Cailleach Bheur (gaélico escocés: anciana afilada) es una decrépita bruja de cara azulada que representa al invierno en Escocia. Posiblemente se tratase de una antigua deidad relacionada con la meteorología de los antiguos britones anteriores a los celtas. Al parecer, su culto estaba muy extendido, pues se encuentran reminiscencias suyas en otros lugares y brujas como Black Annis, en Leicestershire, Gentle Annie, de Cromarty Firth, Gyre-Carline, en las Tierras bajas de Escocia, Cally Berry en Úlster o la Caillagh ny Groamagh de la Isla de Man.
En el antiguo calendario celta había dos soles: el «gran sol», que brillaba desde Beltane (el 1 de mayo) hasta Halloween, y «el pequeño sol», que lucía desde el día de todos los santos hasta la víspera de Beltane. La Cailleach Bheur renacía cada día de Todos los Santos y vagabundeaba golpeando la tierra para llamar a la nieve y detener el crecimiento de las plantas. En la víspera de mayo, arrojaba su bastón debajo de un acebo o un tojo, plantas que tenía consagradas, y se convertía en una piedra gris. En otras versiones no se convertía en piedra al final del invierno, sino que se convertía en una hermosa doncella. Estaba al cuidado de los animales salvajes, como cabras montesas, jabalíes o lobos, pero tenía especial predilección por los ciervos, que formaban su ganado.
En Wonder tales from Scottish myth and legend, de Donald Alexander Mackenzie, aparece este personaje con el nombre de Beira, la reina del invierno, de gran tamaño y muy anciana. Según este relato, era la madre de todos los dioses de Escocia y todos le temían. Durante el invierno nadie se atrevía a disputar su poder, pero cuando llegaba la primavera sus subditos se rebelaban para esperar la llegada de Angus, rey del verano, y Bride, su bella esposa, a los cuales adoraban por traer luz y prosperidad a la tierra. Esto enfurecía tanto a Beira que intentaba alargar su invierno provocando las tormentas de primavera y heladas tardías para matar las primeras flores y hierbas que crecieran.
Según este relato, Beira no conocía la muerte porque cada año, al comienzo de la primavera, bebía de un pozo mágico que se encontrava en la Isla Verde del Oeste, una isla flotante donde siempre era verano. A veces aparecía frente a las costas occidentales de Irlanda, mientras que en otras ocasiones se podía avistar cerca de las Hébridas. Ningún humano ha llegado hasta ella, ya que sólo la reina del invierno podía averiguar su localización. Tan pronto como probaba esa agua comenzaba a rejuvenecer, luego regresaba a Escocia y caía en un mágico sueño. Cuando despertaba bajo los brillantes rayos del sol, lo hacía como una hermosa doncella de largos cabellos dorados, mejillas sonrosadas y ojos azules, dedicando su tiempo a rondar por Escocia vestida con una túnica verde y adornada con una corona de flores. Cada mes que pasaba envejecía rápidamente: a mitad del verano alcanzaba la adultez, en el otoño comenzaba a arrugarse y desaparecía su belleza y cuando regresaba el invierno volvía a ser una bruja decrépita.
Una vez un hechicero le preguntó por su edad, pero Beira le contestó que habían pasado muchísimos años desde que dejó de llevar la cuenta. Lo único que pudo decirle es que cuando era joven vio tierra firme donde ahora hay mares y lagos. Le puso como ejemplo la roca de Skerryvore en medio del mar, donde ahora reposan las focas, que antaño vio como una montaña rodeada de campos. Era creencia que la geografía de Escocia fue modelada por Beira desbordando ríos, creando cañadas y construyendo colinas. Algunos de estos casos fueron por accidente. En la montaña Ben Cruacha, localizada en Argyll, había un pozo del que Biera sacaba agua a diario. Cada mañana, al amanecer, quitaba la losa que lo cubría y, al atardecer, volvía a colocarla sobre el pozo. Una noche se olvidó de taparlo y, al alterarse el orden natural de las cosas, cuando amaneció, el agua del pozo crecío sin control y fluyó por la ladera de la montaña como un mar tempestuoso. Fue así como nació el loch Awe.
Algo similar ocurrió con un pozo de Inverness-shire, pero esta vez la culpable fue una criada de Beira. Esta joven se llamaba Nessa y tenía por encargo tapar el pozo a la puesta de sol. Una noche se olvidó de ello y cuando acudió a la mañana siguiente se vio perseguida por un torrente salvaje de agua que manaba del pozo. Beira lo vio todo apostada sobre la cima de Ben Nevis, desde donde castigó a su criada convirtiéndola en un río. Desde entonces, el lago que se formó y el río llevan el nombre de Ness. Fue durante esta época arcaica cuando Beira también se dedicó a crear colinas y montañas para que sirvieran de hogar a sus hijos gigantes. Para esto cargaba sobre sus hombros enormes rocas y tierra. A veces, cuando saltaba de colina en colina, alguna de sus rocas se caían sobre los lagos y pasaban a convertirse en islas.
En el antiguo calendario celta había dos soles: el «gran sol», que brillaba desde Beltane (el 1 de mayo) hasta Halloween, y «el pequeño sol», que lucía desde el día de todos los santos hasta la víspera de Beltane. La Cailleach Bheur renacía cada día de Todos los Santos y vagabundeaba golpeando la tierra para llamar a la nieve y detener el crecimiento de las plantas. En la víspera de mayo, arrojaba su bastón debajo de un acebo o un tojo, plantas que tenía consagradas, y se convertía en una piedra gris. En otras versiones no se convertía en piedra al final del invierno, sino que se convertía en una hermosa doncella. Estaba al cuidado de los animales salvajes, como cabras montesas, jabalíes o lobos, pero tenía especial predilección por los ciervos, que formaban su ganado.
En Wonder tales from Scottish myth and legend, de Donald Alexander Mackenzie, aparece este personaje con el nombre de Beira, la reina del invierno, de gran tamaño y muy anciana. Según este relato, era la madre de todos los dioses de Escocia y todos le temían. Durante el invierno nadie se atrevía a disputar su poder, pero cuando llegaba la primavera sus subditos se rebelaban para esperar la llegada de Angus, rey del verano, y Bride, su bella esposa, a los cuales adoraban por traer luz y prosperidad a la tierra. Esto enfurecía tanto a Beira que intentaba alargar su invierno provocando las tormentas de primavera y heladas tardías para matar las primeras flores y hierbas que crecieran.
Según este relato, Beira no conocía la muerte porque cada año, al comienzo de la primavera, bebía de un pozo mágico que se encontrava en la Isla Verde del Oeste, una isla flotante donde siempre era verano. A veces aparecía frente a las costas occidentales de Irlanda, mientras que en otras ocasiones se podía avistar cerca de las Hébridas. Ningún humano ha llegado hasta ella, ya que sólo la reina del invierno podía averiguar su localización. Tan pronto como probaba esa agua comenzaba a rejuvenecer, luego regresaba a Escocia y caía en un mágico sueño. Cuando despertaba bajo los brillantes rayos del sol, lo hacía como una hermosa doncella de largos cabellos dorados, mejillas sonrosadas y ojos azules, dedicando su tiempo a rondar por Escocia vestida con una túnica verde y adornada con una corona de flores. Cada mes que pasaba envejecía rápidamente: a mitad del verano alcanzaba la adultez, en el otoño comenzaba a arrugarse y desaparecía su belleza y cuando regresaba el invierno volvía a ser una bruja decrépita.
Una vez un hechicero le preguntó por su edad, pero Beira le contestó que habían pasado muchísimos años desde que dejó de llevar la cuenta. Lo único que pudo decirle es que cuando era joven vio tierra firme donde ahora hay mares y lagos. Le puso como ejemplo la roca de Skerryvore en medio del mar, donde ahora reposan las focas, que antaño vio como una montaña rodeada de campos. Era creencia que la geografía de Escocia fue modelada por Beira desbordando ríos, creando cañadas y construyendo colinas. Algunos de estos casos fueron por accidente. En la montaña Ben Cruacha, localizada en Argyll, había un pozo del que Biera sacaba agua a diario. Cada mañana, al amanecer, quitaba la losa que lo cubría y, al atardecer, volvía a colocarla sobre el pozo. Una noche se olvidó de taparlo y, al alterarse el orden natural de las cosas, cuando amaneció, el agua del pozo crecío sin control y fluyó por la ladera de la montaña como un mar tempestuoso. Fue así como nació el loch Awe.
Algo similar ocurrió con un pozo de Inverness-shire, pero esta vez la culpable fue una criada de Beira. Esta joven se llamaba Nessa y tenía por encargo tapar el pozo a la puesta de sol. Una noche se olvidó de ello y cuando acudió a la mañana siguiente se vio perseguida por un torrente salvaje de agua que manaba del pozo. Beira lo vio todo apostada sobre la cima de Ben Nevis, desde donde castigó a su criada convirtiéndola en un río. Desde entonces, el lago que se formó y el río llevan el nombre de Ness. Fue durante esta época arcaica cuando Beira también se dedicó a crear colinas y montañas para que sirvieran de hogar a sus hijos gigantes. Para esto cargaba sobre sus hombros enormes rocas y tierra. A veces, cuando saltaba de colina en colina, alguna de sus rocas se caían sobre los lagos y pasaban a convertirse en islas.
Dibujo de John Duncan para Wonder tales from Scottish myth and legend |
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