Gerión

En la mitología griega, Gerión (griego: Γηρυών; Gêruôn o Γηρυόνης Gêruônês) era un monstruoso gigante, hijo de Crisaor y Calírroe.

Gerión es descrito como un ser antropomorfo formado por tres cuerpos, con sus respectivas cabezas y extremidades, según la mayoría de las versiones. Aunque no se suele especificar la forma exacta de la unión entre los tres cuerpos, se le suele representar con una unión lineal o radial por las cinturas. A veces se le retrata con alas, pero no es usual. Aparte de estas características, tenía un aspecto humano.

Gerión vivía en la isla Eriteia (identificada por Plinio el Viejo con la actual Cádiz), más allá de las columnas de Héracles al oeste Mediterráneo, ya en el curso del Océano. Era dueño de un espléndido rebaño de bueyes custodiado por el perro Ortro y un pastor llamado Euritión.

El décimo trabajo de Heracles consistió en tomar los famosos bueyes de Gerión sin pedirlos ni pagarlos. Gerión era rey de Tartesos en España y tenía fama de ser el hombre más fuerte del mundo. 

Mientras Heracles viajaba hacia los dominios del gigante, cruzó el desierto libio (Libia era el nombre genérico de África para los griegos) y quedó tan frustrado por el calor que disparó una flecha a Helios, el sol. Helios le rogó que parase y Heracles pidió a cambio la copa dorada que el dios usaba para cruzar el mar cada noche de poniente a levante. Heracles usó esta copa dorada para llegar a Eritia, en lo que constituye uno de los motivos de los pintores de vasijas.

Heracles intentó robar el ganado y mató primero a Ortro y luego a Euritión con su clava. Menecio, que pastoreaba cerca de allí los rebaños de Hades, avisó a Gerión de lo ocurrido, y cuando llegó hasta Heracles este le atravesó los tres cuerpos con una de sus flechas empapadas con la sangre de la Hidra. En otras versiones le disparó tres flechas, alcanzando una de ellas a Hera, que le hirió en el pecho derecho cuando acudió en ayuda de Gerión.

Heracles tuvo entonces que arrear el ganado hasta Euristeo. En las versiones romanas de la historia, Caco robó en el monte Aventino de Roma parte del ganado de Gerión a Heracles mientras éste dormía, haciendo que las reses caminasen de espaldas para no dejar nuevas huellas, una repetición del truco del joven Hermes. Según algunas versiones, Heracles pasó con el resto del ganado frente a una cueva donde Caco escondía las reses robadas, y empezaron a llamarse unas a las otras, pero en otras Caca, la hermana de Caco, le dijo a Heracles dónde se escondía su hermano. Heracles mató entonces a Caco y, de acuerdo con la mitología romana, fundó un altar en el lugar donde el Foro Boario, el mercado de ganado, se celebraría posteriormente.

Para molestar a Heracles, Hera envió un tábano para que picase al ganado, irritándolo y esparciéndolo. Hera envió entonces una inundación que elevó el nivel de un río tanto que Heracles no podía vadear el ganado. Heracles apiló piedras en el río para hacer que el agua fuera menos profunda, y más tarde Equidna asaltó a Héracles para robarle los bueyes de Gerión, y cuando éste fue a reclamarlos Equidna le dijo que no se los entregaría a menos que el héroe tuviese relaciones sexuales con ella. Heracles lo hizo, y de esta unión nacieron Agatirso, Gelono y Escites. Cuando por fin llegó a la corte de Euristeo, el ganado fue sacrificado a Hera.

El poeta Estesícoro escribió una Canción de Gerión (Gerioneis) en el siglo VI a. C. que es la mejor fuente de esta épica, y que también contiene la primera referencia a Tartesos.

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Arion

En la mitología griega, Arión (Griego antiguo: Άρείων, Areíôn: Mejor; Más fuerte; Más valeroso) era un fabuloso caballo alado de pezuñas negras que, según Sexto Propercio, poseía el don de la palabra y la inmortalidad.

El dios Poseidón, que además del mar lo era de los caballos, intentó en una ocasión seducir a su hermana Deméter sin conseguirlo. La diosa, que entonces sólo tenía en su cabeza el encontrar a su desaparecida hija Perséfone, se transformó en una yegua para evitar las solicitudes del dios, pero éste la descubrió y, transformándose a su vez en caballo, la violó. Deméter quedó embarazada de él y dio a luz más tarde a este caballo maravilloso y a una hija llamada Despoina, pero cuyo nombre era desconocido a los no iniciados en sus misterios. Este episodio tuvo lugar en la región de Telpusia (Arcadia), cuyo rey, Oncio, se apropió del caballo alado. Sin embargo otros autores afirmaban que Arión fue un hijo partenogénito de la Tierra o que nació de los amores del viento Céfiro y de la harpía Podarge.

Cuando el héroe Heracles marchaba contra Élide pasó por Arcadia y le pidió al rey Oncio el fantástico caballo. Montado en él consiguió conquistar la ciudad, tras lo cual lo regaló a Adrasto de Argos. Poseer esta cabalgadura fue la salvación de este rey, pues Arión le libró de la muerte cuando el ejército que comandaba fue derrotado en la denominada guerra de Los siete contra Tebas. El célebre Copreo también se cuenta como uno de los dueños del caballo.

Anfisbena

La anfisbena (del latín: amphisbaena y éste del griego: ἀμφίσβαινα ‘que va en dos direcciones’, de amfis, ‘ambos lados’ y bainein, ‘ir’), también llamada Madre de las Hormigas, es una criatura mitológica representada como una serpiente comedora de hormigas, con una cabeza en cada extremo de su cuerpo. En la mitología griega anfisbena había nacido de la sangre que goteó de la cabeza de la gorgona Medusa cuando Perseo voló sobre el desierto libio con ella en su mano. El ejército de Catón la halló entonces en su marcha junto con otras serpientes. La anfisbena se alimentaba de los cadáveres que quedaban atrás. Poetas como Nicandro, John Milton, Alexander Pope, Jorge Luis Borges y Lord Alfred Tennyson han mencionado a la anfisbena, y como criatura mitológica y legendaria lo han hecho Lucano, Plinio el Viejo, Isidoro de Sevilla y Thomas Browne, desacreditando este último su existencia.

Las descripciones más antiguas de la anfisbena la describen básicamente como una serpiente (quizá una boa de arena india) pero con una cabeza en cada extremo. Así, Plinio el Viejo afirmaba en su Naturalis Historia (siglo I):
«La anfisbena tiene cabezas gemelas, es decir una también al final de la cola, como si no le bastase con verter veneno por una boca».
Sin embargo, representaciones medievales y posteriores la muestran a menudo con dos o más patas escamadas, en concreto patas de pollo, y alas con plumas. Algunos incluso la representaban con cuernos en la cabeza delantera y pequeñas orejas redondas en la trasera, o con cuernos en ambas. Estos cuernos eran largos y curvados hacia arribas o ligeramente en espiral. Mientras algunos bestiarios medievales la mostraban con la segunda cabeza al final de su cola, otros lo hacían con dos «cuellos» de igual tamaño, por lo que no podía determinarse cuál era la trasera. Muchas descripciones de la anfisbena decían que sus ojos brillaban como velas o relámpagos, pero el poeta Nicandro parece contradecir esto describiéndola como «siempre con ojos nublados». También decía que «en cada extremo sobresale una barbilla roma, cada una lejos de la otra».

Thomas Browne, refiriéndose a las descripciones clásicas, detallaba:
«Mientras una lloraba la otra reía, mientras una callaba la otra hablaba, mientras una estaba despierta la otra dormía; así se afirma en tres ejemplos notables de Petrarca, Vicencio y la Historia de Escocia de Buchanan».
Esta serpiente bicéfala contaba con peculiares habilidades. Tenía poderes regenerativos, si era cortada en dos pedazos, ambas partes podían volver a juntarse. Plinio el Viejo indicó que era venenosa por ambas cabezas e Isidoro de Sevilla la hacía muy veloz, capaz de deslizarse rápidamente y en ambas direcciones. Textualmente dijo: «Puede moverse en la dirección de cada cabeza con un movimiento circular.» El poeta Nicandro, sin embargo, la describe como «lenta de movimiento». También podía rodar sujetando las mandíbulas de sus dos cabezas o agarrando el cuello de una en la boca de la otra, la anfisbena podía rodar como un aro de manera semejante al Uróboros, y así era representada por artistas medievales. Finalmente, a diferencia de la mayoría de las serpientes, la anfisbena sería de sangre caliente, ya que aparentemente no se veía afectada por el frío, como indica Isidoro de Sevilla: «Única entre las serpientes, la anfisbena aparece en el frío.» 

Antiguamente se decía que la peligrosa anfisbena tenía muchos usos como ingrediente para remedios mágicos. Llevar una anfisbena en torno al cuello proporcionaría un parto seguro y poseer una anfisbena muerta o su piel curaría la artritis, los resfriados y los sabañones producidos por el frío. Clavar la piel de una anfisbena en un árbol antes de talarlo haría que éste cayera más fácilmente y mantendría caliente al leñador.

Cierva de Cerinea

La Cierva de Cerinea (en griego Κερυνῖτις ἔλαφος/Kerynîtis élaphos) era una criatura fantástica de la mitología griega. Fue el tercero de los trabajos de Heracles.

Heracles debía capturar a la cierva para llevarla viva a Micenas y entregarla a Euristeo. La Cierva de Cerinea tenía pezuñas de bronce y cornamenta de oro, estaba consagrada por la pléyade Táigete a la diosa Artemisa, ya que era una de las cinco ciervas que la diosa había intentado capturar para engancharlas a su carro y había sido la única que había logrado escapar.

La cierva era muy veloz (tanto que las flechas de Heracles no la alcanzaban), y no le resultaría fácil a Heracles atraparla: la persiguió día y noche sin descanso hasta el país de los Hiperbóreos. Allí la capturó mientras abrevaba, y después la llevó a Euristeo. Heracles tardó un año en capturarla.

Heracles era consciente de que si derramaba una sola gota de sangre de la cierva tendría que dar explicaciones, y sufrir el consiguiente castigo. Aprovechando que la cierva estaba bebiendo, Heracles le atravesó las dos patas por la piel utilizando una flecha que hizo pasar entre el tendón y el hueso, sin llegar a derramar su sangre. Una vez inmovilizada, la apresó y la llevó a Micenas. Su gran hazaña sirvió de ejemplo a otros muchos héroes de la antigüedad.

El Bú es un ser de la mitología castellana al que se le daba la figura de un gigantesco búho antropomorfo de color negro y grandes alas (primo hermano de la lechuza, que se bebe los aceites de las iglesias). De enrojecidos ojos, grandes como platos soperos; que paralizan de terror a sus víctimas. Su pico es afilado como cuchillas y sus garras son como trampas loberas de donde es imposible huir (aquel que era cogido se daba por muerto). Entraba por las ventanas para llevarse a los niños despiertos a su escondrijo, normalmente oscuras grutas en encinares (La encina, era un árbol sagrado de los celtíberos). Si bien la figura ha ido cambiando y presentan diferencias locales. Para algunos informantes de Villanueva de los Infantes el “Bú” era una: «Persona chepada, cara abotargada y pies abiertos», «Un pájaro que se parece al loro, que se oye de noche en la sierra, en las risqueras y se decía: Calla que viene el Bú»,«Con aspecto de animal-ave con cara de lechuza».

Las abuelas de Almedina, en noches cerradas, abrían las ventanas de las habitaciones de sus nietos levantiscos, que se negaban a dormir, y a grandes voces, llamaban al “Bú” para que acudiera. En este pueblo le daban figura de un gigantesco búho con grandísimos ojos.

Si bien es cierto que, en su principio el “Bú”, parece ser, tuvo naturaleza antropomorfa, con el paso de los años, en el común del Campo de Montiel, fue adoptando figura de espectral búho. Así figura en la mayoría de informaciones recogidas.

Tanto en Villamanrique como en Torre de Juan Abad, se le tenía por un enorme y negro búho de cuerpo deforme, grandes alas silenciosas, ojos rojos como platos, dos navajas eran su amenazador pico, las garras como trampas loberas.

Cuentan que eran muy frecuentes sus apariciones. Se presentaba al reclamo de auxilio de las mamás y abuelas, a la hora de la siempre evitada siesta infantil. Se encuentra mención a este ser en distintos cantares castellanos:
Duérmete mi niño / Que ya viene el bú / Que se lleva a los niños / Así como tú
Landú, landú / serenadito landú / cierra tus ojos niñito / o vendrá el Bú.
También asomaba, veloz noctívago, para raptar con sus garras a los niños, que en las altas horas de la noche permanecían pasanteando o jugando en calles, plazas y quiñoneras.

Buer

Buer es uno de los demonios nombrados en diversos grimorios y textos de ocultismo. Es el décimo espíritu mencionado en el Ars Goetia, un gran presidente del infierno. Aparece en Sagitario y se manifiesta cuando el sol está en este signo. Enseña filosofía moral y natural, el arte de la lógica y las virtudes de todas las plantas y hierbas. Cura todas las enfermedades y proporciona buenos espíritus familiares. Gobierna cincuenta legiones de espíritus y se debe usar su sello cuando se le invoca.

El Diccionario Infernal de Collin de Plancy añade una descripción de este demonio, diciendo que tiene la forma de una estrella o una rueda con cinco extremidades y avanza rodando sobre sí mismo. Louis le Breton lo ilustró con cara leonina y cinco patas de cabra surgiendo de ella.

En el Grand Grimoire, un antiguo libro en el que se especifica cómo invocar a Lucifer o a Lucífago para hacer un pacto, se menciona la jerarquía que hay en el infierno: Lucifer es el emperador; Belcebú, el príncipe y Astaroth, el gran duque. Por debajo de éstos hay seis espíritus superiores: Lucífago, el primer ministro; Satanachia, el gran general; Agliarept, el general; Fleurety, el lugarteniente general; Sargatanas, el brigadier y Nebiros, el mariscal de campo. Estos espíritus tenían a su vez bajo sus órdenes a otros dieciocho demonios, estando Buer, Gusion y Botis al servicio de Agliarept.

Ilustración de Louis le Breton para el Diccionario Infernal de Collin de Plancy

Dioses

Una deidad o un dios es un ser presumiblemente sobrenatural al que normalmente se le atribuyen poderes importantes (aunque a algunas deidades no se les atribuye poder alguno). Puede ser adorado, concebido como santo, divino, sagrado o inmortal, tenido en alta estima, respetado o temido por sus adeptos y seguidores. Las deidades se representan con gran variedad de formas, pero con frecuencia con forma humana o animal; se les asignan personalidades y conciencias, intelecto, deseos y emociones como los humanos. Se le atribuyen fenómenos naturales tales como rayos, inundaciones y tormentas, así como milagros. Pueden ser concebidos como las autoridades o controladores de cada aspecto de la vida humana (tales como el nacimiento, la muerte o la otra vida). Algunas deidades son consideradas las directoras del tiempo y el propio destino, los dadores de la moralidad y las leyes humanas, los jueces definitivos del valor y el comportamiento humanos y los diseñadores y creadores de la Tierra o el Universo. Sin embargo, en las religiones monoteístas abrahámicas se considera blasfemo imaginar a la deidad con cualquier forma concreta.

Ra - Zeus - Odín
De algunas deidades se piensa que son invisibles o inaccesibles para los humanos (morando principalmente en lugares sobrenaturales, remotos o apartados y sagrados, tales como el Cielo, el Infierno, el firmamento, el inframundo, bajo el mar, en la cima de montañas altas, en bosques profundos o en un plano sobrenatural o esfera celestial; o incluso en la mente y/o el subconsciente humano), revelándose o manifestándose en raras pero escogidas veces a los humanos y dándose a conocer principalmente por sus efectos.

En el monoteísta suele creerse que un único dios que mora en el Cielo también es omnipresente e invisible.

En el politeísmo los dioses se conciben como un contrapunto a los humanos. En el reconstruido e hipotético protoindoeuropeo los humanos eran descritos como tkonion, ‘terrenales’, en oposición a los dioses, que eran deivos, ‘celestiales’. Esta relación casi simbiótica está presente en muchas culturas posteriores: los humanos son definidos por su posición de súbditos a los dioses, a los que nutren con sacrificios, y los dioses son definidos por su soberanía sobre los humanos, castigándoles y recompensándoles, pero también dependientes de su adoración y en ocasiones la gente trata a su dios como alguien que les sirve a ellos.

El límite entre humano y divino no es en modo alguno absoluto en la mayoría de las culturas. Los semidioses son la descendencia de la unión entre un humano y una deidad, y las mayoría de las casas reales de la Antigüedad reclamaban ascendencias divinas. Comenzando con Neferirkara (siglo XXV a. C.), los faraones del Antiguo Egipto se hacían llamar «Hijos de Ra». Algunos gobernantes humanos, tales como los faraones del Imperio Medio, los emperadores japoneses y algunos emperadores romanos, han sido deidades adoradas por sus súbditos incluso en vida. El primer gobernante de quien se sabe que reclamó su divinidad es Naram-Sin (siglo XXII a. C.). En muchas culturas se cree que gobernantes y otras personas prominentes o santas se transforman en deidades tras su muerte (véase Osiris y canonización).

Se destaca también, que los panteones de diversas culturas cuentan tanto con deidades benefactoras como mundanas.


La mitología africana está compuesta por deidades provenientes del culto yoruba, cuyo rito se ha ido expandiendo desde Nigeria hacia diferentes lugares del mundo. El dios supremo y creador del universo es un ser único, pero con diferentes manifestaciones, comprendidas en la trilogía Oloddumare, Olorun y Olofi. De este ser supremo partieron las diferentes energías que gobiernan la naturaleza, y que están representadas por los diferentes Orishás, deidades a las que se les rinde culto a través de ofrendas y sacrificios, y que son las encargadas de mantener en armonía las diferentes fuerzas del universo, así como las relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza.


La mitología oriental está compuesta por aquellos dioses comprendidos en las milenarias tradiciones religiosas chinas y japonesas. Podemos encontrar divinidades provenientes de diferentes orígenes, tales como el budismo, el taoísmo chino, o el sintoísmo japonés. Algunas de estas deidades fueron en su vida terrenal, virtuosos soberanos que supieron gobernar en tiempos ancestrales y lograron adquirir divinidad mediante la iluminación; otras, corresponden a divinidades expresadas en los antiguos sistemas mitológicos que se mantuvieron en el tiempo hasta nuestros días.


Considerada una de las tradiciones religiosas más antiguas, el hinduismo no cuenta con un dogma unificado, sino que se trata de un conjunto de creencias y cultos, sin una organización centralizada ni órdenes sacerdotales, producto de la fusión de las diferentes tradiciones de los antiguos pueblos establecidos en la cuenca del río Ganges. En la creencia hindú, detrás del Maya, universo visible donde se suceden los ciclos de creación y destrucción, existe un universo eterno e inalterable, de carácter espiritual, al que los seres humanos aspiran alcanzar, para así abandonar el ciclo de reencarnación.


En la antigua Grecia la religión estaba estrechamente vinculada con la mitología, de modo que no existía una religión unívoca, sino un conjunto de cultos y mitos que, documentados por primera vez en la cultura micénica, alcanzaron una estructura definida en la Época Arcaica. Los dioses griegos eran antropomórficos e inmortales, y constituían una sociedad organizada jerárquicamente, donde Zeus estaba a la cabeza, ocupando el trono del Olimpo. Los dioses griegos no tenían sangre sino icor y se alimentaban de ambrosía, néctar y humo de los sacrificios. Solían intervenir caprichosamente en el destino de los mortales, por ello las polis rendían culto a los dioses que les ofrecían sus favores.


La mitología nórdica tiene su origen en la antigua mitología germana, compartida por muchos de los pueblos del norte de Europa. Sus creencias y mitos, fueron transmitidos de generación en generación a través de poesías que se recitaban oralmente, y se extendió durante la era vikinga. Muchas de estas creencias fueron registradas durante el medioevo en las Eddas, recopilaciones literarias elaboradas en prosa o en poesía, que concentran gran parte de la mitología nórdica. Si bien muchas de estas creencias y ritos fueron perdiéndose con el tiempo, en algunas zonas rurales, aún se conservan ciertas tradiciones y leyendas propias de este milenario pueblo.


Los dioses de la mitología egipcia poseían características humanas combinadas con elementos animales, por lo que ya desde épocas tempranas, eran representados como seres humanos con rasgos zoomórficos, y cualidades sobrenaturales. Al comienzo de la dinastía faraónica cada nomos (o distrito) rendía culto a sus propios dioses, siendo los más importantes los once dioses de la Heliópolis, los ocho de la Hermópolis, y las tríadas de Elefantina, Tebas y Menfis. Las tríadas divinas eran las más populares, debido a que se les atribuía características humanas, tales como la constitución familiar, lo que hacía que fueran agrupadas en parejas con un hijo.


Si bien los pueblos celtas, que ocuparon la Europa occidental y central durante la edad de hierro, no conformaban una unidad política y social, sí constituyeron un conjunto de creencias compartidas que logró expandirse a lo largo de todo el territorio en donde prevaleció esta cultura. Uno de sus mitos fundacionales narra la odisea de los Tuatha Dé Danann, (“los hijos de Dana”, diosa madre del panteón celta). Ellos arribaron a la isla de Irlanda en barcos voladores, y vencieron a los Fir Bolg y a los Fomorianos, para luego perder la batalla contra los Milesianos y ser confinados al mundo subterráneo.


Desde los albores monárquicos de la civilización romana, a medida que se conquistaban terrenos vecinos, los romanos fueron incorporando divinidades extranjeras a su panteón, fue así que paulatinamente adoptaron los dioses y relatos mitológicos griegos asimilándolos a los propios, de este modo, Júpiter representó a Zeus, soberano del Olimpo, así como Marte a Ares, Juno a Hera y Minerva a Atenea, entre otros. La religión estaba dividida en el culto público y el privado. Las ceremonias eran oficiadas en cada casa por el pater familias en un altar llamado lararium. Allí se rezaban oraciones y se realizaban ofrendas a los dioses que estaban representados en el altar mediante pequeñas estatuas.


La cosmovisión andina se caracterizó por ser totémica y animista, con adoración a los fenómenos naturales. Si bien en la mitología inca Inti fue el dios principal, al que consideraron fuente de toda la existencia, y creador de todos los dioses, cabe destacar que en realidad se trató de un culto difundido a través del Sapa Inca Pachacútec, que lo jerarquizó como deidad oficial del Tahuantinsuyo (Imperio Inca). Entretanto, Viracocha fue un dios primordial para toda la región de los Andes, y figura de culto central también para los nobles cuzqueños, que forjaron los inicios del pueblo Inca. El mito tribal lo narra como creador del cielo y de la tierra, tras surgir de las aguas del sagrado lago Titikaka.


La mitología maya abarca un conjunto de dioses adorados al unísono. Los mayas basaron sus creencias en la observación de los fenómenos naturales, lo que denotó un carácter místico con claves naturalistas, en el que el conocimiento científico y las creencias religiosas, constituyeron un todo indisoluble, sobre el cual organizaron la sociedad, la política y las distintas actividades humanas. Hunab Ku, dios principal en el universo maya, centro de la galaxia, y mente y corazón del creador, reúne el aspecto masculino y femenino de la naturaleza, constituyendo la deidad creadora por excelencia.


La religión azteca, al igual que en otras civilizaciones, resultó ser una síntesis de culturas y tradiciones milenarias de los distintos pueblos que conformaron esta civilización. Su cosmogonía fue compleja, al intentar responder profundos dilemas sobre la existencia, la creación del cosmos y del hombre, desde la perspectiva divina, asociada a fenómenos naturales tales como las lluvias y los astros. Los dioses mantenían una comunicación constante con los hombres y, al igual que estos, poseían componentes claroscuros; todo lo habido sobre la tierra estaba atravesado por esta dualidad, establecida en un equilibrio dinámico entre el micro y el macrocosmos; paridad que debía ser mantenida a fuerza de cultos y ofrendas.

Íncubo

Íncubo (latín: Incubus; yacer sobre) es un demonio masculino en la creencia y mitología popular europea de la Edad Media que se supone se posa encima de la víctima femenina durmiente para tener relaciones sexuales con ella, de acuerdo con una amplia cantidad de tradiciones mitológicas y legendarias. Su contraparte femenina se llama súcubo. Un íncubo puede buscar tener relaciones sexuales con una mujer para convertirse en el padre de un niño, como en la leyenda de Merlín. Algunas fuentes indican que puede ser identificado por su antinatural frío pene. La tradición religiosa sostiene que tener relaciones sexuales con un íncubo o súcubo puede provocar un deterioro en la salud, o incluso hasta la muerte. Las víctimas viven la experiencia como un sueño sin poder despertar de éste, por lo que estos ataques podrían ser la respuesta mitológica a lo que en medicina se conoce como parálisis del sueño.

Una de las primeras menciones que se hizo sobre un íncubo proviene de Mesopotamia en la Lista de Reyes Sumerios (2400 A.C.), donde se denominaba al padre del héroe Gilgamesh como Lilu, un demonio que perturbaba y seducía a las mujeres en sus sueños, mientras Lilitu, un demonio femenino, se les aparece a los hombres en sus sueños eróticos. Otros dos demonios aparecen con estas características: Lili Ardat, que visitaba a los hombres por la noche y engendraba hijos fantasmales de ellos, e Irdu lili, quien es conocido como la contraparte masculina de Ardat lili y visitaba a las mujeres por la noche para procrear. 

El debate sobre estos demonios empezó con la tradición Cristiana. San Agustín trató este tema en De Civitate Dei (La ciudad de Dios), en el que declara: «Hay un rumor general, que muchos han confirmado por su propia experiencia o por personas de confianza que corroboran las historias de otros, en el que faunos y silvanos, comúnmente llamados íncubos, han asaltado perversamente a mujeres».

Las preguntas sobre las capacidades reproductivas de los demonios continuaron, así que ochocientos años después, Santo Tomás de Aquino habló sobre este tema: «Así pues, si algunos son ocasionalmente engendrados por demonios, no lo son por la semilla de dichos demonios, ni de los cuerpos que han asumido, sino de la semilla de hombres que han tomado para dicho propósito; por lo que atañe, los demonios primero asumen la forma de una mujer, y después la de un hombre, sólo para tomar la semilla de los humanos con los que yacieron primero e introducirla en las mujeres.»

Llegó a ser generalmente aceptado que los íncubos y súcubos eran el mismo demonio, capaz de cambiar de sexo. Un súcubo sería capaz de yacer con un hombre y recoger su esperma, y luego transformarse en un íncubo y utilizar esa semilla en las mujeres. A pesar de que el esperma y el óvulo son de seres humanos corrientes, se consideraban como seres sobrenaturales a los descendientes de dichos espíritus.

Aunque muchas historias afirman que los íncubos son bisexuales otras indican que son estrictamente heterosexuales, y atacar a un hombre les supondría desagradable o dañino. También hay numerosas historias en las que se intenta exorcizar íncubos o súcubos que se han refugiado en, respectivamente, los cuerpos de hombres o las mujeres.

Según el Malleus Maleficarum, el exorcismo es una de las cinco formas de afrontar los ataques de íncubos, los otros son la Confesión Sacramental, la Señal de la Cruz, llevar al afligido a otro lugar, y la excomunión de la entidad atacante. Por otro lado, el fraile franciscano Ludovico Maria Sinistrari declaró que los íncubos «no obedecen a los exorcistas, no tienen miedo a los exorcismos, no muestran respeto por las cosas sagradas, ante las que no se sienten en absoluto intimidados».

Yoshitaka Amano

Súcubo

El súcubo (latín: succubus, de succubare, «yacer debajo»), según las leyendas medievales occidentales, es un demonio que toma la forma de una mujer atractiva para seducir a los varones, sobre todo a los adolescentes y a los monjes, introduciéndose en sus sueños y fantasías. En general son mujeres de gran sensualidad y de una extrema belleza incandescente. Su contraparte masculina es el íncubo. La tradición religiosa asegura que mantener relaciones sexuales prolongadas con un súcubo puede deteriorar la salud e incluso matar a la víctima.

El mito del súcubo pudo haber surgido como explicación del fenómeno de las poluciones nocturnas y la parálisis del sueño. Según otras perspectivas, las experiencias de visitas sobrenaturales claras pueden ocurrir por la noche en forma de alucinación hipnogógica.

En el siglo XVI, una talla o escultura de un súcubo fuera de una posada, indicaba que también funcionaba como burdel.

Según el Zohar y el Alfabeto de Ben Sira, Lilit fue la primera esposa de Adán, quien más tarde se convirtió en un súcubo. Abandonó a Adán y se negó a regresar al Jardín del Edén después de que ella se emparejara con el arcángel Samael. Según la Cábala de Zohar había cuatro súcubos que se emparejaron con el arcángel Samael: Lilit, Eishbet, Agrat Bat Mahlat, y Naamah. Un súcubo puede adoptar la forma de una hermosa joven, pero si se la observa bien se pueden apreciar deformidades en sus cuerpos, como garras de pájaro o colas serpentinas. En el folclore se describe el acto de penetrar sexualmente a un súcubo como algo similar a entrar en una caverna de hielo, y hay informes de súcubos que obligaban a los hombres a realizarles cunnilingus mientras sus vaginas goteaban orines y otros fluidos.

A lo largo de la historia, sacerdotes y rabinos, incluidos Hanina Ben Dosa y Abaye, trataron de frenar el poder de los súcubos sobre los humanos. Sin embargo, no todos los súcubos eran malévolos. Según Walter Map en De Nugis Curialium (Bagatelas de cortesanos), el Papa Silvestre II (999-1003)  tuvo relaciones con un súcubo llamado Meridiana, que le ayudó a alcanzar su alto rango en la Iglesia Católica. Antes de su muerte, confesó sus pecados y murió arrepentido.

Según la Cábala y la escuela de Rashba, las tres reinas originales de los demonios, Agrat Bat Mahlat, Naama, Eisheth Zenunim, y todas sus cohortes pueden dar a luz, excepto Lilit. Según otras leyendas, los hijos de Lilit se llaman Lilin, y está condenada a ver cómo cada día mueren cien de ellos.

En el Malleus Maleficarum, escrito por Heinrich Kramer en 1486, un súcubo recoge el semen de los hombres que seduce. Los íncubos, a continuación, utilizaban este semen para fecundar a las mujeres, lo que explicaría cómo los demonios aparentemente podían engendrar hijos a pesar de la creencia tradicional de que eran incapaces de reproducirse. Se decía que los niños engendrados por un demonio nacerían deformes o más susceptible a las influencias sobrenaturales, ya que la concepción no fue natural.

En la mitología árabe, el qarînah (قرينة) es un espíritu similar al súcubo, cuyo origen esté posiblemente en la antigua religión egipcia o en las creencias animistas de la Arabia preislámica. Un qarînah «yace con una persona y tiene relaciones mientras duerme, como sabe por los sueños». Se dice que son invisibles, pero una persona con «percepción extrasensorial» podría verlos, a menudo con forma de gato, perro, u otro animal doméstico del hogar. En Omdurman es un espíritu que posee a las personas, y quien sufre esa posesión no puede contraer matrimonio o la qarina les hará daño.

Fritz Schwimbeck

Karkadann

El karkadann (de Kargadan, en persa: كرگدن «Señor del desierto») era una criatura mitológica que habitaba en los llanos cubiertos de hierba de Persia y la India. La palabra kargadan también se utiliza para referirse al rinoceronte en Persia y Arabia.

Las descripciones del karkadann se pueden encontrar en el arte del norte de la India. Al igual que un unicornio se le puede someter ante la presencia de una virgen y se muestra feroz hacia otros animales. Originalmente estaba basado en el rinoceronte indio y su primera descripción apareció entre los siglos X y XI. Se convirtió en un animal mitológico a través de la obra de escritores posteriores como «un sombrío ancestro del rinoceronte dotado de cualidades extrañas, como un cuerno con cualidades medicinales.»

Una de las primeras descripciones del karkadann proviene del erudito persa Abū Rayḥān al-Bīrūnī (Al-Biruni, 973-1048). Este erudito lo describió como un animal con «la constitución de un búfalo; piel negra y escamosa; papada; pezuñas con tres uñas amarillas; su cola no es muy larga; los ojos están muy bajos, más bajos que los de cualquier otro animal; en la punta de su nariz hay un cuerno que se dobla hacia arriba.». Un fragmento de Al Biruni conservado en la obra de otro autor añade algunas características más: «el cuerno es cónico, doblado hacia atrás apuntando a la cabeza, más largo que un palmo; las orejas del animal sobresalen a los lados de su cabeza, como las de un burro; y su labio superior tiene forma de dedo, como la protuberancia al final de la trompa del elefante.» Como se ve en estas dos descripciones está claro que el rinoceronte indio fue la base para este animal, pero la confusión entre el rinoceronte y el unicornio empezó a forjarse desde que los persas usaban la misma palabra, karkadann, tanto para el rinoceronte como para el mítico equino, y esta confusión queda patente en las ilustraciones de la criatura.

Después de Al-Biruni otros eruditos persas tomaron su descripción y crearon cada vez versiones más extravagantes de la bestia debido a la falta de información de primera mano y la dificultad de la lectura e interpretación del árabe antiguo. El cambio más importante del karkadann lo sufrió su cuerno. Mientras Al-Biruni lo describió corto y curvo, los escritores posteriores lo definieron como un cuerno largo y recto, y lo situaron en la frente del animal, en lugar de la punta de su nariz.

El médico persa Zakariya al-Qazwini es uno de los escritores que a finales del siglo XIII relacionó el cuerno del karkadann con pócimas y ungüentos en su 'Ajā'ib al-makhlūqāt wa gharā'ib al-mawjūdāt'. Este autor enumeró algunos de sus efectos beneficiosos: Sostener el cuerno aliviaba el estreñimiento, podía curar la epilepsia y la cojera. Autores posteriores también afirmaban que su cuerno podría servir como antídoto de cualquier veneno.

En el siglo XIV, Ibn Battuta, en sus viajes, nombró al rinoceronte que vio en la Inda como karkadann, y lo describió como una feroz bestia que echaba de su territorio animales tan grandes como el elefante. Esta es la historia que se cuenta en Las mil y una noches en El segundo viaje de Simbad el marino.

Elmer Suhr denominó al karkadann como «la versión persa del unicornio». Este nombre aparece también en bestiarios europeos medievales, como los del Escorial y París, donde el nombre karkadann aparece al pie de ilustraciones de unicornios.


Pombero

El Pombero o Pomberito es un personaje de la mitología guaraní, es muy popular en Paraguay. Se lo conoce también con los nombres de Pyragué (pies peludos), Karaí pyhare (Señor de la noche) y Kuarahy jára (Dueño del sol, tal como se lo conoce en el mito mbyá del sur del Brasil). E igualmente con el nombre de "Chopombe" (abreviatura de Cho - que equivale a la expresión castellana "Don" - y Pombero).

Se sostiene que podría tratarse de un aborigen guaycurú, pueblo con los cuales los guaraníes tenían continuos conflictos.

Lo definen como un hombre fornido, hace un silbido continuo que dura no más de 30 segundos, moreno y retacón, con abundante vellosidad en partes específicas y brazos muy cortos. A veces usa un sombrero de paja con corazones y luce andrajoso, puede llevar una bolsa al hombro pero a los tres metros se le parte el brazo. Se cuenta que sus pisadas no se sienten. Sus pies se pueden dar la vuelta, de manera que confunde a aquellos que quieren seguirlo, aunque ésta es una característica de una población indígena del Chaco paraguayo denominados pyta jovái (Talones Dobles), porque al utilizar unas zapatillas de plantilla rectangular era imposible descubrir hacia donde se dirigía en caminate en el polvoriento suelo chaqueño. La mayoría de las versiones coinciden en describirlo con la boca grande y alargada y los dientes muy blancos; los ojos chatos, como los del sapo, una mirada fija, como la lechuza; y las cejas de pelo largo.

Puede ser amigo o enemigo del hombre, dependiendo de la conducta de éste. Según se cuenta, el hombre que quiera tener de aliado a este duende puede dejar ofrendas por la noche como tabaco, miel o "caña" (aguardiente, en otros lados). Generalmente, la gente del campo le pide favores tales como hacer crecer los cultivos en abundancia, cuidar de los animales de corral, etc. Pero después de pedirle un favor no deben olvidarse jamás de hacer la misma ofrenda todas las noches durante 30 días porque si lo olvidan, despertarán su furia haciendo innumerables maldades en aquel hogar.

Supuestamente, nunca debe pronunciarse su nombre en voz alta, hablar mal de él o silbar en horas de la noche, porque esto lo enoja. Puede vengarse molestando o ensañándose con esa persona. Un mero roce con sus manos peludas puede producir que la persona se torne zonza, muda o experimente temblores. Se dice que si se le imita el grito, el Pombero puede contestar de manera enloquecedora. Por eso, y para no ofenderle, la gente creyente prefiere nombrarlo en voz baja y se guarda de pronunciar su nombre en las reuniones nocturnas.

Muchos testigos del campo afirman, todavía en la actualidad, que lo han visto. Puede molestar a sus enemigos tirándoles piedras o haciéndose invisible para luego mover las ramas de los árboles o imitar voces de animales salvajes o aparecerse como un asno sin cabeza y cosas por el estilo. Abre puertas y ventanas con violencia. Anuncia su presencia por un silbido agudo en medio de la callada noche. Busca asustar a la gente piando como ciertas aves cuando cae el sol, es otra forma de saber que el Pombero está muy cerca. Se dice que le gusta rondar a mujeres embarazadas porque piensa que es el padre o madres con bebés pequeños que no han sido bautizados y se les anuncia por las formas ya mencionadas.

Supuestamente es muy atrevido, ya que en sus andanzas nocturnas gusta de despertar a las mujeres con el suave y escalofriante roce de sus manos. A veces las secuestra y las posee, y después de saciarse las deja ir, generalmente embarazadas, en cuyo caso el hijo nacerá muy parecido a él.

Su función primordial es la de cuidar del monte y los animales salvajes. Se enoja muchísimo si algún cazador mata más presas de las que consumirá. Si eso ocurre se transforma en cualquier animal o planta y con argucias induce al infractor a internarse a lo profundo de la selva donde se pierde. Lo mismo sucede con el pescador, o aquel que corta árboles que no utilizará. Su presencia no siempre puede ser advertida, porque la capacidad de metamorfosearse, hace que vigile subrepticiamente la conducta de los hombres.

Como es muy lascivo, acecha a las mujeres, especialmente a las que no han sido bautizadas para poseerlas, y viola a aquella esposa que públicamente pone duda la virilidad de su marido. Algunos investigadores han recopilado la creencia de que el Pombero puede embarazar a las mujeres tan sólo con tocarles el vientre. Esto ocurriría si la mujer solitaria, sin bautizar, al ser visitada en la noche por él, no le invita a tabaco, miel o cigarrillos.

Si el Pombero es enemigo de un hombre, expondrá a este a innumerables peligros dentro del bosque, porque siempre intentará perder al humano en cuestión en la espesura. Algunas veces provoca extraños accidentes dentro de los ranchos, como por ejemplo que se cierren solas las puertas, o caigan utensilios de la cocina, misteriosamente. Los que están enemistados con el duende suelen escuchar pasos y voces en los alrededores del rancho, como si alguien caminara por el patio por las noches. En cambio si es amigo, pueden obtenerse grandes ventajas, puesto que él, de manera invisible guiará al cazador hasta el lugar donde se hallan las presas más grandes y gordas, la buena pesca o los mejores frutos silvestres que sirven de alimento.

Kallikantzaros

Kallikantzaros (del griego: Καλλικάντζαρος; pl. Kallikantzaroi) son genios malvados del sureste de Europa (Grecia, Bulgaria, Serbia) y del folclore de Anatolia (Turquía). Moran bajo tierra pero salen a la superficie durante los doce días de Navidad, del 25 de diciembre al 6 de enero, durante el solsticio de invierno, cuando el sol deja de moverse. Su nombre podría venir de "kalos-kentauros, osea "bello centauro".

En el folclore griego se cree que los kallikantzaroi permanecen bajo tierra serrando el Árbol del Mundo para derribarlo junto a la Tierra. Sin embargo, cuando están a punto de serrarlo, llega la Navidad y tienen la oportunidad de salir a la superficie, olvidándose del árbol para salir a hacer travesuras y traer problemas a los humanos.

En la Epifanía (6 de enero), el sol vuelve a moverse de nuevo y deben volver al inframundo para continuar serrando, pero al volver se topan con que en su ausencia el árbol del Mundo se ha curado, así que tienen que volver a empezar de nuevo. Esto ocurre todos los años.

No hay una descripción fija de estos seres ya que son descritos de diferente manera según la región. Algunos griegos los describen con algunas partes del cuerpo de animal, como cuerpos peludos, patas de caballo o colmillos de jabalí que varían de tamaño según la historio. En otras versiones son como humanos pero de pequeño tamaño y con un olor horrible. Principalmente son seres masculinos, con caracteres sexuales exagerados. También se les imagina como seres altos, de tez negra, peludos, con ardientes ojos rojos, orejas de cabra o burro, brazos de mono, con la lengua fuera y cabezas enormes. 

Sin embargo, la descripción más extendida es la de pequeños seres humanoides negros con largas colas negras, recordando así a pequeños diablillos. Suelen ser ciegos, cecean al hablar y les encanta comer ranas, gusanos y otras pequeñas criaturas.

Para protegerse de los kallikantzaroi los días que andaban sueltos la gente dejaba un colador en las puertas de sus casas, ya que estos diablillos se verían obligados a contar los agujeros del colador, con el inconveniente de que sólo pueden contar hasta dos, ya que el número tres es sagrado y si lo pronunciaran morirían. Así pasarían la noche contando «1, 2... 1, 2...» hasta que saliera el sol y tengan que buscar refugio.

Otros métodos para protegerse de estos seres consistían en dejar la chimenea encendida para evitar que entrasen en las casas por ellas, quemando el tronco de Navidad (un largo tronco que ardería los doce días de fiesta) o quemando zapatos viejos y sucios para que el mal olor los espantara. Marcar la puerta de casa con una cruz negra y quemar incienso en la víspera de Navidad también mantendría alejados a estos genios malignos.

La leyenda cuenta que cualquier niño nacido en los doce días de Navidad corría el riesgo de transformarse en un Kallikantzaros cuando alcanzase la edad adulta. Para prevenir esto se envolvía al bebé en trenzas de ajo o paja, o chamuscadole las uñas de los pies. En otras leyendas, cualquier persona nacida en sábado puede ver y hablar con los Kallikantzaroi.

En las tradiciones navideñas de Serbia se dice que las fuerzas demoníacas de todo tipo eran más activas en los doce días de Navidad (días sin bautizar). Durante estos días la gente se muestra recelosa de salir tarde o por la noche para no llamar la atención de unos diablos llamados karakondžula, ya que si se toparan con estos les saltarían a la espalda y los obligarían a llevarlos a donde quisieran hasta que los gallos anuncien el alba, liberando a sus víctimas al salir el sol.

En el norte de Anatolia, Turquía, se les conoce como Karankoncolos y aparecen durante los diez días del Zemheri (frío terrible), hacen la función de Coco y se dedican a ocultarse en las esquinas oscuras para hacer preguntas a los transeúntes. Para librarse de estos seres habría que responderles a todo con «kara» (negro) o sino hallarías la muerte en sus manos. Estos demonios también podrían llamar a la gente con la voz de sus seres queridos durante las frías noches del Zemheri, para perder a sus víctimas y que mueran congeladas.

Aatxe

El Aatxe (vasco: novillo), conocido también como Aatxegorri (novillo rojo), Txaalgorri (ternero rojo), Txekorgorri (becerro rojo), Zezengorri (toro rojo) o Beigorri (vaca rooja), es un espíritu maligno del folclore vasco relacionado con la diosa precristiana Mari. También conocido a veces como Etsai (vasco: enemigo; diablo). Este espíritu mora en cuevas y suele adoptar la forma de un joven toro rojo, aunque también puede aparecerse con la forma de un hombre. En las noches de tormenta abandona su guarida y ataca a los maleantes y criminales. También protege a las personas, haciendo que se queden en casa cuando el peligro está cerca.

YasminFoster

Mujina

Mujina es una antiguo término japonés con el que se referían principalmente a los tejones. En algunas regiones esta palabra se usaba para hacer referencia al perro mapache, también conocido como tanuki, o a las civetas introducidas en Japón.

En el folclore japonés, al igual que los kitsune y los tanukis, los mujina se suelen representar como yokais que pueden cambiar su aspecto para engañar a los humanos. Son nombrados en la literatura por primera vez en el Nihonshoki, donde se afirma que «en dos meses de primavera, aparecen los mujina en el país de Mutsu, se transforman en humanos y entonan canciones», dando a entender que en aquella era ya concibieron la idea de que los mujina cambiaban de forma y se disfrazaban de humanos. En la región de Shimōsa se les conoce como kabukiri-kozō (かぶきり小僧), y solían adoptar la forma de un kozō (pequeño monje) vistiendo un extraño y corto kimono y llevando un corte de pelo similar al de los kappas, soliendo aparecer en carreteras y caminos en noches poco transitadas diciendo «bebe agua, bebe té» (水飲め、茶を飲め). 

En una historia llamada «Mujina» recogida en el Kwaidan de Lafcadio Hearn se les menciona como fantasmas sin rostro, como el Noppera-bō.

Thuyul

El thuyul, tuyul o toyol, es el espíritu de los bebés no nacidos o de niños fallecidos. Por lo general tienen dueño, y son empleados para robar dinero de la casa de alguien. Su aspecto es similar al de un niño, con la piel pálida, calvo, con los ojos ennegrecidos, y sólo visten con ropa interior.

La gente cree que hay algunas maneras de prevenir que un Thuyul les robe el dinero. Una de estas formas es usando un puñado de judías. Al igual que muchos otros duendes o fantasmas, el Thuyul se verá obligado a contar las legumbres una y otra vez, hasta que se olvida de robar el dinero.

Keres

En la mitología griega, las Keres (en singular, Ker) eran espíritus femeninos de la muerte. Según Hesíodo, las Keres eran hijas de Nix y, como tales, hermanas del Destino (las Moiras), la Condenación (Moros), la Muerte y el Sueño (Tánatos e Hipnos), la Discordia (Eris), la Vejez (Geras), la Venganza (Némesis), Caronte y otras personificaciones. Algunos también han dicho que las Keres eran hijas de Érebo y Nix. Mientras que el toque de Tánatos era suave, produciendo muertes serenas, la muerte violenta era el dominio de sus hermanas las Keres, asiduas al campo de batalla y amantes de la sangre.

Eran descritas como seres oscuros, con dientes y garras rechinantes, sedientos de sangre humana. Sobrevolaban el campo de batalla buscando hombres moribundos o heridos. Una descripción de las Keres se encuentra en el Escudo de Heracles (248-57):
Las negras Fatalidades rechinando sus dientes blancos, ojos severos, fieras, sangrientas, aterradoramente se enfrentaron a los hombres agonizantes, pues estaban deseosas de beber su sangre oscura. Tan pronto como agarraban a un hombre que había caído o acababa de ser herido, una de ellas apretaba sus grandes garras en torno a él y su alma bajaba al Hades, al frío Tártaro. Y cuando había satisfecho sus corazones con sangre humana, arrojaban a ése tras ellas y se apresuraban de vuelta a la batalla y el tumulto.
El término Keres también se ha usado para describir el destino de una persona. Un ejemplo de esto puede hallarse en la Ilíada cuando Aquiles tiene que hacer la elección (o Keres) entre una larga y anónima vida en su hogar o la muerte en Troya y la gloria eterna. También, cuando Aquiles y Héctor van a enfrentarse en una pelea a muerte, Zeus pesa las keres de ambos guerreros para determinar quién morirá. Como la ker de Héctor se consideró más pesada, se le destinó a morir.

Durante el festival conocido como Antesteria, las Keres eran ahuyentadas. Sus equivalentes romanas eran Letum (‘muerte’) o las Tenebrae (‘sombras’).

Pitón

En la mitología griega, Pitón (del griego: Πύθων, gen.: Πύθωνος) era una serpiente monstruosa que habitaba en una gruta del monte Parnasos, cerca de Delfos, en la Fócida. Custodiaba el oráculo de Delfos, que antiguamente rendía culto a su madre, Gea, y que fue cedido más tarde a la titánide Temis y finalmente a Febe. Los antiguos helenos consideraban el lugar como el centro de la Tierra, representado por una piedra conocida como ónfalo o el ombligo del mundo, la cual custodiaba Pitón.

La celosa Hera le encomendó a Pitón la tarea de atormentar a Leto, amante de su esposo Zeus, cuando estaba embarazada de los gemelos Apolo y Artemis, impidiéndole dar a luz en cualquier lugar donde llegara el sol. Por esto se convirtió en el enemigo ctónico del dios olímpico Apolo, que a los pocos meses después de nacer se armó con un arco fabricado por Hefesto y se dirigió al Parnaso para matar a la enemiga de su madre. En dicho monte hirió a la serpiente con sus flechas, ésta huyó hacia el templo del oráculo, donde finalmente el dios le dio muerte.

Gea, la Madre Tierra, indignada, informó de este suceso a Zeus, quien impuso a Apolo la penitencia de purificarse en Tempe e inaugurar los juegos Píticos en honor a Pitón. Apolo, sin embargo, desoyó la orden y se purificó en Agila junto a su hermana Artemis, luego consiguió que el dios Pan le enseñara el arte de profetizar y proclamó en su nombre el Oráculo de Delfos.

Apolo asaetando a PitónHendrick Goltzius

Sagari

Sagari es un extraño yokai que se aparece al oeste de Japón y Kyushu, en particular las prefecturas de Okayama y Kumamoto. Tiene el aspecto de una grotesca cabeza de caballo que cae desde los almeces para asustar a los viajeros en los caminos. 

El comportamiento del sagari prácticamente se limita a descender de los árboles justo en frente de la cara de los viajeros y lanzar un terrible grito, aunque se dice que los que oyen los relinchos del sagari pueden sufrir de una terrible fiebre.

Se dice que su origen podría provenir de los espíritus de los caballos que mueren en la carretera y se abandonan para dejarlos pudrirse donde caen. Las almas de los caballos a veces quedan atrapadas en los árboles a medida que ascienden de sus cuerpos. Los que se pegan a los árboles no pueden pasar al otro mundo y se transforman en estos yokais.

Pocong

Un pocong,  Hantu Bungkus en Malasia, es, según la tradición de Indonesia, alguien que ha muerto y antes de ser enterrado es envuelto en un paño blanco, el cual le atan alrededor de todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. 

La gente cree que después de haber sido enterrados pueden volver de la tumba, con el paño sucio, la cara pálida, y, a veces, con sólo los huesos, el cráneo y sin ojos. Se dice que pueden volver de la muerte para zanjar algún asunto pendiente con alguien. Debido a que tienen las manos y las piernas atadas no pueden caminar, se desplazan dando saltos. Para llamar a la puerta, la golpean con su cabeza.

Salamandras

La salamandra es un anfibio común en el continente europeo. Como en el caso de otros animales existentes en la vida real, a lo largo de los siglos se le han atribuido diversas cualidades fantásticas. Desde la época de la Ilustración en adelante, se ha llegado a diferenciar al animal real y la criatura legendaria como dos conceptos distintos, especialmente en el mundo del ocultismo y la alquimia. La criatura mitológica suele representarse con un aspecto muy similar al de la salamandra real, pero con una particular afinidad hacia el fuego.

De la salamandra se extraía un material ignífugo diferente a cualquier otra tela. Para limpiarlo se debía arrojar al fuego, así se consumía la suciedad sin dañar la tela. Esta tela se elaboraba en los desiertos de la India, y era usada por personas importantes. Posiblemente este material era una referencia al amianto, mineral que se asociaba con la salamandra.

Plinio el Viejo les atribuía escéptico la habilidad de morar en el fuego, incluso apagarlo con sus fríos cuerpos, una cualidad que ya comentó mucho antes Aristóteles. Plinio también le adjudicaba propiedades medicinales y venenosas a su piel, aunque ciertas salamandras rezuman veneno el escritor romano exageraba su toxicidad llegando a decir que una sola salamandra podía emponzoñar y secar un árbol frutal, volviendo tóxicos sus frutos, y envenenar los pozos de agua potable. Además afirmaba que las salamandras vomitaban un líquido lechoso, que al entrar en contacto con cualquier parte del cuerpo humano causaba calvicie y erupciones.

Puede que la relación de las salamandras y el fuego tuviera su origen cuando antiguamente se veía escapar alguno de estos anfibios de entre los leños de la hoguera, ya que acostumbran a cobijarse en los troncos huecos y se les veía "aparecer mágicamente" del fuego cuando prendía la madera.

La salamandra es mencionada en el Talmud (Hagiga 27a) como una criatura producto del fuego, y que cualquier persona que se manche con su sangre será inmune al fuego y Leonardo da Vinci llegó a afirmar que carecían de órganos digestivos, que sólo se alimentaban del fuego absorbiéndolo por la piel. Años más tarde, Paracelso las identificó como los seres elementales del fuego, junto a los gnomos (tierra), los silfos (aire) y las ondinas (agua).

El mismo San Agustín (siglos IV-V) recurre a la salamandra como símbolo del condenado que sufrirá las llamas eternas del Infierno sin consumirse.

Shaphan

Ondinas

Las ondinas, llamadas también ninfas por Paracelso en su Tratado sobre los elementales, son los espíritus elementales que están formados por las partes más delicadas del agua. De los cuatro elementales, son los más parecidos a los humanos en tamaño y proporciones. Son extremadamente amables y amistosas con la humanidad, viven en los ríos y en los mares, y tienen a su cargo el guardar los tesoros subacúaticos. A veces, cuando los elementales se reproducían, podían tener una descendencia monstruosa, dando como resultado, en el caso de las ondinas, el nacimiento de sirenas, seres mitad mujer y mitad pez.

En El conde de Gabalís se dice que entre las ondinas escasean los hombres, pero sus abundantes mujeres gozan de una hermosura tan maravillosa que las humanas no pueden compararse a ellas. Ninguno de los elementales poseía alma, pero podían adquirir una al contraer matrimonio con un humano. Las salamandras eran las más longevas, pero los silfos, los gnomos y las ondinas, por vivir menos tiempo, buscaban con más frecuencia un encuentro con los hombres para conseguir un alma antes de morir.

Pese a su trato amable con el ser humano, podían vengarse de una manera terrible si eran traicionadas. En el relato de Gabalis se cuenta la historia de la ninfa de Stauffenberg. Ésta mantenía relaciones con un filósofo para conseguir un alma inmortal, pero el hombre fue deshonesto y la engañó con una humana. Mientras cenaba con su nueva amante y unos amigos, la ninfa se manifestó ante ellos para que vieran la belleza que había rechazado su necio amigo, tras lo cual, hizo que muriera en el acto. Paracelso también contó que, aunque la ninfa huyera de su amante por alguna deshonra, su unión seguía intacta a no ser que ambos renunciaran a ella de mutuo acuerdo. Si el hombre se casaba de nuevo sin haber acabado de manera correcta su unión con la ondina, ésta volvería para vengarse y matar a la nueva esposa.

Detalle de Water spirit - Carl Schweninger el Viejo