Amorachinis

Los amorachinis, también conocidos como amulachinis o mulachinis del cielu, son unos espíritus aéreos del folklore de las Hurdes, comarca extremeña localizada en el norte de Cáceres. Estos personajes son de pequeña estatura, muy similares a bebés aunque tan solo cuentan con un ojo como los cíclopes.

Van vestidos con recias indumentarias de cuero ya que, a parte de jugar y retozar entre las negras nubes de tormenta, también se dedican a forjar en el volcán de El Gasco los rayos y relámpagos que luego lanzan a la tierra con certera puntería. Para protegerse de sus rayos, los vecinos de las Hurdes clavaban en los montes cruces trenzadas con torvisco, planta a la que se le atribuían propiedades contra el mal de ojo y espíritus malignos.

Ilustración de Victoria Inglés para Leyendas, misterios y seres mágicos de Las Hurdes, de Israel J. Espino

Fuentes

Jiménez, Íker: El paraíso maldito. Editorial EDAF, Madrid (2003).
Jiménez Espino, Israel: Leyendas, misterios y seres mágicos de las Hurdes. Mancomunidad Comarca de las Hurdes (2024).
Revista de Folklore nº 434. Fundación Joaquín Díaz (2018).

Chagrin

El chagrin, también conocido como harginn, cagrino, buecubu o guecubu, es un espíritu maligno que el pueblo gitano del este europeo trajo consigo desde la India. Se trata de una especie de pequeño diablo que toma el aspecto de un erizo o puercoespín de color amarillo. Según la fuente, este espíritu podía medir 20 cm de ancho y largo o 45 cm de largo y 20 de ancho; a pesar de esto, en lo que sí coinciden todas las versiones es que el chagrin se dedicaba a enredar las crines de los caballos y a cabalgarlos por la noche hasta extenuarlos, dejándolos enfermizos, cansados y sudados al día siguiente.

Los gitanos, para mantener a raya a estos espíritus, realizaban un ritual en el que ataban a los caballos a una estaca untada con jugo de ajo y luego colocaban un hilo de lana rojo en forma de cruz en el suelo a cierta distancia del animal para que no deshiciera la figura con sus patas. Mientras se colocaba el hilo, debía cantarse lo siguiente:

Sáve miseç káthe,
Ác ándre lunge táve,
Andre leg páshader páñi.

De tu tire páñi
Andre çuca Cháriñeyá,
Andre tu sik mudárá!
Todo mal se queda aquí,
se queda en el hilo largo,
en el próximo arroyo.

¡Dame agua!
¡Salta, chagrin!
¡Muérete allí cuanto antes!

Otro ritual consistía en tomar algo del pelo del animal, un poco de sal y sangre de murciélago; se mezclaba todo con harina y se elaboraba un pan con el que debían frotarse los cascos del caballo. Entonces se guardaba el recipiente en el que se mezclaron los ingredientes en el tronco de un gran árbol mientras se recitan estas palabras: Ac tu cin kathe, cin ádá tçutes ávlá! (romaní: «Quédate aquí hasta que se llene por completo»). Tampoco se podían deshacer ni cortar los enredos que hacían los chagrin en las crines de los caballos sin recitar antes el correspondiente encantamiento en el que se le deseaba el mal al espíritu: Cin tu jid, cin ádá bálá jiden (romaní: «Vivirás tanto como lo que van a durar estos cabellos»).

Que los chagrin cansasen a los caballos no era el único problema de los gitanos, pues su orina también provocaba hinchazones y llagas en los animales que montaban por la noche. Para curarles se debía guardar por la noche un trozo de tela roja en el agujero de un árbol y taparlo con un corcho mientras se dice: Ac tu káthe, cin áulá táv pedá, cin pedá yek ruk, cin ruk yek mánush, ko mudarel tut (romaní: «Quédate aquí hasta que el trapo se convierta en animal; el animal en árbol y el árbol en el hombre que te destruirá»). Luego, por el día, se cubrían las heridas con el trapo bendecido.

Las que más corrían el riesgo de sufrir ataques de los chagrin eran las yeguas que acababan de dar a luz, por eso, como método de protección, se les daba de beber agua en la que se han metido unas brasas encendidas sacadas tres veces del fuego y objetos de hierro tales como clavos o cuchillos. Tras esto, se pronunciaba solemnemente esta frase: Piyá tu te á ac sovnibnastár! (romaní: «Bebe y no te adormezcas»).

Ilustración del libro Hadas, de Alan Lee y Brian Froud

Fuentes

Bane, Theresa: Encyclipedia of demons in world religions and culture. McFarland and Company, Inc., North Carolina (2012).
Godfrey Leland, Charles: Gypsy sorcery and fortune telling. University books, USA (1962).
Lecouteux, Claude: Dictionary of gypsy mythology. Charms, rites, and magical traditions of the roma. Inner Traditions, Rochester, Vermont (2018).

Ema no sei

Ema no sei (japonés: 絵馬の精; espíritu de las tablillas votivas) es un yokai benévolo relacionado con los ema, unas tablillas de madera que los fieles cuelgan en los templos sintoístas para hacer peticiones a los dioses.

Según una historia, un hombre que vivía en Asakusa llamado Komagata Dōan era un fanático de estas tablillas y se dedicaba a estudiarlas con mucho fervor. Un día que se encontraba lejos de casa debido a sus estudios, se vio sorprendido por una tormenta y, al no tener ningún lugar en el que hospedarse, Dōan buscó refugio en un templillo cercano para pasar la noche allí. Cuando despertó casi al alba, vio en un rincón oscuro la figura fantasmal de un anciano. Éste era el espíritu de las tablillas ema, que al comprobar lo mucho que le gustaban a nuestro protagonista, decidió transmitirle los secretos que conocía sobre el tema.

Ilustración de Shigeru Mizuki

Fuentes

Mizuki, Shigeru: Enciclopedia yokai Vol. 1. Satori, Gijón (2017).

Fusuma

Un fusuma (japonés: 衾; Colcha) era una especie de edredón primitivo que se usaba antiguamente en Japón antes de que se extendiera el uso de los futones. Por diversas partes del archipiélago nipón se cuentan historias de varios yokai que tienen un aspecto similar al de estos edredones, por lo que reciben también el nombre de fusuma. Guardan gran parecido con otros yokai como el ittan momen y el boroboroton.

Por lo general son de gran tamaño, como el que aparece en Tosa, pues era capaz de crecer hasta envolver por completo a su víctima para asfixiarla. Por suerte, si se tenía la suficiente sangre fría para tranquilizarse y sentarse en el suelo, el fusuma soltaba a su presa y desaparecía. También se podía evitar su ataque si se fuma tabaco, pues el fuego y el humo espantaba a estos espíritus.

En la región de Sado, en la prefectura de Niigata, rondaba otro fusuma, aunque su tamaño era más pequeño, pues tenía las proporciones de un furoshiki, un paño que se empleaba para envolver regalos. Este espectro se lanzaba contra la cara de aquellos que encontraba fuera de casa por la noche, dificultándoles así la visión y la respiración. La única manera que existía para librarse de él consistía en morderlo y desgarrarlo, pero sólo funcionaba si la víctima tenía los dientes teñidos de negro siguiendo la técnica ohaguro, pues este peculiar color se conseguía con limaduras de hierro, metal que servía de amuleto contra los malos espíritus. Esta práctica era común entre las mujeres y nobles de los períodos Heian y Edo, pero en Sado se le tenía tanto miendo a este yokai que bien entrada la era Meiji todavía quedaban hasta hombres que se teñían los dientes de negro.

En la isla de Sakushima, localizada en la ciudad de Nishio, la gente temía a un yokai conocido como futon kabuse (japonés: フトンカブセ; futón que cubre), que se arrastraba suavemente hasta su víctima para cubrirla por completo y asfixiarla. Por su descripción y modo de actuar, posiblemente se trate de un fusuma más.

Ilustración de Shigeru Mizuki

Fuentes

Mizuki, Shigeru: Enciclopedia yokai Vol. 1. Satori, Gijón (2017).
Misarin.net

Kaichigo

El kaichigo (japonés: 貝児; Chico de las conchas) es un tsukumogami nacido de un viejo set de kai-awase (japonés: empareja conchas). Parece ser invención de Toriyama Sekien para su Gazu hyakki tsurezure bukuro (japonés: 百器徒然袋; Bolsa de los cien utensilios aparecidos al azar), donde aparecía como un muñeco vestido con un kimono saliendo del kaioke, una cajita octogonal en la que se guardaban las piezas del kai-awase.

Este juego, que solía estar en manos de familias pudientes y pasaba de madres a hijas como regalo de bodas, consistía en varias conchas de almejas hermosamente decoradas en su interior con dibujos de paisajes, flores, personas o escenas del Genji Monogatari; la concha superior se llamaba yo y la inferior in, y el juego consistía en unir cada yo con su correspondiente in. Al tratarse de un objeto que pasaba de generación en generación, era normal que se transformara en un yokai tras acumular muchos años y acabase olvidado y en desuso.

Ilustración de Shigeru Mizuki

Fuentes

Meyer, Matthew: El libro del Hakutaku. Quaterni, Madrid (2021).
Mizuki, Shigeru: Enciclopedia yokai Vol.1. Satori, Gijón (2017).
Sekien, Toriyama: Guía ilustrada de monstruos y fantasmas de Japón. Quaterni, Madrid (2014).

Agrio y Oreo

Agrio (griego antiguo: Αγριος; Agreste) y Oreo (griego antiguo: Ορειος; Montañés) fueron dos hombres salvajes nacidos de la unión de la hermosa Polifonte con un oso.

Polifonte, hija de Trasa e Hipónoo, fue una joven que rechazó mantener relaciones sexuales y prefirió mantener su virginidad en los montes como una seguidora de Ártemis. Afrodita, la diosa del amor, se sintió ofendida por este desdén y la castigó infundiéndole un amor contra natura por un oso. Cuando Ártemis descubrió a Polifonte consumando acto tan obsceno, enloqueció de ira y mandó a todas las fieras salvajes del bosque contra ella. Para no ser despedazada por los animales, Polifonte huyó a casa de su padre y allí dio a luz a dos niños: Agrio y Oreo, que contaban con un tamaño desproporcionado y una fuerza prodigiosa. La naturaleza de estos personajes iba a la par con su fuerza, pues eran cruentos y salvajes, no honraban a los dioses y secuestraban a todo extranjero con el que se topaban para devorarlo.

Los actos tan aborrecibles de estos hermanos llegaron a oídos de Zeus, por lo que envió a Hermes para que los castigase como él quisiera. En un principio planeaba cortarles las manos y los pies, pero Ares, que era abuelo de Polifonte, se apiadó de ellos y en lugar de mutilarlos los metamorfoseó en aves: a Polifonte la convirtieron en un «pájaro tenebroso», es decir, una estrige o búho; Oreos fue transformado según las Metamorfosis de Antonino Liberalis en un lagôs, un ave rapaz no identificada que no anuncia nada bueno cuando aparece; finalmente, Agrios se transmutó en un buitre, el ave más odiada y despreciada por hombres y dioses.

Ilustración de Cécile Vallade para Polyphonte, obra adaptada por Julie Nakache

Fuentes

Antonino Liberalis: Metamorfosis. Gredos, Madrid (1989).

Onocentauro

El onocentauro (griego antiguo: Ονοκενταυρος: centauro asno) es una bestia de naturaleza doble descrita por Claudio Eliano en el tomo XVII de su Historia de los animales. Habita en África y posee estructura humana hasta la cintura: tiene rostro de hombre, una densa cabellera y pechos abultados y colgantes; mientras tanto, el lomo, las costillas, el vientre y las patas traseras son como las de los asnos, siendo de color ceniciento por el cuerpo y blanquecino bajo los costados.

Cuando necesita echarse a la carrera, emplea los brazos humanos a modo de patas delanteras y no tiene que envidiar en nada la velocidad de otros cuadrúpedos; por otra parte, cuando tiene que manipular algo, debe sentarse para poder utilizar las manos libremente. Es de caracter violento y, cuando se le captura, añora tanto su libertad que se abstiene de comer hasta que muere de hambre. Posiblemente su origen se halle en una visión distorsionada de los grandes simios de África, como los chimpancés o los gorilas.

Ilustración del De animalium proprietate - Manuel Philes

Fuentes

Claudio Eliano: Historias de los animales IX-XVII. Gredos, Madrid (1984).

Panotios

Los panotios (griego antiguo: Πανωτιος; Todo orejas), también conocidos como fanesios (latín: Phanesius), fueron una raza monstruosa de humanos que habitaba en unas islas de Escitia, posiblemente localizadas en el mar Báltico, al igual que otros hombres monstruosos como los hipópodes. Los miembros de esta tribu, que siempre iban desnudos, se caracterizaban porque poseían unas orejas tan grandes y desmesuradas que podían cubrirse todo el cuerpo con ellas. Comparten este rasgo tan peculiar con la tribu india de los Pandas que describió Ctesias en su obra Índica.

Otras versiones del mito, como la recogida en El libro de las maravillas de Juan de Mandeville, cuentan que este pueblo habitaba en Asia, continente por el que se expandieron los descendientes de Cam, hijo maldito de Noé. Nimrod, nieto de Cam, se convirtió en el primer rey del mundo tras el Diluvio y mandó construir la torre de Babilonia, ciudad a la que acudían demonios para copular con las mujeres del lugar. De esas uniones antinaturales surgieron todas las razas deformes y monstruosas.

Homo fanesius auritus - Ilustración del Monstrorum historia de Ulisse Aldrovandi

Fuentes

Anónimo: El libro de las maravillas de Juan de Mandeville. Edición de Gonzalo Santoja, Madrid (1984).
Isidoro de Sevilla: Etimologías. Biblioteca de autores cristianos, Madrid (2004).
Plinio el Viejo: Historia natural III-VI. Gredos, Madrid (1998).

Ubume

La ubume (japonés: 姑獲鳥; Mujer parturienta) es el espectro en el que se convierte una mujer que ha muerto antes o durante el parto. Es un fantasma conocido a lo largo de todo Japón, por lo que también se le conoce con otros nombres como Obo, Unme, Ugume, Ubame Tori, etc.

La preocupación de la difunta madre por el posible destino de su hijo hace que su espíritu no descanse en paz si no se le realizan los rituales funerarios adecuados, por lo que se sigue apareciendo en este mundo como una mujer con las faldas teñidas por la sangre del parto y sosteniendo un bebé en brazos. Es común verla llorando en noches lluviosas allá donde dio a luz junto a puentes, caminos o cerca del mar, lugares asociados al otro mundo. Si alguien desprevenido le pregunta qué le pasa, le implorará que coja a su bebé en brazos mientras se lo ofrece; poco a poco, el infante irá aumentando de peso hasta que es imposible seguir sosteniéndolo, es entonces cuando la víctima se da cuenta de que el niño se ha convertido en una gran roca. Este modo de actuar es similar al de otros yokai, como la nure onna, el konaki jijii o el obariyon.

Shigeru Mizuki dijo en su Enciclopedia Yokai que en la prefectura de Yamaguchi, para evitar que una mujer embarazada que ha fallecido se convierta en ubume, se debe extraer el feto de su interior y enterrarlos por separado. También menciona que, en algunas regiones, si uno logra aguantar el peso del bebé hasta el final y luego reza para que el espíritu de la ubume alcance la paz budista, se verá recompensado con una fuerza sobrenatural.

Hay leyendas en las que, si el bebé sobrevive a la madre, el espíritu de la mujer intenta mantenerlo con vida acercándose a los vivos en busca de alimentos y ayuda. Esto fue lo que le ocurrió al vendedor de una tienda de golosinas a cuyo negocio acudía todas las noches una mujer de aspecto desaliñado que le pagaba con hojas secas. Un día, lleno de curiosidad, decidió seguir a la mujer hasta que llegó a un cementerio y vio cómo desapareció sin dejar ni rastro; fue entonces cuando cerca de allí oyó el llanto de un bebé. Al parecer, dicha mujer fue enterrada estando encinta y dio a luz post mortem.

El hombre adoptó al bebé y cada cierto tiempo recibía la visita del espíritu de la madre que acudía para ver a su hijo. Esta ameya no yurei (japonés: fantasma que cría niños) acabó ayudando al vendedor de golosinas revelándole secretos que podían serle de ayuda, por lo que su negocio prosperó y el niño creció hasta convertirse en un monje de alto rango.

Ilustración de Shigeru Mizuki

Fuentes

Meyer, Matthew: El desfile nocturno de los cien demonios. Quaterni, Madrid (2019).
Mizuki, Shigeru: Enciclopedia yokai Vol. 2. Satori, Gijón (2018).
Sekien, Toriyama: Guía ilustrada de monstruos y fantasmas de Japón. Quaterni, Madrid (2014).

Yanari

En Japón se conoce como yanari (japonés: 家鳴; ruido de la casa) al fenómeno poltergeist, es decir, cuando una casa se ve afectada por sonidos sobrenaturales y los objetos se mueven aparentemente solos. Toriyama Sekien representó este suceso en su Gazu Hyakki Yagyō (japonés: 画図百鬼夜行; Desfile nocturno ilustrado de los cien demonios) como pequeños oni golpeando las paredes de una casa y agitando las vigas del porche.

Shigeru Mizuki cuenta que estos hechos solían suceder con más frecuencia en los antiguos caserones, ya fueran las viviendas de los guerreros de más alto rango o de familias campesinas. En Kioto, al parecer, a altas horas de la noche, las ventanas de una casa comenzaron a repiquetear hasta que el traqueteo se volvió más salvaje. A estas le siguieron las puertas corredizas de las habitaciones, la puerta de la casa y, finalmente, todo el edificio.

En la provincia de Tajima también existe una leyenda en la que un grupo de ronin decidió poner a prueba su valor pernoctando en una casa embrujada. Todo el edificio se puso a temblar a altas horas de la noche, así que salieron despavoridos creyendo que era un terremoto. Al comprobar que sólo esa casa era la que se sacudía, decidieron volver la noche siguiente acompañados de un viejo sabio que vivía en la zona. Cuando el fenómeno volvió a ocurrir, el sabio encontró el lugar donde el temblor era más intenso y clavó su espada en el suelo, logrando así que el yanari se detuviera.

Los ronin examinaron la zona donde el sabio había clavado su espada y descubrieron una lápida dedicada a un oso de la que manaba sangre. Los vecinos del lugar les explicaron que hace tiempo un oso solía colarse en los hogares humanos por la noche hasta que entró en esa casa, entonces el dueño lo mató y colocó aquella lápida para honrarlo y así evitar la cólera de su espíritu.

Ilustración de Shigeru Mizuki

Fuentes

Meyer, Matthew: La hora del encuentro con los espíritus malignos. Quaterni, Madrid (2020).
Mizuki, Shigeru: Enciclopedia yokai Vol. 2. Satori, Gijón (2018).
Sekien, Toriyama: Guía ilustrada de monstruos y fantasmas de Japón. Quaterni, Madrid (2014).

Cabras diabólicas

En diversos puntos de España podemos escuchar historias en las que un hombre se encuentra con un cabritillo perdido en plena noche de tormenta y decide llevárselo a casa. Todo hasta aquí sería algo normal si no fuera porque, conforme el protagonista avanza con el animal a cuestas, éste comienza a pesar más y más hasta que acaba riéndose y hablando con una horrible voz humana. Al norte de la península, en Galicia, Asturias y Castilla y León, se cree que son meras trastadas de un geniecillo conocido como Diablo burlón, pero más al sur, en Extremadura y Murcia, se dice que estos animales son diablos que causan pavor en sus víctimas.

El periodista Íker Jiménez recogió en su libro El paraíso maldito el caso de Vicente Japón, un vecino de la alquería de la Huetre. Al parecer, una noche en la que se disponía a recoger al ganado como hacía siempre, se percató de que le faltaba una cabrita. En su búsqueda se topó con un macho de color negro que parecía perdido, por lo que Vicente lo tomó a hombros para llevárselo a su corral. Justo cuando se adentraba en la alquería por la única calle de entrada, la carga que llevaba encima comenzó a pesarle tanto que hasta le cedían los brazos por el dolor. En ese momento, la criatura le habló al oído con voz ronca y profunda: «Vicente... Vicente». Al soltar al chivo por el susto, vio cómo la bestia se puso de pie sobre sus patas traseras y se le encaró con un rostro deforme que antes no tenía. Esto fue lo último que se supo del suceso, ya que Vicente Japón huyó del lugar entre gritos.

Una leyenda de Ahigal, otro municipio extremeño de Cáceres, cuenta que le sucedió lo mismo a un pastor al que conocían como Perico. En su caso, el chivo que se encontró no llegó a hablarle, pero sí que le dio un mordisco en el cuello mientras lo llevaba a cuestas; cuando se giró a mirar al animal, vio que le salían llamas de los ojos. Tras arrojarlo al suelo, el demonio se marchó dando brincos y soltando risotadas.

Parece que Ahigal es un pueblo proclive a estos hechos paranormales, ya que una historia de 1913 cuenta que unos tercios oyeron balar a una cabra en la calle de las Escalaveras. Creyendo que el animal se había escapado de un corral que había en las inmediaciones, intentaron atraparla para comérsela aquella noche, pero la cabra huía de ellos y luego se paraba a cierta distancia como esperando a que se acercaran a ella. Esta persecución duró hasta que los hombres acabaron fuera del pueblo, en medio de unos jarales del camino de Vega Jerrero, donde comenzó a emanar del suelo un insoportable olor a azufre y fueron rodeados por cientos de cabras que, en lugar de balar, soltaban grandes carcajadas. Todos salieron huyendo porque comprendieron que esos animales eran en realidad demonios y les habían guiado hasta una entrada al infierno.

Escena de la película V/H/S/2
La Región de Murcia no se queda atrás con esta clase de encuentros. Los vecinos de Archena colocaron una cruz en la cima del monte Ope para exorcizar cualquier demonio, plaga o enfermedad que hubiera en el lugar ya que, según la leyenda, un pastor tuvo un encontronazo con un ente diabolíco una fría tarde de invierno que subió al cerro para recoger caracoles. Allí se encontró con un pequeño cordero que creía había sido abandonado tras dar a luz por alguno de los animales de su rebaño cuando pastaban, por lo que se echó a la criatura a hombros y se la llevó. A cada paso que daba, el animal crecía y pesaba más hasta que alcanzó el tamaño de un borrego y le dijo al pastor: «Cuanto más lejos me lleves, más te pesaré»; entonces adoptó la forma de un demonio y se fue corriendo dejando tras de sí ese característico olor a azufre de los de su clase.

El caso es que estos sucesos no se dan únicamente a las afueras de pueblos y ciudades, ya que Pedro Díaz Cassou narró en el suplemento semanal La Enciclopedia por qué, en plena Murcia, la Calle del Horno pasó a llamarse Calle del Cabrito (acual Polo de Medina). Según la leyenda, a principios del siglo XVIII, en una fría y lluviosa noche de octubre, un zapatero llamado Juán, aficionado al vino y a las cartas, discutió con su mujer porque iba a ir de cena con los amigos del gremio y lo último que oyó al salir de casa fue a su esposa gritándole: «¡Así se te lleven los demonios!».

Parece que la maldición de la mujer fue escuchada, porque a Juan comenzaron a seguirle unos ojos amarillos y brillantes cuando regresaba a casa tras la cena. Al darse cuenta de que iba muy borracho, y no queriendo volver a pelearse con su mujer, decidió volver a la taberna donde estuvo con sus amigos para pasar la noche, pero al poco de entrar ena calle del Horno sonaron las doce campanadas de la medianoche en la Catedral y apareció ante él el animal que le había estado persiguiendo en la oscuridad: un cabritillo. Como no dejaba de ir tras de él, Juan lo tomó como una señal de que debía llevárselo para que le sirviera de comida y se lo echó a cuestas, pero cuando dirigió la mirada al suelo se vio reflejado en un charco cargando con un diablo negro de orejas puntiagudas y dos cuernos en la frente que iba riéndose para sus adentros. Tras gritar «Jesús, María y José» cayó desplomado sobre el charco y fue encontrado al día siguiente inconsciente. Después de contarle su historia a todo el mundo, la calle del Horno pasó a conocerse como la calle del Cabrito.

Ilustración de Alberto Álvarez Peña para Mitología asturiana

Fuentes

Díaz Cassou, Pedro: Suplemento La enciclopedia nº6-7 (10/09/1888 - 17/09/1888).
Domínguez Moreno, José María: Leyendas de Ahigal. Diputación provincial de Cáceres (2020).
García Abellan, Juan: Nuestras leyendas. Industrias gráficas Policron S.A. (1981).
Jimenez, Íker: El paraíso maldito. Corona Borealis, Málaga (1999).
Martínez Cascales, José Ángel: Historias, misterios, crónicas y leyendas murcianas. Gami Editorial, Granada (2023).

Monstruo de la laguna de Tagua

Según se publicó en diversos panfletos europeos, en 1784 apareció una horrible criatura conocida como monstruo anfibio o arpía en la laguna de Tagua, cuerpo de agua ya desaparecido que se encontraba en el antiguo reino de Chile, perteneciente en aquella época a Juan Próspero de Elzo y Araníbar. Desgraciadamente, la noticia de la aparición de este monstruo no fue más que una burla y crítica alegórica que propagó el conde de Provence contra su hermana, la reina María Antonieta.

Esta bestia quimérica fue descrita como un animal cubierto por completo de escamas, era muy corpulento y medía una tres varas y media de largo (casi 3 metros); tenía un par de alas de murciélago y se sostenía únicamente sobre dos gruesas y cortas patas de unos veinte centímetros, aunque sus garras eran muy largas y afiladas. Para compensar la escasa longitud de sus extremidades contaba con dos largas y ágiles colas: con una enroscaba a sus presas y con la otra, terminada en punta de flecha, les daba muerte. Lo más destacable de su fisionomía se encontraba en la cabeza, pues su rostro recordaba a una cara humana con una melena tan larga que le llegaba a los pies y con la que solía enredarse; la boca, plagada de afilados dientes, le llegaba de oreja a oreja; tenía cuernos de toro y orejas largas similares a las de los asnos.

Al parecer, atacaba y devoraba a todo animal que se acercase a la laguna para beber agua, por lo que se reunió un grupo de cien hombres para acabar con sus matanzas. Fue atrapada con vida y, por orden del virrey, se decidió que debía enviarse a España para exponerla como espectáculo. Como se alimentaba diariamente de un buey y tres o cuatro cerdos, era inviable transportarla por mar desde el cabo de Hornos, pues el viaje duraría cinco o seis meses y no había barco que pudiese llevar víveres suficientes para mantenerla con vida. Ante este problema, la transportaron por tierra hasta el golfo de Honduras, donde la llevarían hasta la Habana y, desde ahí, pasando por las Bermudas y las Azores, llegaría a Cádiz para luego ser mostrada en la corte española.

Estampa de la criatura que se vendía en la librería de Escribano, calle de Carretas nº 8 (Madrid)

Fuentes

Callejo, Jesús: Bestiario mágico. Edaf, Madrid (2000).
Estampa anónima; Librería de Escribano, calle de Carretas nº 8, Madrid.