Anjana

Las anjanas, o buenas hechiceras, son bondadosos espíritus femeninos de la mitología cántabra. Según el escritor Manuel Llano, eran jóvenes hermosas de piel pálida, muy pequeñas, ya que no pasaban de la media vara (80 cm), y de ojos negros o azules como el cielo. Pese a su tamaño, tenían tal fuerza que podían levantar árboles caídos o romper cadenas. Sus cabellos eran rubios y los llevaban recogidos en trenzas que titilaban como estrellas, además de que en la frente llevaban pintada una cruz roja que brillaba como el fuego para espantar a los ojáncanos. Calzaban zapatos de piel de marta adornados con hebillas de un metal desconocido y sus vestimentas estaban compuestas por hábitos blancos y capas estampadas con estrellas de plata y claveles de oro. También poseían un cayado de poderes milagrosos con el que podían convertir las piedras en diamantes, los árboles en barras de oro y el agua en perfume con el mero toque de su extremo dorado.

Cuenta Llano que estas hadas se casaban con los anjanos, que eran muy buenos, gordos y bajos. Vestían con ropas hechas con piel de oso, iban descalzos y tenían tres ojos: dos negros en la cara y un tercero de color encarnado encima de la nuca. Le robaban a los ricos egoístas que no daban limosna y se lo daban a los pobres cuando dormían.

El autor cántabro embelleció de forma muy poética el mito de estas hadas, llegando a decir de ellas que en sus almas guarecen todas las virtudes de la humanidad. Su voz era como la de los ángeles y allá donde iban dejaban un grácil y suave olor a incienso y perfumes primaverales. Según este autor, eran doncellas que murieron como santas y el Señor las devolvió al mundo con riquezas para que hicieran el bien entre los necesitados. Estaban entre nosotros doscientos o cuatrocientos años y volvían al Cielo una vez pasados estos. Ya no quedan más anjanas en este mundo, ya que la última murió hace más de cien años.

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Comportamiento

Antes del amanecer, aderezan sus cabelleras con peines de coral y lazos de seda, luego se arrodillan para rezar una jaculatoria y parten a recorrer los senderos al frío de la madrugada. Al mediodía vuelven a sus palacios, pero antes han limpiado las fuentes, bendecido a los rebaños de los buenos pastores y acariciado las desgarraduras de los árboles. Cuando anochece, dan otro paseo por el monte y, al volver a sus aposentos, duermen en lechos resplandecientes como la luna.

En primavera adornaban sus cabezas con coronas de flores y, cuando llegaba la medianoche, se reunían y danzaban hasta el amanecer cogidas de la mano en torno a un montón de rosas que luego esparcían por los atajos y senderos. El que encontraba una de estas rosas, que tenían los pétalos rojos, verdes, amarillos y azules, sería feliz durante toda su vida. También se reunen todos los domingos en la braña para cantar; después se despedían con un beso hasta el próximo domingo si hacía buen tiempo.

En Viernes Santo las anjanas cambian sus hábitos por unos de luto: usan capas y cayados negros, recogen su pelo bajo paños grises y van descalzas a modo de penitencia. Ese día sus rezos son tristes y, el que consiga enjugar sus llantos con un pañuelo de seda, verá cómo las lágrimas se transforman en perlas.

Los tesoros de las anjanas

Las anjanas viven en magníficos palacios secretos cuyas entradas se localizan en sombrías torcas rodeadas de flores silvestres. Aunque sus hogares eran subterráneos, cuentan que en ellos no había día ni noche, todo era claridad y aire templado. Entre sus paredes, que son de plata, guardan caudales infinitos, joyas y finas telas. Para los niños pobres guardan sonajeros, flautas de plata, tambores y panderetas con sonajas de oro; vestidos de seda, encajes y gargantillas para las mozas casamenteras; cántaros y cuencos para los pastores que no apedrean a los rebaños, etc. En sus grutas tienen huertos y jardines, colmenas, fontanas de aguas purísimas y ovejas que hacen rebosar de leche los cántaros. Se alimentan de mieles, fresas, almíbares y otros manjares misteriosos que también ofrecen a los pobres que acogen en sus moradas. Cuando hacen sus recorridos por el monte, dejaban sortijas y corales que sólo podían encontrar las mozas y niños de buen corazón; por las noches, en cambio, se aventuran en los pueblos y dejan algunas monedas y sacos de harina en los portales de los vecinos necesitados.

Ayudas y castigos

Con sus magias y riquezas, las anjanas ayudaban a todo aquel que lo necesitase. Se dice que una salvó a una muchacha de las garras del ojáncano; otra dio de beber en un cuenco de plata a un pastor extraviado en la niebla matutina. Las mozas que se iban a casar dejaban botellitas a la orilla de una fuente al ponerse el sol para que las anjanas las llenaran de perfume y, si algún niño sufría de mal de ojo, lo curaban tocándole el pecho con la punta de su cayado. También se cuenta la historia de una muchacha que, al quedarse huérfana y sin bienes, una anjana se apiadó de ella y se la llevó a su castillo bajo la peña conocida como la Mena. Allí la trató como una reina, pero como la muchacha echaba de menos el mundo humano, la dejó ir y le entregó como regalo vestidos y joyas.

Sin embargo, también podían impartir castigos a aquellos que lo mereciesen. Una de estas hadas salvó y curó a un riseñor que había quedado atrapado en la trampa que había puesto un muchacho; al poco, unos lobos devoraron parte de sus rebaños. En otra ocasión, una joven abandonó a su novio para casarse con un señor acaudalado; así pues, una anjana recompensó al muchacho pobre convirtiéndole tres sacos de panojas en doblones y al rico le asaltaron unos ladrones.

Oraciones para llamar a las anjanas

Cuenta Manuel Llano en su obra Rabel que podías invocar a una anjana con tan solo pronunciar una oración; si la persona que la había llamado era cristiana y honrada, le concedía cualquier gracia que le pidiese. No especifica qué oración era, pero si menciona muchas otras cuando requerías la ayuda de estos espíritus en ciertas ocasiones. Si un pastor era bueno, daba limosna a los pobres y posada a los peregrinos, podía pedir la ayuda de las anjanas cuando se le perdía alguna de sus reses con estos rezos:


Anjanuca, anjanuca
buena y floría,
lucero de alegría.
¿Ónde está
la mi vacuca?

Anjana bendecía,
güelveme la oveja perdía.

Cuando te has perdido por los montes y campos, podías decir: «Anjana blanca, ten piedá de mí. Guíame por la oscuridá y por la niebla. Líbrame de los peligros y de los malos pensamientos». Entonces venía una anjana, te agarraba de la mano y te llevaba por el buen camino. Lo mismo ocurría si habías perdido algo e implorabas su ayuda con la siguiente frase: «Tú, que ves en la oscuridá y haces los imposibles, ilumíname los mis ojos pa alcontrar lo que perdí».

Las hechiceras

Con el nombre de hechiceras es como llama Manuel Llano a unas anjanas malvadas. Visten holgadas capas negras con adornos de alas de murciélago. Tienen el rostro descolorido y los brazos muy largos y delgados. Su aparición es mensaje de lágrimas, de contrariedades, de penas e inviernos rigurosos. Su picaya está hecha de hierro y es de color negro, tienen los ojos verdes y cojean al andar. Dice de ellas que tan solo tienen un diente muy largo y afilado, por lo que podría tartarse de las mismísimas guajonas. También podrían ser esas anjanas malditas que, al unirse con un oso viejo, tienen por descendencia al Cuegle. Aquellos que se las encuentran a medianoche, mueren pasado un mes justo.

Las hilanderas

Por los montes del valle de Herrerías andaban por las noches unas mujeres vestidas con una capa del color de la ceniza y calzás con escarpines de lana blanca. Siempre llevaban en las manos una rueca encarnada y no paraban de hilar. Las madejas que hilaban por la noche las dejaban al amanecer en los portales de los vecinos pobres, con algun bolsillo lleno de sus riquezas. Estas anjanas eran muy altas, recias y guapas. En Ubiarco, en vez de llevar ruecas, llevaban una campanilla de oro. La anjana tañía la campanilla y a cada golpe caía perlas que nada más podían encontrars las doncellas y los niños.

La cueva Argel

En el número de abril de 1994 de la revista Peonza, aparece el testimonio de una mujer, Blanca, que aseguraba que su bisabuelo Femandón conoció a unas anjanas. El suceso ocurrió hace más de ciento cincuenta años y tuvo lugar en la cueva Argel, que está encima de Treceño. Las anjanas estaban en la entrada de la cueva en grupos de cuatro o cinco tomando el sol con sus hijos. Tenían los pechos muy largos y se los echaban a la espalda, dando de mamar a sus hijos de esta manera. Eran muy guapas, altas, morenas y con melenas castañas, pero vivían pobremente y las veían ir a lavar al río cercano para luego tender sus andrajosas ropas en la cueva. Por lo dicho, eran más parecidas a las ijanas que a las anjanas descritas por Llano.

Anjana ilustrada por Gustavo Cotera

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