Arcadia, fue pretendida por el horrible dios Pan, mitad hombre y mitad cabra; para escapar de sus lujuriosas intenciones, acabó convirtiéndose en unos juncos a la orilla del río. Pan, para honrar a su amada y tenerla siempre cerca, cortó estos juncos y se fabricó una flauta que pasó a llamarse como la ninfa. El río Alfeo persiguió incansable del mismo modo a la ninfa Aretusa, que huyó de él desde el Peloponeso hasta la isla Ortigia. Ya cansada y a punto de ser apresada por el dios, pidió auxilio a la diosa Artemisa para proteger su castidad, así que la diosa la ocultó en una espesa neblina y la convirtió en una fuente. Alfeo reconoció a la ninfa aún bajo esta forma y, transformado en río, unió sus aguas con las de ella a través de canales subterráneos.

Hilas y las ninfas - John William Waterhouse

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