Se conoce como nukekubi (japonés: 抜け首; cuello extraíble) a una versión de las rokurokubi que, en lugar de estirar de manera sobrenatural el cuello, son capaces de separar la cabeza del cuerpo cuando duermen y volar libremente por la noche. Estos yokai son más violentos que las rokurokubi ya que, a parte de alimentarse de insectos, también salen a cazar humanos y animales para atacarles a dentelladas y sorberles la sangre. En la provincia de Echizen, por ejemplo, existe la leyenda de una nukekubi que, avergonzada por los actos que cometía por la noche, le pidió el divorcio a su marido, se rapó la cabeza en señal de arrepentimiento y se suicidó.
En un principio, tanto las rokurokubi como las nukekubi eran personas normales y corrientes, pero obtuvieron esta condición sobrenatural por culpa de una maldición. Según lo recogido por Matthew Meyer en El desfile nocturno de los cien demonios, esta maldición podía pasar incluso de madres a hijas. Para evitar el deshonor de la familia, las jóvenes afectadas solían ser vendidas a burdeles o a circos, o incluso se las incitaba al suicidio.
Según una tradición de Hitachi, el marido de una nukekubi le oyó decir a un vendedor ambulante que el hígado de un perro totalmente blanco servía como cura para dicha maldición. Como tenía un perro de ese color, lo mató y le dio de comer a su esposa el hígado. Ella se curó, pero la maldición saltó a su hija, cuya cabeza salía por las noches a matar a dentelladas a todos los perros blancos que veía a modo de venganza.
Aunque la mayoría de nukekubi y rokurokubi son mujeres, también se ha dado el caso de varones que se han convertido en este yokai. Un ejemplo lo podemos encontrar en Kwaidan, de Lafcadio Hearn, donde un antiguo samurái convertido en monje acaba alojándose en una casa en las montañas de la provincia de Kai. La familia de leñadores que le acogió, compuesta tanto por hombres como mujeres, antaño era adinerada, pero el padre de familia se volvió avaricioso y cruel y condujo a la ruina su casa.
En plena noche, el monje se levantó en busca de agua y descubrió los cuerpos de sus anfitriones tumbados en sus lechos sin cabeza. Al ver que los cortes eran limpios y que no había rastro de sangre, dedujo que no había sido un asesinato, sino que todos ellos eran rokurokubi. Según lo que recordó del libro Sôshinki, los rokurokubi pretenderían dañarle y sólo podría acabar con ellos si cambiaba de lugar los cuerpos, ya que las cabezas no podrían volver a unirse a ellos al hacerse de día y morirían tras estrellarse tres veces contra el suelo como una pelota.
El monje consiguió sacar fuera de la casa el cuerpo del padre de familia, aunque poco después apareció una de las cabezas para ver qué estaba haciendo. Cuando se percató de que había desaparecido el cuerpo de una de ellas, avisó a las demás y se lanzaron contra el monje, pero gracias a su entrenamiento de samurái las mantuvo a raya y llegó a matar a la cabeza del líder, que se había aferrado con los dientes a su manga. El resto de nukekubi se unieron a sus cuerpos y escaparon. Desde entonces el monje llevó la cabeza del que le había atacado a modo de macabro recuerdo.
En un principio, tanto las rokurokubi como las nukekubi eran personas normales y corrientes, pero obtuvieron esta condición sobrenatural por culpa de una maldición. Según lo recogido por Matthew Meyer en El desfile nocturno de los cien demonios, esta maldición podía pasar incluso de madres a hijas. Para evitar el deshonor de la familia, las jóvenes afectadas solían ser vendidas a burdeles o a circos, o incluso se las incitaba al suicidio.
Según una tradición de Hitachi, el marido de una nukekubi le oyó decir a un vendedor ambulante que el hígado de un perro totalmente blanco servía como cura para dicha maldición. Como tenía un perro de ese color, lo mató y le dio de comer a su esposa el hígado. Ella se curó, pero la maldición saltó a su hija, cuya cabeza salía por las noches a matar a dentelladas a todos los perros blancos que veía a modo de venganza.
Aunque la mayoría de nukekubi y rokurokubi son mujeres, también se ha dado el caso de varones que se han convertido en este yokai. Un ejemplo lo podemos encontrar en Kwaidan, de Lafcadio Hearn, donde un antiguo samurái convertido en monje acaba alojándose en una casa en las montañas de la provincia de Kai. La familia de leñadores que le acogió, compuesta tanto por hombres como mujeres, antaño era adinerada, pero el padre de familia se volvió avaricioso y cruel y condujo a la ruina su casa.
En plena noche, el monje se levantó en busca de agua y descubrió los cuerpos de sus anfitriones tumbados en sus lechos sin cabeza. Al ver que los cortes eran limpios y que no había rastro de sangre, dedujo que no había sido un asesinato, sino que todos ellos eran rokurokubi. Según lo que recordó del libro Sôshinki, los rokurokubi pretenderían dañarle y sólo podría acabar con ellos si cambiaba de lugar los cuerpos, ya que las cabezas no podrían volver a unirse a ellos al hacerse de día y morirían tras estrellarse tres veces contra el suelo como una pelota.
El monje consiguió sacar fuera de la casa el cuerpo del padre de familia, aunque poco después apareció una de las cabezas para ver qué estaba haciendo. Cuando se percató de que había desaparecido el cuerpo de una de ellas, avisó a las demás y se lanzaron contra el monje, pero gracias a su entrenamiento de samurái las mantuvo a raya y llegó a matar a la cabeza del líder, que se había aferrado con los dientes a su manga. El resto de nukekubi se unieron a sus cuerpos y escaparon. Desde entonces el monje llevó la cabeza del que le había atacado a modo de macabro recuerdo.
Ilustración del Kaikidan Ekotoba |
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