Moloch

Moloch (hebreo: מ־ל־ך; rey), adaptado también como Melech, Malik, Melkart, Milkom o Molech, entre otros, es una deidad cananea demonizada por el cristianismo. El tomo V de The mythology of all races dice de él que se trataba de un dios solar, identificado principalmente con los aspectos negativos del sol, como el ardiente y seco calor del verano.

En la Biblia se le menciona en varias ocasiones recibiendo sacrificios humanos, especialmente de niños. Esto se atestigua en Levítico 18:21: «Y no des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Moloc; no contamines así el nombre de tu Dios. Yo Jehová». Aquellos que adoraban a Moloch y le ofrecían sacrificios, cometían una gran afrenta contra Dios y debían ser condenados a muerte por lapidación según se ve en Levítico 20:2-5. Los israelitas realizaban estos sacrificios en Tofet, un lugar cercano a Jerusalén en el valle de Gehena (Jeremías 32:35).

A esta deidad pagana se le representaba como un hombre con cabeza de toro llevando una corona. Sus estatuas estaban hechas de bronce y lo mostraban sentado sobre un trono del mismo metal, con la boca abierta y los brazos extendidos con las palmas de las manos hacia arriba. En el interior de la estatua se encendía un fuego y los sacrificios eran arrojados a él a través de su boca, aunque a veces se colocaban a los niños sobre sus manos y un mecanismo con cadenas los elevaba hasta su boca.

El Diccionario infernal de Collin de Plancy dice de él que es un demonio adorado por los amonitas, príncipe del país de las lágrimas y miembro del consejo infernal. Bajo el nombre de Melchom le hace cuidador del tesoro de los infiernos y el encargado de pagar con él  a los funcionarios públicos. También dijo de él que su mes era el de diciembre y que el representante humano que tenía en la tierra era Nicolás, un médico de Aviñón.

En Cartago se identificaba a dioses como Moloch o Baal con Crono, al que también ofrecían el sacrificio de niños. Plutarco lo menciona en el tomo II de su Moralia, donde dice que los cartaginense en persona, siendo plenamente conscientes de sus actos, sacrificaban a sus propios hijos o se los compraban a los pobres si no tenían. La madre que hubiera vendido a su hijo debía estar presente durante el ritual y mostrarse inflexible y sin llorar, pues de lo contrario perdía el dinero y su hijo era sacrificado igualmente. Para amortiguar los gritos de auxilio, se llenaba el lugar con el ruido de flautas y tambores.

Un niño siendo entregado en sacrificio a Moloch - Charles Foster

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