Duende de Zaragoza

El duende de Zaragoza, o duende de la hornilla, tal y como le bautizaron los medios locales en su tiempo, fue el protagonista de uno de los fenómenos paranormales más famosos que sucedieron en España a inicios del siglo XX. Este ente invisible, que en ningún momento se mostró de forma física, se manifestó principalmente durante el mes de noviembre de 1934 como una voz masculina en el edificio número 2 de la calle Gascón de Gotor, Zaragoza; concretamente en la cocina del segundo derecha.

Según el diario Heraldo de Aragón publicado el 23 de noviembre de 1934, los hechos más notorios comenzaron entre el jueves 15 y el viernes 16 de dicho mes, siendo atestiguados por primera vez por Pascuala Alcocer, una muchacha de dieciseis años que trabajaba en la casa como sirvienta de la familia Palazón, compuesta por un matrimonio, sus hijos y la hermana del marido.

Pascuala, aterrada, les aseguraba a los señores que había oído una risa salir del hornillo y cómo una voz la llamaba. La dueña de la casa tomó a broma su vivencia hasta que ella misma oyó la fantasmal voz soltar un «¡ay!» cuando Pascuala cerró el pasa humos de la cocina en su presencia. Este ser parecía mostrar especial predilección por la criada, a la que solía llamar diciendo «María, ven», pese a que ese no fuera su nombre, además de que se quejaba y lanzaba lamentos cuando la muchacha removía el carbón del fogón con un gancho. Otros medios, como La voz de Aragón, consiguieron una entrevista con otra joven, Anita Villagra, de diecinueve años, que sirvió con anterioridad en dicha casa. Esta muchacha aseguró que ya en septiembre oyó al "duende" exclamar «¡Voy, voy!», aunque la voz cesó y el asunto no trascendió en dicho momento. También, otro inquilino del edificio contó que en dicho mes se oyeron durante dos o tres días unos ruidos extraños que se daban a última hora de la noche, pero tampoco se les dio ninguna importancia y pararon por sí solos.

El día con más actividad tuvo lugar el miércoles 21 de noviembre, cuando la misteriosa entidad comenzó a hablar desde las siete de la mañana, hora en la que la sirvienta fue a encender el hornillo de la cocina y fue interrumpida por el duende, que le dijo: «No enciendas el fuego, que me quemas». Ante el pánico provocado, la propietaria del inmueble, que vivía en el piso de abajo, subió al lugar de los hechos e increpó violentamente al enigmático ser creyéndolo una broma de mal gusto. Lo único que recibió del duende fueron unas sonoras carcajadas. La familia decidió dar parte a la policía, que se presentó en el edificio y realizó numerosas inspecciones para encontrar al bromista o cualquier aparato del que proviniese la quejumbrosa voz. También acudieron arquitectos y albañiles que estudiaron las habitaciones, chimeneas y demás conductos. Cuando se le mandó a un albañil tomar medidas del diámetro del hornillo, el duende le dijo de inmediato, antes de que pudiera realizar las mediciones: «Mide quince centímetros». Su respuesta fue correcta y se mostró en más de una ocasión que este ente tenía perfectos conocimientos de todo cuanto acontecía a su alrededor, como cuando el señor Grijalba, vecino del piso superior, le preguntó por cuántas personas se encontraban en ese momento en la cocina y contestó que había trece. Cuando intentaron corregirle, pues sólo eran doce, el duende se reafirmó y gritó: «¡No, trece!». Al parecer, se contaba a sí mismo entre la multitud.

A las nueve de la noche acudieron al piso casi todos los inquilinos del edificio junto a amigos, conocidos, familiares y agentes de la policía. Uno de los presentes comenzó a dialogar con el duende, el cual aclaró que su naturaleza no era humana: —¿Quién eres? ¿Por qué haces esto? ¿Quieres dinero?— Y al decir estas palabras, la voz le contestó con una negativa. —¿Quieres trabajo? —No —¿Qué quieres, hombre? —Nada, no soy hombre. Cada vez que alguien salía del cuarto, él, muy educado, se despedía con un «Adiós, salud», e incluso reaccionó cuando uno de los agentes de policía sacó su pistola de un bolsillo para meterla en otro: «¡No, con la pistola no!». Pocos momentos más tarde llegaron otros guardias para realizar una nueva inspección en el edificio, pero al mismo entrar, la entidad se enfureció y les increpó: «¡Cobardes! ¿Para qué tanta gente y tantos guardias?». Esa misma noche, a las dos de la madrugada, cuando la mayoría de la gente se hubo retirado, se despidió diciendo: «Y por hoy, basta».

Guardias examinando la hornilla de la que proceden las voces - Revista Crónica nº264 (02/12/1934)
A estas alturas, todas las sospechas indicaban que la voz provenía de la criada, Pascuala, ya fuera por ventriloquía voluntaria o involuntaria (producida por la histeria) o por cierta mediumnidad, puesto que el "duende" solo se manifestaba cuando estaba ella presente. Esta teoría se fue cayendo poco a poco porque la entidad seguía comunicándose estando Pascuala en otras habitaciones o incluso fuera de la casa. Por ejemplo, el jueves 22, a las siete de la mañana, la hermana del señor Palazón le preguntó desde la cocina a la criada, que se encontraba en otra estancia, si ya había venido el duende, a lo que éste respondió: «Aquí estoy ya». Más tarde, cuando la policía se presentó aquel día, uno de los agentes abrío la llave de paso de humos del hornillo a modo de broma; esta acción vino seguida de un lamento y voces confusas del ser. Ante las sospechas de que Pascuala era el origen de la voz, un agente la envió al piso de arriba para que buscase astillas y así encender un fuego, pero el duende se adelantó a la petición: «¿Para qué vas a buscar astillas si hay gas?».

Este conocimiento que mostraba el duende de sus alrededores no se limitaba a la cocina, puesto que días más tarde, al grito de «¡los guardias, los guardias!», anunció la llegada de una pareja de policías instantes antes de que llamasen al timbre de la casa. Al ver que alguien sacaba cigarrillos, le decía de modo socarrón «fumad, fumad» y un vecino del edificio confesó que se divertía apagando la luz de la cocina cuando hablaba con el duende porque éste se inquietaba y gritaba: «¡Luz, luz! ¡Que no veo!». Otro de los inquilinos, que no se creía lo que estaba ocurriendo, se presentó para presenciar el fenómeno, pero al no ocurrir nada se despidió diciendo: «Bueno, éste no viene y yo me voy a comer». —¡Que le haga buen provecho! —le respondió el duende. En cierto momento se llegó a apuntar con un arma al hornillo donde se creía que vivía este duende, pero la amenaza sólo recibió una respuesta irónica: «¡Pistola, no! ¡Pistola, no! No dispares, que me vas a chamuscar».

La actividad de la criatura cesó durante todo el viernes 23, pero el duende volvió a las andadas justo al día siguiente anunciando su llegada al grito de «¡voy, voy!». En aquellos momentos se encontraban en la cocina Pascuala, la señora de Palazón y varias amigas de la familia, que salieron aterrorizadas. Una de ellas llegó a enfrentarse al ser y le exigió que se callara, a lo que éste respondió; «No, no». A las tres de la tarde, el duende se dedicó a llamar insistentemente por su nombre a una de las vecinas, repitiéndolo entre cinco y seis veces. Cuando se cansó de esto, continuó llamando a otros vecinos y hablando hasta las once y media de la noche; todo esto con Pascuala fuera de la casa, pues dejó el edificio a las diez de la noche para regresar con sus padres debido al nerviosismo causado por la presencia del ente y por una depresión debida a las acusaciones de la gente de ser el origen del fenómeno.

El edificio acabó siendo desalojado y ya no se volvió a oír la voz ni el domingo 25 ni el lunes 26, pero la madrugada del martes 27, según lo recogido por El Heraldo de Aragón, uno de los vecinos de la casa y dos muchachos jóvenes, próximos parientes de los inquilinos del piso, volvieron a escuchar al duende gritar «¡Ya estoy aquí! ¡Cobardes, cobardes!». Este hecho fue confirmado por La voz de Aragón, que en esos instantes se encontraba realizando una entrevista telefónica a dos de las inquilinas y tuvieron que interrumpir la llamada bajo el pretexto de que el duende había comenzado a gritar. Aquel día, la familia Palazón decidió abandonar la vivienda y estuvieron todo el día, junto a su sirvienta Pascuala, disponiendo el traslado de los muebles y enseres al nuevo domicilio. El miércoles 28, a las ocho de la mañana, cuando se realizaba el traslado de los muebles, el duende volvió a manifestarse, aunque esa fue su única actividad del día.

El 6 de diciembre de 1934 se precintó la cocina y los propietarios acabaron su mudanza. Poco a poco la voz del duende se fue apagando, soltando algún lánguido quejido de vez en cuando hasta que ya no volvió a pronunciarse. Arturo Grijalba Torre, que vivió los sucesos ocurridos en el número 2 de la calle Gascón de Gotor cuando tan solo era un niño, contó en una entrevista realizada por el Heraldo de Aragón que su familia se mudó al piso que habitaban los Palazón tras su marcha y que llegó a intercambiar palabras con el duende. Con la inocencia de un niño, Arturo en una ocasión le dijo a su padre: «Vámonos, que este tío está chalao», a lo que el duende le contestó «chalao no, pequeño, chalao no». Al parecer, las últimas palabras que profirió esta entidad fueron «¡Voy a matar a todos los habitantes de esta maldita casa, cobardes!», aunque nunca llegó a cumplir su amenaza. Finalmente, el edificio acabó siendo derruido en 1977, pero en honor a este fenómeno, el nuevo bloque de pisos que construyeron en su lugar recibió el nombre de Edificio Duende.

Fotografía publicada en el nº 13.829 de Heraldo de Aragón (23/11/1934)
Puesto que la familia Palazón se negó a que tomasen imágenes de su casa, se recreó el escenario en la cocina del piso superior,
que disponía de la misma distribución y mobiliario. La chica que posa ante las cámaras es una de las hijas de la familia Grijalba.

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