Cimejes

Cimejes, llamado también Cimeies, Kimaris o Cimeries (castellanizado como Cimerio), es un marqués fuerte y poderoso del infierno. Es el sexagésimo sexto demonio mencionado en el Ars Goetia, donde se dice que aparece como un valiente guerrero a lomos de un magnífico caballo negro. Rige sobre toda África, enseña perfectamente gramática, lógica y retórica, además de que es capaz de descubrir tesoros ocultos y cosas perdidas. Gobierna veinte legiones de demonios y se debe usar su sello durante su invocación. En el Diccionario infernal y el Pseudomonarchia daemonum se dice también que hace a los hombres extremadamente ligeros en la carrera y concede el porte distinguido de los militares.

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Andrealphus

Andrealphus, también llamado Androalphus o Androalfo, es un poderoso marqués del infierno. Es el sexagésimo quinto demonio del Ars Goetia, donde se dice que aparece en un principio bajo la forma de un pavo real que emite grandes ruidos. Cuando adopta aspecto humano, enseña perfectamente geometría y todo lo relacionado con la medición, vuelve a los hombres hábiles disputadores y duchos en la astronomía. También puede trasformar a cualquiera en pájaro, cosa que, según el Diccionario infernal, aprovechan los que han hecho un pacto con él para huir de la justicia. Gobierna sobre treinta legiones de demonios y debe usarse su sello a la hora de invocarlo.

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Trenti

El trenti es un duende de la mitología cántabra. Fue descrito por el folclorista Manuel Llano como un enano con los ojos verdes y la cara negra que andaba por los montes de Cantabria. Se vestía con ropajes hechos con hojas y musgo, comía panojas y endrinas, aunque no podía beber agua porque le resultaba venenosa. De carácter malicioso y pícaro, se refugiaba en las torcas para dormir en invierno y bajo los árboles cuando llegaba el verano. El trenti se dedicaba a esconderse entre las matas de los senderos para tirar de las faldas a las muchachas que pasaran por allí. Llano añadía jocoso en su relato que algunas solteras iban a los montes con la intención de que este duende les tirara de la falda y les pellizcara los muslos y pantorrillas. A las jóvenes que salían rebeldes o de carácter fuerte se les solía decir en aquellas zonas: «¡Ésa no se asusta ni del mesmu trenti!».

Dibujo de Gustavo Cotera

Silfos

Los silfos, también llamados silvanos por Paracelso en su Tratado de los elementales, son los espíritus elementales que están compuestos por los átomos más puros del aire, elemento en el que también habitan. Tienen aspecto humano, aunque son más altos y robustos que nosotros por vivir en el elemento menos denso de todos. Sus mujeres son conocidas como sílfides, y se dice de ellas en el Diccionario infernal que gozan de una belleza atlética similar a la de las amazonas. Pese a esto, los silfos han pasado a la cultura popular como seres pequeños y etéreos. Al igual que el resto de elementales, se encargan de custodiar los tesoros que se encuentran en sus dominios.

Al vivir en el aire como los humanos, sufren al igual que nosotros si cambian de elemento: se ahogan bajo el agua, se consumen en el fuego y son aplastados por la tierra. También son los más tímidos de todos los elementales, son esquivos y por ello no dominan el idioma de los hombres.

Algunas veces se daba el caso de que la descendencia de los elementales era deforme. De los silfos podían nacer gigantes, por eso, en El Conde de Gabalís se dice que los nephilim, los gigantes bíblicos que nacieron de la unión entre ángeles y humanas, en realidad eran hijos de los silfos. Los silvanos y el resto de elementales querían una unión con los humanos porque sólo mediante el matrimonio podían conseguir un alma inmortal. Según esta obra, los hijos que se tuviera con ellos serían nobles y honorables, y que Adán debía haber poblado la tierra con ellos en lugar de con Eva, siendo esto en realidad el pecado original. Tras el diluvio, Noé era consciente del error que cometió su antepasado y permitió a su mujer ser la pareja de Oromasis, el príncipe de las salamandras, para que repoblara el mundo. También instigó a sus hijos a seguir su ejemplo y que permitieran a sus mujeres unirse a los otros tres príncipes de los elementos. Todos accedieron excepto Cam, que no consintió que su mujer se fuera con el príncipe de los silfos. Por este rechazo, y en una visión racista del mito, Gabalís afirmaba que los descendientes de Cam fueron los negros que habitan en la tórrida África.

Se dice que un silfo cortejó a Gertrudis, una joven monja del monasterio de Colonia, para conseguir la inmortalidad, aunque fue tildado de demonio del mismo modo que ocurrió con el gnomo que tenía por pareja Magdalena de la Cruz. Otra historia cuenta que, en España, una sílfide vivió tres años con su amante humano con el que tuvo tres hijos antes de morir. Gabalís descarta que se tratase de un demonio porque fue capaz de engendrar, cosa que los espíritus no pueden hacer.

De nuevo en España, se da el relato de un silfo que se metamorfoseó para conseguir el amor de una dama sevillana. Esta mujer contaba con el incondicional amor de un caballero castellano, aunque lo rechazaba cruelmente. Viendo que la amaba en vano, una mañana se marchó sin darle explicaciones para que el tiempo y la distancia curara su mal de amor. Un silfo se enamoró de ella y aprovechó la partida del caballero para tomar su aspecto y sustituirle. Tras muchos meses cortejándola e implorando por su amor, consiguió que le amara y tuvieron un hijo cuyo nacimiento mantuvieron en secreto. Su relación continuó hasta que se quedó encinta de un segundo hijo, pero llegó el día en el que el auténtico caballero regresó a Sevilla para decirle a su dama que ya no la amaba más. Esto causó un gran revuelo, pues ella afirmaba que durante esos años le había hecho feliz y que era el padre de sus hijos, pero el caballero tuvo que testimoniar ante los padres de ella que efectivamente había estado ausente durante todos esos años.

De un modo similar aconsejaron los cabalistas a una sílfide que se ganara el amor de un joven señor de Bavaria que había perdido a su esposa recientemente. La sílfide adoptó la forma de la mujer difunta y se presentó ante el joven afligido diciéndole que Dios la había resucitado de entre los muertos para consolarlo. Vivieron muchos años juntos y tuvieron varios hijos, pero el joven acostumbraba a blasfemar y a soltar groserías. La sílfide intentaba corregirlo porque los elementales son muy devotos a Dios, pero al ver que sus intentos eran inútiles, acabó abandonándolo.

Genasi del aire para el juego de rol Dragones y Mazmorras - Matthew Stevens