Hespérides

En la mitología griega las Hespérides (en griego antiguo Ἑσπερίδες) eran las mélides (ninfas de árboles frutales) que cuidaban un maravilloso jardín en un lejano rincón de occidente, que la tradición mayoritaria situaba cerca de la cordillera del Atlas en el Norte de África al borde del Océano que circundaba el mundo.

A veces eran retratadas como las hijas vespertinas de Nix (la Noche), tanto sola como con Érebo (la Oscuridad). Según otras fuentes eran hijas de Atlas o de Zeus y bien Hésperis o Temis, o de Forcis y Ceto.

Según el poeta griego siciliano Estesícoro, en su poema la Canción de Gerión, y el geógrafo griego Estrabón, en su libro Geografía (volumen III), las Hespérides estaban en Tartesos, un lugar situado en el sur de la península Ibérica. Apolonio de Rodas, por su parte, situaba el jardín cerca del lago Tritón, en Libia.

Normalmente las Hespérides eran tres en número. Entre los nombres que recibían están Egle (‘brillo’ o ‘esplendor’), Eritia (o Eriteis), Hesperia (alternativamente Hespereia, Héspere, Héspera, Hesperusa o Hesperetusa).  A veces se las llamaba Doncellas de Occidente, Hijas del Atardecer o Erythrai, ‘Diosas del Ocaso’, todas ellas designaciones aparentemente ligadas a su imaginada situación en el distante oeste. Hésperis es apropiadamente la personificación del atardecer. Además de cuidar del jardín, se decía que obtenían gran placer al cantar.

Para la época romana, el Jardín de las Hespérides había perdido su lugar arcaico en la religión, reduciéndose a una convención poética, forma en la que fue resucitado en la poesía renacentista, para aludir tanto a un jardín como a las ninfas que moraban allí.

Según el mito, el Jardín de las Hespérides es el huerto de Hera en el oeste, donde un único árbol o bien toda una arboleda daban manzanas doradas que proporcionaban la inmortalidad. Gea le entregó estos manzanos como regalo por su boda con Zeus. A las Hespérides se les encomendó la tarea de cuidar de la arboleda, pero ocasionalmente recolectaban la fruta para sí mismas. Como no confiaba en ellas, Hera también dejó en el jardín un dragón de cien cabezas llamado Ladón como custodio añadido.

Albert Herter - Jardín de las Hespérides

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