A lo largo de toda Europa se pueden encontrar duendes o seres feéricos relacionados con las minas. Los más famosos de ellos son los knockers (inglés: picadores, golpeadores) de Cornualles, también conocidos como knackers o buccas, término que usaban en la zona para referirse a los duendes. Eran amigos de los mineros y les indicaban con el sonido de sus picos dónde había ricas vetas de metal, en especial las de estaño. Se creía que los knockers eran en realidad los espíritus de los judíos que asistieron a la crucifixión de Cristo y que fueron llevados a las minas de Cornualles por los romanos como castigo. Algunos mineros también afirmaban ver en los túneles a pequeños diablillos, pero podría tratarse de maliciosos spriggans que están protegiendo algún tesoro.
Pese a ser amigables y mantenerse alejados de la vista de los humanos, había cosas que se debía evitar hacer para no molestarlos, como espiarlos, ser malhablado, silbar o mostrarles el símbolo de la cruz, ya fuera portando una, dejando las herramientas cruzadas o marcando lugares con dicho símbolo.
Cuenta Katharine Briggs en su Quién es quién en el mundo mágico que, por regla general, únicamente se los podía oír, pero de vez en cuando alguien los veía y hasta podía llegar a hablar con ellos. En el fondo de una mina, cerca de Bosprenis, había unos knockers a los que se oía estar especialmente ocupados; la gente pensaba que allí debía haber un filón muy rico, pero la mayoría tenía miedo de aventurarse a entrar porque, como a la mayoría de las criaturas mágicas, no les gusta que los espíen. Un viejo, junto a su hijo, llamados ambos Trenwith, se animaron a entrar a medianoche en vísperas de San Juan y a vigilar hasta que vieran a la «gente diminuta» sacar el brillante mineral. El viejo Trenwith hizo un trato con ellos. Les habló correctamente y les dijo que se ocuparía de resolverles el problema de separar el mineral, si les permitían, a él y a su hijo, trabajar en el filón . Él extraería el material, lo limpiaría y les daría la décima parte de todo lo que obtuviera, siempre que quisieran. Estuvieron de acuerdo y el hombre respetó el trato. Compartiendo de esa manera el mineral, los dos mineros se hicieron ricos muy pronto. Todo iba bien mientras el viejo vivía, pero cuando murió, su hijo empezó a escatimar a los picadores lo que les correspondía y no pasó mucho tiempo hasta que se dieron cuenta de que los estafaba. Se agotó entonces el filón y el hijo no consiguió encontrar más estaño en ninguna parte de la mina. Se entregó a la bebida y al final murió en la miseria.
En cierta manera, les salió bien a los Trenwith el espiar a los knockers, ya que llegaron a un acuerdo con ellos, pero un tipo llamado Barker no tuvo tanta suerte al obsesionarse con estas criaturas. Barker era un vago y un haragán que descubrió que unos knockers habitaban en el pozo de la parroquia de Towednack, por lo que decidió escondonderse día y noche tras unos helechos para observar sus itinerarios. Así descubrió que descansaban en el sabbat judío, el día de Navidad, en Pascua y durante el día de Todos los Santos. Tanto tiempo los estuvo espiando que hasta llegó a entender parte de su lenguaje. Él creía que había pasado desapercibido para ellos, pero un día los oyó comentar dónde iban a guardar sus bolsas de herramientas. Uno dijo que la guardaría en un agujero; otro, que la guardaría bajo unos helechos y un tercero dijo: «Yo la pondré sobre las rodillas de Barker». Al instante, un peso plomizo e invisible cayó sobre las rodillas del espía y quedó tullido para siempre.
Un hombre conocido como Capitán Mathy también consiguió ver a los knockers y dio una descripción de ellos. Su encuentro fue totalmente fortuito ya que, siguiendo el sonido de sus golpes para encontrar un buen filón de metal, abrió una apertura en la roca y allí pudo ver a tres de estos espíritus. Según sus palabras, no eran más grandes que un muñeco, pero en sus caras, ropas y ademanes recordaban a viejos y vigorosos mineros de estaño. El de en medio estaba sentado sobre una roca, se había quitado la chaqueta y llevaba la camisa arremangada. Entre sus rodillas había un pequeño yunque de una pulgada cuadrada con el que reparaba y afilaba las herramientas de los otros dos. Cuando Mathy apartó de ellos la mirada por un instante, aprovecharon para robarle su vela y desaparecer en la oscuridad para no volver a aparecer ante él, aunque aún podía oírlos picar y martillear.
Gales, por su parte, tiene como duendes mineros a los coblynau o koblernigh, bastante parecidos a los knockers de Cornualles. La gente decía que tenían unos noventa centímetros de altura, que vestían de manera parecida a los mineros humanos y que eran grotescamente feos, aunque tenían muy buen humor y traían mucha suerte. Guiaban a los mineros hacia los filones más ricos por el sonido de sus picos. Si las personas se burlaban de ellos, les arrojaban piedras, pero no hacían daño. Siempre parecían estar muy ocupados, pero lo más probable era que no estuvieran haciendo nada y sólo se limitaran a imitar a los trabajadores humanos.
Al norte de Inglaterra podemos encontrar otro duende minero conocido como Gorro Azul (inglés: Blue cap), que trabajaba en las minas de carbón como colocador, ocupándose de empujar las pesadas vagonetas llenas de mineral. Los mineros lo veían como una tenue luz azul que iba detrás de las vagonetas impulsadas a toda velocidad. A diferencia de los brownies y otros duendes domésticos, este espíritu quería que le pagaran con dinero por su trabajo, pero únicamente aceptaba el salario normal de un colocador, por lo que cada quince días le dejaban su dinero en un rincón solitario de la mina. Si se le daba de menos, no cogía nada indignado y, si se le daba de más, dejaba lo sobrante en el sitio. Tener un Gorro azul era una suerte en un mina, aunque de menos ayuda era otro espíritu de la zona conocido como Cutty Soam, que se dedicaba a cortar las cuerdas que servían para tirar de las vagonetas.
En Alemania se cree en la existencia de unos duendes domésticos conocidos como kobolds, muy similares a los brownies y otros espíritus del hogar. Alan Lee y Brian Froud mencionan en su obra Hadas una faceta de estos seres ligada también a las minas y no solo a las casas y hogares familiares, diciendo de ellos que son la versión germana de los knockers pero problemática y traviesa, ya que se dedicaban más a molestar a los mineros que a ayudarlos, aunque a veces hacían excepciones. Luego, al sur de Alemania, estaban los Wichtlein, duendes que anunciaban la muerte de un minero golpeando tres veces con su pico. Cuando iba a ocurrir un desastre, se les podía oír cavando o imitando el trabajo de los mineros.
Pese a ser amigables y mantenerse alejados de la vista de los humanos, había cosas que se debía evitar hacer para no molestarlos, como espiarlos, ser malhablado, silbar o mostrarles el símbolo de la cruz, ya fuera portando una, dejando las herramientas cruzadas o marcando lugares con dicho símbolo.
Cuenta Katharine Briggs en su Quién es quién en el mundo mágico que, por regla general, únicamente se los podía oír, pero de vez en cuando alguien los veía y hasta podía llegar a hablar con ellos. En el fondo de una mina, cerca de Bosprenis, había unos knockers a los que se oía estar especialmente ocupados; la gente pensaba que allí debía haber un filón muy rico, pero la mayoría tenía miedo de aventurarse a entrar porque, como a la mayoría de las criaturas mágicas, no les gusta que los espíen. Un viejo, junto a su hijo, llamados ambos Trenwith, se animaron a entrar a medianoche en vísperas de San Juan y a vigilar hasta que vieran a la «gente diminuta» sacar el brillante mineral. El viejo Trenwith hizo un trato con ellos. Les habló correctamente y les dijo que se ocuparía de resolverles el problema de separar el mineral, si les permitían, a él y a su hijo, trabajar en el filón . Él extraería el material, lo limpiaría y les daría la décima parte de todo lo que obtuviera, siempre que quisieran. Estuvieron de acuerdo y el hombre respetó el trato. Compartiendo de esa manera el mineral, los dos mineros se hicieron ricos muy pronto. Todo iba bien mientras el viejo vivía, pero cuando murió, su hijo empezó a escatimar a los picadores lo que les correspondía y no pasó mucho tiempo hasta que se dieron cuenta de que los estafaba. Se agotó entonces el filón y el hijo no consiguió encontrar más estaño en ninguna parte de la mina. Se entregó a la bebida y al final murió en la miseria.
En cierta manera, les salió bien a los Trenwith el espiar a los knockers, ya que llegaron a un acuerdo con ellos, pero un tipo llamado Barker no tuvo tanta suerte al obsesionarse con estas criaturas. Barker era un vago y un haragán que descubrió que unos knockers habitaban en el pozo de la parroquia de Towednack, por lo que decidió escondonderse día y noche tras unos helechos para observar sus itinerarios. Así descubrió que descansaban en el sabbat judío, el día de Navidad, en Pascua y durante el día de Todos los Santos. Tanto tiempo los estuvo espiando que hasta llegó a entender parte de su lenguaje. Él creía que había pasado desapercibido para ellos, pero un día los oyó comentar dónde iban a guardar sus bolsas de herramientas. Uno dijo que la guardaría en un agujero; otro, que la guardaría bajo unos helechos y un tercero dijo: «Yo la pondré sobre las rodillas de Barker». Al instante, un peso plomizo e invisible cayó sobre las rodillas del espía y quedó tullido para siempre.
Un hombre conocido como Capitán Mathy también consiguió ver a los knockers y dio una descripción de ellos. Su encuentro fue totalmente fortuito ya que, siguiendo el sonido de sus golpes para encontrar un buen filón de metal, abrió una apertura en la roca y allí pudo ver a tres de estos espíritus. Según sus palabras, no eran más grandes que un muñeco, pero en sus caras, ropas y ademanes recordaban a viejos y vigorosos mineros de estaño. El de en medio estaba sentado sobre una roca, se había quitado la chaqueta y llevaba la camisa arremangada. Entre sus rodillas había un pequeño yunque de una pulgada cuadrada con el que reparaba y afilaba las herramientas de los otros dos. Cuando Mathy apartó de ellos la mirada por un instante, aprovecharon para robarle su vela y desaparecer en la oscuridad para no volver a aparecer ante él, aunque aún podía oírlos picar y martillear.
Gales, por su parte, tiene como duendes mineros a los coblynau o koblernigh, bastante parecidos a los knockers de Cornualles. La gente decía que tenían unos noventa centímetros de altura, que vestían de manera parecida a los mineros humanos y que eran grotescamente feos, aunque tenían muy buen humor y traían mucha suerte. Guiaban a los mineros hacia los filones más ricos por el sonido de sus picos. Si las personas se burlaban de ellos, les arrojaban piedras, pero no hacían daño. Siempre parecían estar muy ocupados, pero lo más probable era que no estuvieran haciendo nada y sólo se limitaran a imitar a los trabajadores humanos.
Al norte de Inglaterra podemos encontrar otro duende minero conocido como Gorro Azul (inglés: Blue cap), que trabajaba en las minas de carbón como colocador, ocupándose de empujar las pesadas vagonetas llenas de mineral. Los mineros lo veían como una tenue luz azul que iba detrás de las vagonetas impulsadas a toda velocidad. A diferencia de los brownies y otros duendes domésticos, este espíritu quería que le pagaran con dinero por su trabajo, pero únicamente aceptaba el salario normal de un colocador, por lo que cada quince días le dejaban su dinero en un rincón solitario de la mina. Si se le daba de menos, no cogía nada indignado y, si se le daba de más, dejaba lo sobrante en el sitio. Tener un Gorro azul era una suerte en un mina, aunque de menos ayuda era otro espíritu de la zona conocido como Cutty Soam, que se dedicaba a cortar las cuerdas que servían para tirar de las vagonetas.
En Alemania se cree en la existencia de unos duendes domésticos conocidos como kobolds, muy similares a los brownies y otros espíritus del hogar. Alan Lee y Brian Froud mencionan en su obra Hadas una faceta de estos seres ligada también a las minas y no solo a las casas y hogares familiares, diciendo de ellos que son la versión germana de los knockers pero problemática y traviesa, ya que se dedicaban más a molestar a los mineros que a ayudarlos, aunque a veces hacían excepciones. Luego, al sur de Alemania, estaban los Wichtlein, duendes que anunciaban la muerte de un minero golpeando tres veces con su pico. Cuando iba a ocurrir un desastre, se les podía oír cavando o imitando el trabajo de los mineros.
Coblynau, uno de los duendes mineros ilustrado en Hadas - Alan Lee y Brian Froud |
interesante nota. Quisiera saber el autor(a) del texto para citarlo en un trabajo. o en todo caso ¿cómo debo citar este texto? Gracias.
ResponderEliminarEn la entrada menciono las fuentes de donde saco la información, principalmente de "Hadas", de Alan Lee y Brian Froud, y de "An encyclopedia of fairies" y "Quién es quién en el mundo mágico", de Katharine Briggs.
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