Una sirena (
griego: Σειρήν; homónimo de la
sirena clásica) es una criatura legendaria acuática con la parte superior del cuerpo de una mujer y la cola de un pez. Estos seres aparecen en el folklore de muchas culturas alrededor del mundo. En los
bestiarios medievales eran representadas con un espejo y un cepillo, símbolo de vanidad, orgullo y lujuria. A la contraparte masculina de las sirenas se les llama
tritones, en honor a
Tritón, hijo del dios griego
Poseidón.
Según
Paracelso, las sirenas eran la descendencia monstruosa que podían tener en ocasiones las
ondinas, los
espíritus elementales del agua que carecían de alma inmortal. Esta idea fue tomada por
Christian Andersen en su cuento
La sirenita, donde la protagonista, enamorada de un hombre, deseaba ser humana para tener alma y poder estar con su enamorado en el
Cielo tras la muerte y no convertirse simplemente en espuma de mar al morir.
Estas sirenas no deben confundirse con las
sirenas de la mitología griega. En inglés existen dos términos diferentes para diferenciar a estas criaturas:
mermaid, para las sirenas mitad mujer y mitad pez, y
siren, para las criaturas de la mitología griega con cabeza de mujer y cuerpo de ave. De ellas procede el nombre del orden biológico de los
sirenios, que incluye a
dugongos y
manatíes. Posiblemente estos animales contribuyeran al mito de las sirenas al ser confundidos con estos seres sobrenaturales por marineros y exploradores.
Cristobal Colón, por ejemplo, informó del avistamiento de sirenas mientras exploraba el
Caribe.
Características generales
Las características generales de una sirena son claras y bien definidas. Datan de épocas de gran antigüedad y se han conservado inalteradas casi hasta nuestros días. Según este conjunto de creencias, las sirenas son como hermosas doncellas de cintura para arriba, pero tienen cola de pez. Llevan un peine y un espejo y a menudo se les ve acicalando sus cabelleras y cantando con irresistible dulzura sobre alguna roca junto al mar. Atraen a los hombres hasta la muerte y su aparición es presagio de tormentas y desastres. También se podría considerar que no sólo eran anuncio de desgracias, sino que en realidad las provocaban para ahogar o devorar a los marineros. En algunas de las primeras descripciones celtas tienen un tamaño monstruoso, como el de una sirena varada en el año 887 d.C. mencionada en los
Anales de los cuatro maestros, donde se dice que medía 50 metros, su cabello, bastante más corto, era de 5 metros y sus dedos medían 2 metros de largo, al igual que su nariz.
Las sirenas podían habitar tanto en el mar como en agua dulce. Un ejemplo de una de estas sirenas aparece en la historia del Laird de Lorntie en
Popular Rhymes of Scotland. El joven laird de Lorntie, en
Forfarshire, regresaba de cazar junto a sus perros y su sirviente cuando oyó a una doncella pidiendo ayuda al pasar cerca de un lago. El laird, conocido por su valentía y disposición de ayudar a todo el mundo, acudió raudo al lago y encontró a una joven chapoteando en el agua a punto de ahogarse. Cuando estuvo a pocos instantes de agarrar los largos y dorados mechones de la dama para salvarla, su sirviente lo sacó del agua sospechando que se trataba de la argucia de un espíritu acuático. El joven laird pudo comprobar que era cierto cuando, al alejarse a caballo, la sirena le gritó con voz diabólica que si no hubiera sido por su siervo se habría hecho con su corazón.
El anciano de Cury
En otras tradiciones populares son benévolas y pueden enamorarse de humanos u otorgarle favores. En el cuento
The old man of Cury, un anciano llamado Lutey entabla conversación con una sirena que había quedado atrapada en un charco de agua en la playa después de que la marea bajase sin que ella se diera cuenta. La sirena le contó que debía volver cuanto antes al mar, pues había salido a explorar mientras su marido y su hijo dormían en una gruta cercana y temía por el caracter violento y salvaje de su compañero. Si no la encontraba al despertar, la acusaría de haber estado rondando la compañía de otros hombres y, si le entraba hambre, era capaz de devorar a su propio hijo. Lutey se apiadó de ella y la llevó en brazos hasta al mar, donde, antes de despedirse, la sirena le prometió cumplirle tres deseos por su buena obra. De buen corazón y poco materialista, el anciano le pidió el poder de romper los hechizos de las brujas, alejar las enfermedades y descubrir a los ladrones para restaurar los bienes robados. Desde entonces, los descendientes de este hombre aún poseen estos poderes.
La primera sirena
El primer ser femenino considerado como una sirena sería la deidad conocida como Atárgatis en
Siria y Dérceto en
Grecia.
Luciano dice en el tomo III de sus
Obras que vio una imagen de Dérceto en
Fenicia: «Extraña maravilla. La mitad era mujer, pero lo que va de los muslos a las puntas de los pies se extiende como una cola de pez». Esta deidad no siempre tuvo este aspecto. En el libro II de la
Biblioteca histórica,
Diodoro Sículo cuenta que la diosa
Astarté, que estaba enemistada con Dérceto, le infundió un gran amor por un joven perteneciente a su séquito. Unida al mortal, dió a luz a una niña, pero avergonzada por sus pecados, hizo desaparecer a su amante y abandonó a su hija en un desierto. Luego se arrojó a un lago cercano a la gran ciudad de
Ascalón, donde se convirtió en una criatura mitad pez. Su relato sigue con su hija siendo criada por palomas en el desierto hasta que fue rescatada por unos campesinos y acabó siendo adoptada por Simas, el encargado de los establos reales. Recibió el nombre de
Semíramis y finalmente se convirtió en reina de
Babilonia. Por esto, los sirios no comen pescado ni palomas, pues los consideran sagrados.
Tesalónica: la sirena del Egeo
Existe entre los griegos una leyenda que cuenta que
Alejandro Magno buscó durante su reinado la manera de volverse inmortal. Durante sus periplos, consiguió hacerse con un frasco de agua de la fuente de la eterna juventud, pero
Tesalónica, su hermana, encontró el frasco y bebió un poco de él, utilizando el resto para lavar su hermosa cabellera. Cuando
Alejandro se enteró de lo ocurrido, maldijo a su hermana para que se convirtiera en un pez y vagara eternamente por el mar. Al terminar de hablar,
Tesalónica se convirtió en una sirena y, desde ese momento, recorre las olas aflijida por la culpa en busca de noticias sobre su hermano. Otra versión dice que al morir su hermano,
Tesalónica se lanzó al mar y se convirtió en sirena. Cuando encuentra un barco, se acerca a él y le pregunta a los marineros lo siguiente: «¿Sigue vivo el
rey Alejandro?». Si los marinos no conocen su historia y le dicen la verdad, que murió hace tiempo,
Tesalónica hunde el barco creando un gran oleaje. Para librarse de este castigo debían responder que
Alejandro seguía vivo y gobernando el mundo, entonces calmaba los vientos y las olas y acompañaba al barco cantando y tocando el arpa.
Santa Lí Ban de Irlanda
Lí Ban, o Liban, fue originalmente una de las hijas del rey irlandés
Eochaid que sobrevivió a la inundación que creó el gran
lago Neagh cuando una fuente sagrada fue profanada en el año 90 d.C. Lí Ban fue arrastrada por las aguas, pero tanto ella como su perro fueron transportados milagrósamente a una cueva subacuática. Allí pasó un año hasta que comenzó a rezar a Dios pidiéndole convertirse en salmón para poder salir de allí. Dios escuchó sus plegarias e hizo realidad sus rezos, transformándola a ella en una sirena con cola de salmón y a su perro en una nutria. Juntos, nadaron por los mares durante 300 años hasta que
Irlanda se volvió cristiana y
San Comgall se convirtió en obispo de
Bangor.
Un día,
San Comgall envió a Beoc, uno de sus clérigos, a
Roma para consultar unos temas con el
Papa Gregorio. Durante su viaje les acompañó una hermosa voz cuyo canto procedía de debajo del agua. Era tan dulce que Beoc pensó que se trataría de un
ángel, pero Lí Ban habló desde las aguas y le dijo: «Soy yo quien canta, Lí Ban, hija de
Eochaid, y no un
ángel. Durante 300 años he nadado por estas aguas y te imploro que organices mi encuentro con los santos hombres de
Bangor en Inver Ollarba. Remítele a
San Comgall lo que te he dicho y dejad que todos vengan con redes y botes a sacarme del mar». Beoac le prometió cumplir con su promesa y, antes de que terminara el año, volvió de Roma y le contó a
San Comgall la petición de la sirena.
Tal y como le prometió, una multitud de gente acudió al mar en el lugar indicado con sus botes para encontrar a Lí Ban, hecho que logró Beoan, hijo de Inli, que la acercó a tierra en su bote lleno de agua. Entonces surgió una disputa sobre a quién pertenecía la sirena: a Beoan, por haberla sacado del agua; a Beoc, porque se presentó ante él; o a
San Comgall, pues fue ella quién pidió un encuentro con él. Para solucionar esto, los hombres de
Bangor se enclausaron toda una noche para rezar y meditar. Entonces un
ángel se les apareció y les dijo que un carro tirado por bueyes llegaría ante ellos. Debían colocar a Lí Ban en dicho carro y allá donde se detuviera sería el territorio consagrado por la sirena. De este modo, el carro se dirigió hacia la iglesia de Beoc,
Teo-da-Beoc, y allí se le dio la opción de morir inmediatamente y ascender por fin a los cielos o quedarse en tierra otros 300 años como los que vivió en el mar y después ir al cielo. Lí Ban eligió morir de inmediato y
San Comgall la bautizó con el nombre de Muirgen,
nacida del mar. De este modo fue canonizada y se la cuenta como una de las muchas santas Vírgenes.
Los mares de las islas británicas
El mito de las sirenas está extendido por todo el mundo con más o menos variables. Por ejemplo, en las aguas que rodean las
islas británicas, existen diferentes tipos de sirenas. En
Irlanda se les conoce como
merrow o
murdhwacha, pueden adentrarse en tierra gracias a un gorro mágico de tres puntas y color rojo que está adornado con una pluma, pero si lo pierden no pueden volver al mar. Sus hembras son hermosas y sus machos, aunque feos y horribles, son de buen caracter y amigables con los hombres.
En
Escocia se les llama
ceasg,
maighdean na tuinne (
escocés: dama de las olas) o
maighdeann mhara (
escocés: dama del mar), cuyas colas de pez son similares a las del salmón. Si son capturadas, pueden conceder deseos a cambio de su libertad. A veces pueden tomar a jóvenes hermosos como amantes, agasajándolos con joyas y riquezas sacadas de tesoros hundidos en el mar, pero otras veces pueden engatusarlos con sus encantos y convertirlos en sus amantes y esclavos subacuáticos, por eso los marineros procuran liberarlas de inmediato cuando atrapan alguna en sus redes. Otras veces es la ceasg la que sufre por amor, como le ocurrió a la sirena de
Iona, que, enamorada de un santo, lloraba por tener un corazón y alma humanos para que su enamorado pudiera entregarlos a
Cristo. Al caer sus lágrimas, se convirtieron al instante en los guijarros que ahora hay en las playas de
Iona.
Las
bean varrey son las sirenas de la
Isla de Man. Actúan como el resto de sirenas, pero podríamos destacar un cuento en el que una de sus crías se encandila de la muñeca de una humana y se la roba. Al enterarse de lo que ha hecho, su madre le regaña y le obliga a darle su collar de perlas a la humana a modo de compensación. En
Manx fairy tales, de
Sophia Morrison aparece la historia «La sirena de Gob-Ny-Ooyl», donde una larga familia de pesqueros tenía buena relación con una bean varrey, pero tras la retirada del padre, las cosas fueron yendo poco a poco a peor y todos sus hijos tuvieron que dejar su hogar para hacerse marineros. Sólo quedó el joven Evan, que se encontró con la sirena una mañana en la que fue a buscar huevos y a dejar trampas para langostas. Cuando su padre oyó de este encuentro, se alegró mucho y le dijo que la próxima vez que se vieran llevase una cesta de manzanas, pues le encantaban cuando él era joven e interactuaban juntos. Evan y la sirena se hicieron grandes amigos y las cosas comenzaron a mejorar para la familia, pero para evitar los rumores de la gente, que siempre lo veía rondando a la sirena en su bote, se embarcó en un viaje como marino. Antes de su partida, plantó un manzano en lo alto de un acantilado y le dijo a su amiga que cuando creciera lo suficiente, sus manzanas caerían al mar y podría seguir disfrutando de ellas aunque él no estuviese. Desgraciadamente, el manzano crecía con lentitud y la bean varrey se hartó de esperar, así que pese a que al final el árbol acabó dando frutos, la sirena ya no volvió nunca más a encontrarse con Evan a su vuelta.
Las sirenas de la península ibérica
A lo largo de todo el
litoral cantábrico nos podemos encontrar con historias muy semejantes sobre las sirenas. Son mujeres de extraordinaria belleza y cola de pez que viven en palacios submarinos llenos de riquezas. Con su voz melodiosa atraían a los navegantes hacia los acantilados para que se estrellasen o para convertirlos en sus amantes. En
Asturias y
Cantabria existe la creencia de que estas sirenas tenían su origen en alguna muchacha que fue maldecida por sus padres debido a su afición a nadar o por rondar zonas peligrosas cerca del mar, como la
sirenuca de
Castro Urdiales. En
Extremadura, aunque se trata de una región aislada del mar, también existe el mito de las sirenas, como la que habitaba en el
río Guadiana a su paso junto a
Villanueva de la Serena, municipio de
Badajoz en cuyo
escudo aparece dicha criatura mitológica.
Estas mujeres marinas cobran especial importancia en
Galicia, donde, según cuentan las leyendas, el matrimonio con una de ellas dio origen al apellido de los Mariño. El primero que hace mención de su historia es el
conde don Pedro de Barcelos, el cual narró en su
Nobiliario que el cazador y montero don Froiam encontró a la orilla del mar a una mujer marina de la que se enamoró al instante. Nunca se menciona que tuviera cola de pez, pero sí que estaba cubierta de escamas que, con el tiempo, se le secaron y cayeron, adaptándose así a la vida en tierra firme. Don Froiam la tomó por esposa y le puso Mariña por nombre, ya que había venido del mar. Con ella tuvo un hijo al que llamó Juan Froiaz Mariño o Hernán Mariño. De ahí proviene dicho apellido. Esta historia tiene diferentes versiones que recopilaron autores como el
padre Feijoo en su
Teatro crítico universal o
Antonio de Torquemada en su
Jardín de las flores curiosas.
Saliendo de
España, en
tierras portuguesas, están las
mulheres marinhas. Tienen la apariencia de una mujer de cintura para arriba y, en lugar de cola de pez, como el resto de sirenas, tenían piernas escamosas terminadas en patas de cabra. A pesar de tener un rostro bellísimo, sus orejas eran tan grandes que les colgaban hasta los hombros.
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