Home dels nassos

El hombre de las narices (catalán: home dels nassos) es una figura fantástica presente en el folklore de Cataluña. Joan Amades lo menciona en su Costumari català como un personaje destinado a engañar a los niños, pues los adultos les cuentan que se trata de un hombre que tiene tantas narices como días tiene el año y que sólo aparece el 31 de diciembre. Los niños, ante esta descripción, creen que el home dels nassos tendría trescientas sesenta y cinco narices, pero la broma reside en que el 31 de diciembre al año sólo le queda un día, por lo que sería como una persona normal. Era común preguntarle a los chiquillos si habían visto al home dels nassos cuando entraban en alguna casa o tienda; cuando decían que no, les contestaban que justo se acababa de ir y que, si hubieran llegado un poco antes, lo habrían visto. Por el Pirineo oriental francés explicaban a los niños que el hombre de las narices vivía dentro de la cepa de un árbol; al amanecer del día 31 de diciembre salía de su escondite, se vestía con el follaje de doce árboles diferentes y de cuatro colores, y se ponía en camino desde Francia, donde vivía, hacia Cataluña. Por estas tierras también se hablaba del árbol de las narices (catalán: arbre dels nassos), que tiene tantas narices como días tiene el año. Estas narices tienen forma de hoja y, cuando el árbol se suena al mediodía, traquetea todas sus hojas y produce un tremendo estruendo.

Amades sigue diciendo que este sujeto era de un país lejano y pintoresco y que llegaba por mar a Barcelona para llegar a la Pla del Palau justo al mediodía, donde se subía a un tablado para que todos pudieran ver cómo se sonaba las narices, acto con el que llegaba a ensuciar una docena de sábanas. Este personaje no era exclusivo de Barcelona, también aparecía en Girona, donde dicen que se le puede encontrar a medianoche en el Pont de Pedra, y el que quiera verlo debe tener la camisa mojada y llevar una caña verde en la mano. En Lleida contaban que estaba alojado en el hostal y que se mostraba por dos cuartos a los que querían verlo. Si alguien llegaba a pagar, lo metían en una habitación totalmente oscura donde no se podía ver nada y al salir le aplaudían y se reían de él. A veces los adultos metían a todos los chiquillos en un cuarto porque iba a llegar el home dels nassos. Cuando pasaba el tiempo y los niños se inquietaban, los adultos daban alaridos o hacían ruidos extraños para que pensaran que era este estrafalario personaje. Al rato, los sacaban de la habitación y les daban galletas, frutos secos y golosinas diciendo que los había dejado el home dels nassos para ellos, pero que se había tenido que ir sin poder verlos.

En Seres míticos y personajes fantásticos españoles se mencionan personajes similares a este en otras partes de España. En País Vasco y Navarra está el Ujanco, que tiene tantos ojos como días tiene el año. A partir del 1 de enero va perdiendo uno por día, pero en Nochevieja los recupera todos de nuevo. En Cabezuela del Valle, municipio de Cáceres, se embroma a los niños con el hombre de los ojos, que tenía más ojos que días tiene el año. Se les decía que este hombre llegaba al pueblo el día 31 de diciembre y que se alojaría en la posada del lugar. Cuando se les llevaba allí para verlo, les decían que se acababa de ir. Cuando crecían ya les revelaban que el 31 de diciembre, cualquiera que tuviera dos ojos, ya tenía más que días tiene el año.

Caricatura del home dels nassos publicada en L'Esquella de la Torratxa (1891)

Hombreosocerdo

El hombreosocerdo, llamado así por ser mitad hombre, mitad oso y mitad cerdo, es un demonio que acecha los bosques de South Park, ciudad del condado de Park, en Colorado. Fue descubierto por primera vez por Al Gore, pero las relaciones de esta criatura con los humanos son antiquísimas. Cada cinco años aparece en South Park para sembrar el caos y realizar una matanza por un pacto que hicieron con él los habitantes de la ciudad.

Glaistig

La glaistig es un ser feérico del folklore escocés incluida por J. F. Campbell entre los denominados fuathan, espíritus maliciosos relacionados con cuerpos de agua, como lochs, ríos y el mar. Este hada se muestra como una seductora mujer con patas de cabra, pero siempre procura ocultar sus extremidades caprinas con un largo vestido verde. De esta guisa atrae a los jóvenes con su bello aspecto para alimentarse de su sangre, aunque no siempre actúa como un espíritu malvado, pues se le considera protectora de niños y ancianos. También se encarga de cuidar del ganado de las granjas que estaban en sus dominios a cambio de una ofrenda de leche. Katherine Briggs menciona en su Diccionario de las hadas que la glaistig antiguamente era una humana que fue secuestrada por las hadas y se convirtió en una de ellas.

Ilustración del libro Hadas, de Brian Froud y Alan Lee

Tesso

Tesso (japonés: 鉄鼠; rata de hierro) es la criatura en la que se convirtió Raigo Ajari, monje del templo budista de Miidera durante la época Heian, tras su muerte. Raigo era famoso por hacer milagros, por lo que, un día, el Emperador Shirakawa le pidió que su mujer quedara embarazada, pues no conseguían tener hijos. La emperatriz quedó en cinta después de que Raigo rezara durante cien días seguidos. Cuando el emperador le preguntó qué quería como recompensa, Raigo eligió algo que promoviera la fe budista y pidió los medios necesarios para construir en su templo una zona donde realizar la ceremonia de ordenamiento de los nuevos monjes, pero el templo budista de Enryakuji, el más influyente y poderoso de la región, se interpuso, alegando que si atendía la petición de Raigo habría una disputa entre ambos templos. El Emperador finalmente rechazó el deseo de Raigo y, ante esta situación, el despechado monje se llenó de rencor y ayunó hasta morir, llevándose consigo al hijo que le dio a Shirakawa con una maldición. Pese a esto, su furia no fue aplacada y se convirtió en una gran rata de dientes de hierro (Tesso) que, acompañado de una colonia de roedores, devoraron todos los libros del templo Enryakuji.

Obra de Tsukioka Yoshitoshi

Kidomaru

Kidōmaru (japonés: 鬼童丸; chico oni) es un oni que aparece en el Kokon Chomonjū (japonés: 古今著聞集; Colección de cuentos notables antiguos y nuevos), obra del período Kamakura. Matthew Meyer recoge su leyenda en El desfile de los cien demonios

Minamoto no Yorimitsu, también conocido como Raikō, y sus heroicos acompañantes acudieron a la morada del oni Shuten Doji para derrotarlo y liberar a las mujeres que tenía retenidas. Éstas les estuvieron muy agradecidas y regresaron a sus casas salvo una de ellas, que viajó hasta la aldea de Kumohara para dar a luz al hijo de Shuten Doji. El bebé fue llamado Kidōmaru y nació dotado de dientes y con la fuerza de un oni. Con la edad de siete u ocho años era capaz de derribar ciervos y jabalíes de una sola pedrada. Al igual que su padre, se convirtió en aprendiz del templo del monte Hiei, y del mismo modo que él, también fue expulsado por su comportamiento retorcido. Tras esto vagó por las montañas y se instaló en una cueva, donde entrenó sus poderes mágicos.

Varios años después, Raikō visitó a su hermano Minamoto no Yorinobu, el cual había atrapado a Kidōmaru en su baño ya que se dedicaba a robar a los viajeros y causar problemas. Yorimitsu reprendió a su hermano por ser tan descuidado y no haberlo amarrado bien con cuerdas y cadenas, así que le mostró a su hermano cómo hacerlo y ató bien al oni para que no pudiera escapar. Esa noche, Kidōmaru consiguió romper sus ataduras y, buscando venganza, se coló en la habitación de Raikō para espiarlo. Raikō, que notó la presencia del oni, decidió tenderle una trampa y le dijo en voz alta a sus sirvientes que a la mañana siguiente viajaría al monte Kurama. Al oír esto, Kidōmaru corrió hasta dicho monte para tenderle una emboscada al samurái. En el camino de las afueras de Ichiharano encontró una vaca, la mató y se escondió dentro de su cuerpo para sorprender a Raikō.

Cuando Minamoto no Yorimitsu y sus acompañantes llegaron a Ichiharano, descubrieron con facilidad el disfraz de Kidōmaru, así que Watanabe no Tsuna, el mejor arquero de la compañía de Raikō, lanzó una flecha contra el cuerpo de la vaca e hirió al oni, que salió furioso a enfrentarse a Raikō. Sin embargo, el samurái fue más rápido y lo mató con un solo golpe de su espada.

Kidōmaru esperando a Minamoto no Yorimitsu - Utagawa Kuniyoshi

Trow

Los trows son unas criaturas mágicas de las islas Orcadas y Shetland equivalentes a los trolls escandinavos. En este contexto, el término «troll» englobaría y se referiría a todo el pueblo oculto de los seres feéricos, tal y como lo harían las palabras «hada» o «elfo». Físicamente eran similares a personas de pequeño tamaño y piel cenicienta. Son aficionados a la música y el baile y es frecuente encontrarlos efectuando una estrambótica danza conocida como Henking, en el que bailan cojeando o con una sola pierna. Oírlos es un presagio de buena suerte, pero verlos trae desgracias y mala fortuna. Cuando se sienten observados, caminan hacia atrás para estar siempre de frente ante la persona que los esté espiando. Los trows son de hábitos nocturnos ya que, aunque el sol no les mata, la luz del día les impide regresar a su mundo subterraneo, normalmente ubicado bajo colinas. Al igual que otros seres feéricos, se dedicaban a secuestrar jóvenes o bebés. Un trow llamado Broonie iba de granja en granja ayudando a quien lo necesitara con sus tareas, tal y como hacen los brownies, y al igual que estos, Broonie dejó malhumorado su trabajo cuando le regalaron unas prendas de vestir.

En el Diccionario de las hadas de Katherine Briggs se dice que la información más interesante sobre estos seres procede de la obra de Jessie M. E. Saxby: Shetland Traditional lore. Cuenta que entre las tradicionales gentes de Shetland era tabú hablar sobre los trows y la vida privada de hadas y elfos, pero como Jessie fue la novena hija de un noveno hijo, se le consideró afín al mundo mágico y se le permitió conocer las historias de Shetland. Por ejemplo, un viejo fabricante de botes le contó historias sobre los Kunal-Trows o Rey-Trow.

Los Kunal-Trows son muy similares a los humanos, pero su naturaleza era morbosa y hosca. Vagabundeaban por lugares solitarios tras la puesta de sol y se les veía sollozar y agitar los brazos. Los trows ordinarios podían ser tanto hombres como mujeres, pero los Kunal-Trows carecían de hembras y tenían que secuestrar humanas para casarse con ellas. Cuando daban a luz, las mujeres morían, pero por suerte, los Kunal-trows no se casaban más de una vez, así se evitaba que proliferaran descendientes que heredasen el horrendo caracter de los padres. Otra particularidad de estos trows es que no podían morir hasta que sus hijos crecieran. Si un Kunal-trow decidía no casarse ni tener hijos para volverse inmortal, era desterrado de su reino y obligado a vagar por el mundo superior hasta que regresara con una esposa mortal.

Se cuenta que un Rey-Trow aceptó las consecuencias de este destierro y se instaló en un broch en ruinas, convirtiéndose así en el terror de las islas durante siglos. Sólo se alimentaba de tierra que moldeaba para darle el aspecto de peces, pájaros, bebés, etc., y dicen que estas figuras tenían el olor y sabor de aquello que representaban. Una bruja que deseaba conocer los secretos del pueblo de los trows se presentó ante este proscrito y le propuso matrimonio, asegurándole que con sus conocimientos mágicos evitaría la muerte de la que tanto huía. Por lo que parece, la promesa de la bruja resultó e incluso evitó su propia muerte al dar a luz, pues se dice que tuvieron varios hijos: los Ganfer, seres astrales que están a la espera de poseer a los humanos, y los Finis, espíritus que se aparecen antes de la muerte de una persona. Según se cuenta, la bruja hizo una escapada secreta para visitar a su madre y le contó todo lo que había aprendido para proteger a las jóvenes muchachas de ser raptadas al mundo subterráneo de estos seres.

Ilustración de Hadas, obra de Alan Lee y Brian Froud

Fenoderee

El fenoderee, también llamado phynodderee, phynnodderee, fynnoderee o fenodyree, es un espíritu doméstico característico de la isla de Man. Se comporta de manera similar a un brownie, pero es terriblemente fuerte y de aspecto robusto, peludo y feo. Katharine Briggs recoge un cuento en su Diccionario de las hadas en la que un herrero de Gordon se encontró una noche con él. El espíritu quiso estrecharle la mano como saludo, pero el herrero, desconfiado, tuvo el tino de ofrecerle una reja del arado que llevaba encima. Al tenerla en la mano, el fenoderee apretó con tanta fuerza que la reja quedó totalmente retorcida. Cuando vio que el hombre había quedado intacto, dijo complacido: «Estoy encantado de ver que todavía quedna hombres fuertes en la isla de Man».

Al parecer, el fenoderee pertenecía al pueblo de los ferrishyn, el equivalente a las hadas de la isla de Man, pero fue expulsado de su reino como castigo. Según cuentan, fenoderee se enamoró de una joven mortal que vivía en Glen Aldyn y se absentó del festival otoñal de su gente para bailar con ella en el Glen Rushen. Por esto fue desterrado y transformado en un hobgoblin peludo hasta el día del juicio final. Pese a ello, sigue mostrando amabilidad ante el ser humano y echa una mano en todo tipo de tareas que requieran de su ayuda.

Al igual que los brownie, se ofendía fácilmente si se criticaba su trabajo o si le daban ropa como pago, ya que solamente se le debía pagar por sus servicios con comida. Una vez un granjero hirió su sensibilidad al decirle que no había cortado bien la hierba, por lo que el fenoderee se puso detrás de él a segarla muy violentamente, poniendo en peligro los talones del granjero. En otra ocasión, ayudó a construir una casa cargando piedras enormes. El dueño quiso demostrarle su agradecimiento regalándole un traje nuevo, pero el fenoderre cogió la ropa y dijo: «Gorro para la cabeza. ¡Ay, pobre cabeza! Abrigo para el cuerpo. ¡Ay pobre cuerpo! Pantalones para las piernas. ¡Ay pobres piernas! ¡Todo esto mío no será, porque Fenoderee nunca lo usará!». Dicho esto, se marchó lamentándose.

Ilustración de Hadas, obra de Alan Lee y Brian Froud

Duende de Ladrillar

Se conoce como duende de Ladrillar a un espanto que apareció en dicha pedanía de Cáceres a finales de febrero de 1907. Pedro Amorós recoge en su Guía de la España misteriosa que un buen día, de repente, apareció en el cementerio una especie de gran pájaro, similar a un cuervo, que emitía un sonido muy fuerte, desagradable y muy agudo. En lugar de volar, parecía que flotaba, y fue visto en tres ocasiones, en las noches acaecidas entre el 26 y 28 de febrero, pero siempre en las inmediaciones del cementerio. Otros testimonios le daban un aspecto humanoide, cabezón y de largos brazos, tal y como informa Javier Pérez Campos en Están aquí: son los otros, donde describe a esta aparición como una figura oscura que no medía más de un metro de alto y que vestía con un ceñido traje negro. Iker Jiménez le atribuye la compañía de dos esferas de luz en La historia de los OVNI en España y, en El paraíso maldito, logró entrevistar a Serafina Bejarano Rubio, que fue testigo de estos hechos cuando contaba con nueve años. El 28 de febrero, el último día que se vio al mal llamado duende, éste provocó gran pánico entre los vecinos, llegando a ocasionar la muerte de María Encarnación García, una niña de cinco años. Finalmente, el sacerdote de Ladrillar de por aquel entonces, Isaac Gutierrez, afirmó haber derrotado y expulsado de aquellas tierras a esta entidad.

David Cuevas recogió más testimonios e historias sobre este ser para su Dossier de lo insolito. Al parecer, el origen de esta criatura estaba en el espíritu de un vecino de Riomalo que maltrataba a su mujer y que fue maldito por ésta antes de morir. Cuando falleció el hombre, al no haber cementerio en Riomalo, lo enterraron en Ladrillar, tras lo cual, comenzó a salir un gran pájaro que viajaba por la mañana desde Riomalo a Ladrillar y hacía el recorrido inverso por la noche. Uno de los entrevistados por David Cuevas relató un encontronazo que tuvo su abuelo con este ser cuando era joven a las afueras de su casa, donde vio al "pájaro" posado en un árbol y le dijo que se marachara a Riomalo, ante lo cual el pájaro bajó súbitamente y puso pies en polvorosa al muchacho. Años más tarde, el padre del entrevistado también se topó con esta aparición estando de caza con un amigo. Al verlo posado en un árbol, comentaron la posibilidad de pegarle un tiro, pero el pájaro reaccionó riéndose a carcajadas.

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Merrow

Los merrows, o murdúchann (irlandés medio: cantante del mar, sirena), son el equivalente irlandés de las sirenas. Aunque son amables y de caracter pacífico, se les teme porque hacen acto de presencia antes de una gran tormenta. Son tan cercanas a los humanos que hasta suelen enamorarse de pescadores y casarse con ellos. Los descendientes de estas uniones a veces destacan porque están cubiertos de escamas. En ocasiones, los merrows salen a la costa bajo la forma de un ternero, pero cuando emergen con su verdadero aspecto, lo hacen con su Cohuleen Driuth, un sombrero rojo de tres puntas adornado con plumas sin el cual no podrían regresar al mar, algo similar a lo que les ocurre a las selkies cuando pierden su piel de foca.

Las merrow hembras, al igual que las típicas sirenas, son de una increíble belleza pese a tener colas de pez, luciendo una encantadora piel pálida y hermosos ojos oscuros. Por el contrario, los machos son feos, tienen la piel, los dientes y el pelo de color verduzco, sus ojos son similares a los de los cerdos, tienen los brazos algo cortos, parecidos a aletas, y sus narices son largas y rojas. A pesar de su horrible apariencia, siguen siendo muy amables y joviales. Esta naturaleza afable de los merrows se puede apreciar en el cuento conocido como "Las jaulas del alma", escrito por Crofton Croker en Fairy legends of the south of Ireland.

Según este cuento, un hombre llamado Jack Dogherty vivía con su esposa Biddy en una acogedora cabaña al lado del mar, cerca de Ennis, y estaba deseoso por ver a un merrow y trabar amistad con él. Su abuelo había sido muy amigo de uno, y se había convertido en alguien tan importante para él que, si no hubiera sido por no ofender al sacerdote, le hubiera pedido que fuera padrino de su hijo. El pobre Jack, aunque no paraba de mirar y escuchar por los alrededores, todavía no había logrado ver a ninguno, pero no perdía las esperanzas. Día tras día oteaba el horizonte hasta que una vez le pareció distinguir una figura tocada con un sombrero rojo sobre una roca. Al principio creía que se trataría de una ilusión óptica o algo creado por su imaginación, pero sus sospechas se vieron confirmadas cuando la extraña figura desapareció zambulléndose en el mar. Desde entonces, consiguió una manera de llegar a aquella roca y la visitó diariamente con la esperanza de toparse con el merrow, pero no tenía suerte. Un día, por las buenas, el merrow se le apareció y le habló en su mismo idioma muy amablemente. Este merrow era el mismo con el que entabló amistad su abuelo hace años y conocía perfectamente a Jack. Éste le dijo que se llamaba Coomara y, cuando terminaron de hablar, invitó a Dogherty a tomar unos tragos en su hogar submarino la semana siguiente.

Cuando llegó el día de la invitación, el merrow salió del agua con dos gorros rojos, le entregó uno a Jack para que pudiera adentrarse en las aguas sin peligro y se sumergieron a las profundidades marinas hasta que llegaron a la casa del merrow. Coomara le mostró a Jack la multitud de cosas que había ido recogiendo con los años de los barcos que habían naufragado, pero lo que más le llamó la atención a Jack fueron unas pequeñas jaulas parecidas a las que se usan para atrapar langostas. Al preguntarle por ellas, el merrow le dijo que eran jaulas para almas, en concreto la de los pescadores que habían muerto en el mar, pues según él, le daba pena que se quedaran en el fondo del océano y consideraba mucho mejor guardarlas a buen recaudo en su casa. A ojos de Jack, las jaulas estaban vacías, pero cuando el merrow comentó lo último, oyó una especie de sollozo que salía de ellas. Al volver a casa, Jack estaba compungido al saber la de almas atrapadas que tenía su amigo sin saber el daño que estaba haciendo, por lo que se le ocurrió un plan para liberarlas. Jack invitó a Coomara esta vez a tomar unas copas en su casa, en tierra firme, con la intención de emborracharlo. Cuando el merrow cayó dormido por el efecto del alcohol, Jack cogió su gorro rojo, se sumergió rapidamente en las aguas y abrió todas las jaulas de almas. Pese a que le parecían vacías, vio como de ellas salía un murmullo y un leve brillo mortecino. Al terminar, volvió de inmediato a su casa y, cuando el merrow se despertó, se retiró avergonzado por haber tenido tan poco aguante con el alcohol. Jack mantuvo su amistad con la criatura acuática y, cada vez que había una tormenta, repetía su plan de emborracharlo para liberar cualquier alma que hubiera podido atrapar.

Merrow macho ilustrado en Hadas, obra de Alan Lee y Brian Froud

Shellycoat

El shellycoat (inglés: conchudo, cubierto de conchas) es un ser feérico de las Tierras bajas de Escocia descrito por Walter Scott en Minstrelsy of the Scottish Border. Esta especie de bogle frecuentaba los arroyos de agua fresca y, tal y como su nombre indica, estaba cubierto de conchas que repiqueteaban cuando se movía. Su actividad favorita consistía en engañar y reírse de la gente a la que gastaba bromas pesadas. Una historia recogida por Scott cuenta cómo dos hombres recorrieron toda la noche la vereda del río Ettrick siguiendo una voz lastimera salida del agua que gritaba «¡Me he perdido! ¡Perdido!». Al amanecer, llegaron a la fuente del arroyo, y fue entonces cuando el Shellycoat salió de un brinco del riachuelo y huyó al otro lado de la colina soltando enormes carcajadas.

Detalle del Shellycoat en Hadas, obra de Alan Lee y Brian Froud

Bogie

Bogy, bogie o bogey son términos que se utilizan en países angloparlantes para referirse a goblins, fantasmas y criaturas malvadas con el propósito de asustar a los niños para que se porten bien. Estos nombres sirven para denominar a un extenso tipo de criaturas malévolas, aterradoras y hasta peligrosas que se complacen atormentando a los seres humanos. En Escocia se les conoce como bogle, donde su caracter maligno parece ir dirigido a aquellas personas que cometen trasgresiones o delitos. En el Diccionario de las hadas de Katharine Briggs se cuenta la historia de un vecino de Hurst que le robaba las velas a una pobre viuda. Este hombre vio una noche en su jardín a una figura oscura a la que intentó disparar con su arma. A la noche siguiente, mientras trabajaba fuera de casa, la figura se le apareció y le dijo: «No tengo huesos, carne ni sangre, no puedes herirme. Devuelve las velas, pero yo he de quedarme con algo tuyo». Tras esto, le arrancó una pestaña y desapareció, pero desde entonces el ladrón sufrió un tic en el ojo.

Bogle ilustrado en Hadas, de Alan Lee y Brian Froud

Silky

Una silky (inglés: sedosa) es un hada o aparición fantasmal del folklore de Reino Unido. Se presenta como una mujer vestida de seda que, al igual que los brownie y otros espíritus domésticos, se encargaba de terminar por la noche las tareas que se hubieran quedado a medias. Eso sí, si se encontraba con la casa perfectamente ordenada y limpia, sobretodo un sábado por la tarde, lo pondría todo patas arriba cuando todo el mundo se hubiera ido a la cama.

William Henderson añade en su Notes on the folk-lore of the northern counties of England que el pequeño pueblo de Black Heddon sufrió las apariciones de una silky. Era destacable su capacidad de aparecer de repente con un deslumbrante resplandor ante cualquiera que se adentrara de noche en los caminos más solitarios y oscuros. Si algún viajero iba a caballo, se sentaba trás de él, dejándole oír el crujir de la seda de su vestido durante un tiempo para luego desaparecer.

Esta silky tenía su lugar favorito en Belsay, donde hay un romántico risco lleno de árboles bajo cuya sombra le gustaba pasear por la noche. Al fondo de este risco se encuentra un pequeño lago que desemboca en una cascada y, sobre ella, un viejo árbol extiende sus finas ramas hasta que caen en la otra orilla, formando así una especie de puente similar a una silla en la que le gustaba sentarse a la silky. Por esto se conocía a ese árbol como Silky's chair (inglés: silla de la silky). Otro lugar de la localidad recibe su nombre debido a este espectro, Silky's bridge (inglés: puente de la silky), pues se dice que la silky retuvo en este lugar a los caballos que cargaban unas carretas llenas de carbón hasta que un vecino la espantó con una cruz hecha de madera de serbal, árbol protector contra las hadas.

La silky de Black Heddon desapareció de repente un día que cedió el techo de una casa y la familia se encontró con un saco lleno de oro, por lo que se creía que esta aparición era el fantasma de una mujer que murió sin contarle a nadie donde tenía guardado su tesoro.

Hubo también otra silky que vivía en la casa Denton, cerca de Newcastle. Allí vivían dos ancianas que le confiaron a sus amigos más cercanos que no habrían sido capaces ellas solas de mantener una casa tan grande como la suya si no fuera por una silky que les ayudaba limpiando, barriendo, encendiendo la chimenea o dejando ramitos de flores en las repisas. Años más tarde, las dos mujeres murieron y le cedieron su casa con la silky a un amigo suyo, pero éste no se llevaba bien con el espíritu y acabó abandonando el lugar por las trastadas constantes que le hacía.

Grabado de una silky en Quién es quién en el mundo mágico, de Katherine Briggs

Brownie

Los brownie son los espíritus domésticos más conocidos y extendidos de todo el Reino Unido. Son seres feéricos que se establecen en los hogares humanos y ayudan con las tareas diarias de la casa, tratándose del mejor ejemplo de lo que sería un hobgoblin. Están presentes en las Tierras Altas y Bajas de Escocia con el nombre de broonie; en Gales se les conoce como bwca o bwbachod; en Cornualles son los pixie los que desempeñan a veces sus funciones, mientras que en la isla de Man se encuentra el fenoderee. Cuando no están trabajando para una familia, suelen frecuentar molinos, arroyos o estanques y, si son tratados mal, pueden convertirse en un boggart, haciendo que su comportamiento se vuelva molesto y malicioso. Cuando un brownie no era muy inteligente se le llamaba Dunie, que pese a su corta mente siempre tenía buenas intenciones. Como contraparte femenina están las silky (inglés: sedosas), hadas que servían a los humanos de la misma manera que los brownie.

Por lo general se les describe como pequeños hombrecillos de unos sesenta u ochenta centímetros, tienen la tez morena, la cabeza peluda y van vestidos con harapos marrones. En algunas regiones se dice que carecen de nariz y que sólo tienen orificios nasales; en Aberdeenshire se cree que tienen los dedos soldados salvo el pulgar, dándoles el aspecto de llevar manoplas. Cuando anochece se dedican a terminar las tareas que se hayan quedado por hacer en la casa y se encargan de cosas tales como cosechar, segar, trillar, pastorear las ovejas, hacer recados y dar buenos consejos cuando se necesiten. A cambio de sus servicios tienen derecho a un pastel o a un cuenco de la mejor crema o leche de la casa. William Henderson describe en Folk-Lore of the Northern Counties lo que se dejaba apartado para un brownie: «Se le permiten sus pequeños premios, sin embargo, el mayor de estos es el pastel de carne calentado en el horno, tostado sobre las brasas y untado en miel. El ama de casa lo preparará y dejará cuidadosamente en algún lugar donde pueda encontrarlo por casualidad».

Son muy susceptibles y podían ofenderse ante la cosa más nimia, por eso en el extracto anterior se menciona que el ama de casa cuidaba de no darle directamente su pago al brownie, sino que tenía que dejarlo donde pudiera encontrarlo por él mismo. Ante las ofensas o malos tratos solían marcharse del hogar, cosa que ocurrió con un brownie de Cranshaws, cuyo trabajo con la siega fue criticado por sus dueños y por eso se marchó malhumorado. Cualquier ofrenda o pago no convenido por sus servicios podía hacer que el brownie se marchara indignado de la casa, sobretodo si se le entregaba ropa. En Berwickshire se dice que los brownie servían a la humanidad para aliviar el peso de la maldición de Adán, por eso su trabajo no requería de un pago; otra teoría establecía que estos seres eran espíritus libres que no aceptaban el yugo de la ropa y dinero humano, mientras que otras decían que estaban obligados a servir a los humanos hasta que se consideraran lo suficientemente dignos como para dejar su trabajo, cosa que sucedía cuando recibían ropas nuevas y elegantes. Como caso excepcional, un brownie de Lincolnshire, además de comida, tenía por contrato el recibir cada año una fina camisa de lino, pero cuando su dueño murió y heredó la granja su hijo, que era mucho más avaricioso, le dejó como pago un burdo saco de arpillera, ante lo que el brownie dijo:

"Harden, harden, harden hamp!
I will neither grind nor stamp.
Had you given me linen gear,
I had served you many a year.
Thrift may go, bad luck may stay.
I shall travel far away."
«¡Avaro, avaro, avaro jorobado!
Nunca volveré ni a moler ni a triturar.
Si me hubieras dado mi ropa de lino,
muchos años te habría servido.
Se marcha la prosperidad, se queda la desdicha.
A mí me perderéis de vista».

Por lo contrario, cuando se les trataba bien y se respetaban sus caprichos, los brownies se veían totalmente comprometidos con sus amos. Eran tan serviciales que incluso se hacían bastante impopulares entre los criados, a los que castigaban o ponían en evidencia cuando ganduleaban. Tal fue el caso de dos doncellas que robaron a su ama una cuajada. Cuando se sentaron a comérsela, apareció el brownie entre las dos y se la comió casi toda de un bocado.

Era normal que los brownies se encariñaran en especial con algún miembro de la familia, como fue el caso del brownie que trabajaba para Maxwell, señor de Dalswinton. De todos los habitantes de la casa, a la que más quería era a la hija de Maxwell, con la que trabó gran amistad. Cuando la chica se enamoró, fue el brownie el que le aconsejó en temas amorosos y llevó a cabo los detalles de su boda. Cuando se quedó embarazada y le llegó la hora de dar a luz, se le mandó al mozo de cuadras ir a buscar a la partera, pero el río Nith estaba desbordado y tendría que dar un rodeo que lo retrasaría mucho, por lo que el brownie cogió el mejor caballo de la cuadra y cruzó las aguas con él a toda velocidad, llevando a la partera a tiempo para atender a su amiga. Cuando volvió y dejó al caballo en el establo, se encontró con que el mozo de cuadras todavía no había salido de la casa, pues aún estaba calzándose las botas, así que le dio una sonora paliza por su lentitud.

La historia de este brownie no acabó bien, ya que Maxwell fue convencido de que un sirviente tan útil y mañoso como él se merecía ser bautizado. Así que se escondió en el establo con agua bendita y cuando el brownie entró a realizar sus labores, le salpicó y comenzó a oficiar el bautismo, pero no llegó a terminarlo porque, como ocurre con el resto de hadas y duendes, aborrecen los objetos sagrados y se esfumó tras un gritó cuando le rozó la primera gota de agua.

Maggy Moloch asistiendo a su compañero herido - Ilustración de Alan Lee para Hadas
Aunque se considera que todos los brownies son machos, en las Tierras altas de Escocia se dan historias en las que aparecen algunas de sus mujeres. Un ejemplo sería la conocida como Meg Mullach, Maug Moulach o Maggie Moloch (Meg la peluda), una excelente ama de casa que servía por arte de magia la comida a sus amos, la familia Grant de Tullochgorm, y lloraba por los muertos como una banshee. Meg era astuta y avispada, por lo que solía volverse invisible para darle indicaciones a su amo cuando jugaba al ajedrez. Por su parte, Brownie-Clod, el espíritu que la acompañaba y que era considerado como su hijo o su marido, era muy estúpido y simple, así que los criados solían entretenerse gastándole bromas. 

Es posible que esta pareja acabara acechando el molino de Fincastle, al cual no acudía nadie a trabajar por la noche por miedo a encontrarse con estos brownies. Una noche, una chica que estaba preparando su tarta de bodas, vio que se había quedado sin harina y se vio obligada a ir sola al molino cuando estaba anocheciendo porque nadie quería acompañarla. Allí puso a hervir una olla con agua en un gran fuego mientras preparaba todo para moler el grano. Justo a las doce en punto entró por la puerta del molino el brownie macho y le preguntó quién era. Ella contestó «Yo mismo» (Mise mi fein'), y allí se quedó sentada junto al fuego mientras el brownie la miraba con mala cara. Tanto se le acercó el hombrecillo que la muchacha no pudo más, le lanzó asustada el agua hirviendo de la olla y salió corriendo mientras el brownie se adentraba en el bosque aullando de dolor. Mientras huía, la chica oyó a Maggy Moloch preguntarle al otro brownie quién le había hecho eso, a lo que éste sólo pudo decir «Yo mismo» justo antes de morir. Si se lo hubiera hecho un hombre mortal, Maggy se habría vengado, pero ante sus últimas palabras creyó que se lo había hecho él mismo por algún accidente y no pudo hacer nada.

La chica finalmente se casó y se mudó a Strathspey, mientras que el molino de Fincastle quedó abandonado porque Maggy se marchó de él tras el incidente. Pero la chica no escapó de su destino, pues una noche, reunida con unos amigos, le pidieron que contara alguna historia curiosa y narró en voz alta cómo había matado al brownie del molino Fincastle y engañado a Maggy Moloch. Desgraciadamente, Maggy se encontraba cerca y gritó: «¿Tú mataste a mi hombre? ¡Ya no matarás a ninguno más!». Al instante, un taburete de tres patas entró volando por la puerta y la mató de un golpe en la cabeza. Tras esto, Maggy se mudó a una granja cercana donde comenzó a servir bien a los dueños de dicha propiedad y era recompensada con pan y rica crema. Viendo el gran trabajo que hacía la brownie, el granjero decidió despedir al resto de sus trabajadores para no pagar nada y que todo lo hiciera Maggy, pero esto acabó enfadándola tanto que se convirtió en un boggart que no dejó de molestar al granjero hasta que volvió a contratar a todos sus trabajadores.

Katharine Briggs decía en su ¿Quién es quién en el mundo mágico? que los boggart tenían una nariz afilada, a diferencia de los brownies que carecían de ella, y que era muy difícil deshacerse de ellos. Como ocurre con otros muchos trasgos y duendes, aunque la familia intente mudarse, el boggart los acaba siguiendo, como se cuenta en la historia de la familia Gilberston de Yorkshire. El boggart de esta familia molestaba a todos los miembros de la casa, pero le tenía especial inquina a uno de los niños. El pequeño no era consciente del peligro que corría y se divertía jugando con este espíritu, pero la madre sufría al ver cómo las acciones del boggart iban a peor. Al final la familia decidió mudarse, pero cuando se toparon con uno de sus vecinos cuando lo tenían ya todo cargado en las carretas, la voz del boggart surgió de la última de ellas y dijo: «Sí, ya lo ves, vecino. Nos mudamos».

Brownie batiendo leche para fabricar mantequilla - Ilustración de Alan Lee para el libro Hadas

Tatarimokke

El tatarimokke (japonés: 祟り蛙; niño maldito) es un yokai originado a partir del espíritu de un neonato fallecido. Cuenta Shigeru Mizuki en su Enciclopedia Yokai que cuando un infante fallece, su alma sale por su boca y vaga errante hasta que se aloja en el cuerpo de un búho. Por esto se dice que el ulular de los búhos es en realidad el llanto de estos bebés. Debido a esta creencia, las casas donde ha muerto un niño tratan con mucho cariño a estas aves nocturnas, sobretodo en la región de Tohoku, donde se da con más frecuencia este fenómeno.

Estos espíritus podían encantar algunos lugares, tal y como sigue narrando Mizuki. Según él, durante un viaje a la prefectura de Iwate, le contaron que desde antaño se aparecía en la ribera de un río una hitodama revoloteando. Al parecer, hace mucho tiempo vivió allí alguien cuyo bebé murió, ya fuera asesinado o por motivos naturales, y lo enterró sin hacerle un funeral, por lo que cuando se pasaba por ese camino, uno se tropezaba a menudo o sentía cosas extrañas. Tal y como se pensaba, tras realizar unas excavaciones por el lugar, se encontró el esqueleto de un bebé, cuya alma se había convertido en un tatarimokke.

Tatarimokke ilustrado por Shigeru Mizuki

Goblin

Goblin es el término con el que se designa de forma genérica a algunos seres feéricos malvados y maliciosos del folklore europeo. Por lo general presentan aspecto humano, aunque son pequeños, de aspecto grotesco y de gran fuerza, teniendo sus moradas en cuevas subterráneas. Suelen aparecer en cuentos y libros de fantasía como antagonistas, tal es el caso de los goblins u orcos en El hobbit, de J.R.R. Tolkien, o los que aparecen en La princesa y el goblin. Por lo general, el término suele ser traducido erróneamente en castellano por «trasgo», genios del folklore español que, aunque bromistas, no eran malvados.

Cuando se le añade el prefijo «hob» delante, el nombre hobgoblin pasa a referirse a duendes más amistosos y benéficos que se dedicaban a trabajar para los humanos realizando tareas domésticas. El mejor ejemplo de esta categoría de espíritus sería el brownie. A pesar de esto, algunos puritanos, como el predicador cristiano Bunyan, seguían considerando a todo tipo de duende, elfo o hada como un demonio. Katharine Mary Briggs dice en su Diccionario de las hadas que fuath es la palabra que se usa en las Tierras altas de Escocia para referirse a estos espíritus, de igual manera que se usa en Francia el término gobelin.

En Hadas, obra de Alan Lee y Brian Froud, leemos que son pequeños, de tez oscura y malignos, apareciendo a veces bajo el aspecto de animales, reflejando así su naturaleza bestial. Esto se ve reflejado en la obra Goblin Market («El mercado de los duendes»), de Christina Rossetti, donde los goblins tienen aspecto animalesco e intentan que las protagonistas sean malditas al probar la fruta del país de las hadas. Son los ladrones y villanos de las hadas, y se muestran especialmente activos en la víspera de Todos los Santos:

In that thrice hallow'd Eve abroad,
when ghosts, as cottage-maids believe,
their pebbled beds permitted leave,
and goblins haunt from fire or fen,
or mine, or flood, the walks of men!
Durante las vísperas tres veces sagradas
de Todos los Santos, cuando los fantasmas
salen de sus lechos de cantos rodados
y los goblins surgen del cieno o la hoguera,
del agua o la mina, a rondar los varios
senderos del hombre.
Versos de Oda al miedo, de William Collins
Traducción de la versión en español de Hadas, de Alan Lee y Brian Froud
Ilustración del poema Goblin Martket, de Hilda Koe

Follet

Los follets (catalán: duende) son los seres feéricos característicos de Cataluña y la zona levantina de España. Comparten muchas similitudes con el resto de duendes o trasgos de la península, aunque se les considera de menor tamaño, casi minúsculos en algunas regiones, pero normalmente no sobrepasan los treinta centímetros de alto. Jesús Callejo los describe en Duendes como pequeños hombrecillos de tez amarillenta, vestimenta colorida con rombos estampados, semejante a la de los arlequines, y tocados con un gorro rojo con cascabeles, además de tener la palma de la mano izquierda agujereada como los trasgus asturianos. En la Comunidad Valenciana a los follets se les conoce con diversos nombres, como cerdets, aficionados a cabalgar caballos a toda velocidad por la noche; donyets, vestidos con faja, chaleco y un pañuelo en la cabeza adornado con un cascabel; o duendos.

En varias partes de Cataluña se le asocia con distintos tipos de vientos. En el Pallars se denomina follet al viento huracanado. En Ribera de Cardós, folet o fulet es un remolino de viento. En el valle de Aneu, al viento que ondula los campos de trigo le denominan «follet», y en Campelles, afirman que «el follet es un mal esperit que va amb el vent». Por último, en la comarca de Olot, se suele decir que el «follet no falta nunca en los remolinos de viento». Según Olivier de Marliave, se les atribuye una inclinación lúbrica, diciéndose que atacaban a las jóvenes con intenciones lasvicas, por lo que en algunos lugares, como en el Rosellón, se esparcían granos de cebada o mijo como protección cuando soplaba un fuerte viento, pues se creía que el follet podía adoptar la forma del aire para atacar a las jóvenes.

Estos seres se cuelan en las casas bajando por la chimenea, pasando bajo las rendijas de puertas y ventanas o por el ojo de las cerraduras. Una vez dentro, se dedican a molestar y hacer ruidos, aunque podían tener un lado beneficioso. En El gran llibre de les criatures fantàstiques de Catalunya se dice que algunas de las bromas de los follets consistían en amarrarle la cola al ganado, volar la ropa tendida o desordenar la casa, pero estas jugarretas serían más bien un escarmiento por considerar a la familia de dicho hogar vaga y poco trabajadora. En S'Agaró se cuenta que trenzan las crines y colas de los caballos con tal maña que los campesinos, ante la imposibilidad de deshacerlas, se veían obligados a esquilarlos, mientras que en el alto Ampurdán existe el dicho de que nada corre más que un caballo con un follet escondido entre sus crines.

Un follet y un donyet ilustrados por Ricardo Sánchez en Duendes, de Jesús Callejo y Carlos Canales
Por la noche, cuando todo el mundo duerme, los follets se dedican a inspeccionar la casa y, si ven que todo está en orden, terminan cualquier pequeña tarea que se hubiera quedado a medias. Luego se escondían entre las cenizas de la chimenea, donde tenían establecidos sus cobijos. Por eso, en algunas regiones, para no molestar al follet, sólo limpiaban las cenizas de la chimenea el día de Pascua o en el de Todos los Santos, que también eran festivos para estas criaturas y salían a celebrarlo por toda la casa. Para tenerlos contentos también se les dejaban unas piedras a modo de asiento cerca de la chimenea para se sentaran y comentaran entre ellos al calor de las brasas en qué hogares los tratan bien y en cuales no. En el caso de que vieran que alguna minyona (empleada doméstica) se iba a la cama sin haber terminado sus tareas, como recoger los cacharros, fregar los platos, barrer, etc., acudían por la noche a sus estancias y le estiraban de los pies, le daban pellizcos, le hacían cosquillas o incluso llegaban a darle una paliza. De ahí que sea célebre la siguiente coplilla:

A toc d´oració
les minyones a recó
perqué corren el follet
i el girafaldilles,
que dona surres a les fadrines
.
Al toque de la oración
las criadas al rincón
porque corren el follet
y el girafaldas,
que dan azotes a las solteras

Joan Amades recogió en el tomo IV de su Costumari Catalá que los follets de la Garrotxa y el Ripollès, una vez terminada su ronda nocturna, se entretienen haciendo rodar una piedrecita muy preciada que les sirve de juguete y que procuran no perder nunca. Poseer la piedra de un follet trae ventura y riqueza sin límites y sólo es posible hacerse con una en la noche de San Juan. Durante esta festividad, los poderes de los seres mágicos menguan y se podría asustar a este duende haciendo grandes ruidos para que escapese sin reparar en su piedrecita. Pero esto conlleva un peligro, ya que si el follet se da cuenta de las intenciones del ladrón, se marchará con su piedra y maldecirá la casa sobre la cual caerá la desgracia más terrible.

Siguiendo lo atestiguado por Amades, en Lluçanés se tiene al follet por un ente invisible y diminuto, pequeño como un grano de mijo, que vela por la prosperidad de la casa. Por la noche se dedica a recoger migajas y cualquier pequeña cosa de utilidad para guardarlas cuidadosamente. Si algún día su familia pasa por problemas, les hará llegar de forma impensada todo lo que fue recogiendo para que les sirva de ayuda, pero si fueron vagos y poco trabajadores se desentenderá y los abandona a su suerte.

Jesús Callejo dice que si se quería atraer a un follet para ganarse su amistad había que dejar en la ventana un plato de miel, pasteles, frutas o golosinas, mientras que Joan Amades recogió una creencia de Lluçanès en la que los follets vivían dentro de los juncos y, los viejos arrieros que deseaban tener uno para que cuidara de su ganado, iban la noche de San Juan a recoger estas plantas para ver si por suerte topaban con una que fuera el hogar de un duende. Por el contrario, para deshacerse de ellos bastaba con dejar un plato con granos de mijo; cuando el follet vuelque el plato y vea el desorden que ha organizado, intentará recogerlo todo, pero al tener la mano agujereada, los granos se le caerán una y otra vez y se marchará aburrido, tal y como ocurre con el trasgu. Al igual que ocurre con el resto de seres feéricos, los follets aborrecen el hierro, por lo que cualquier arma o utensilio forjado de este metal los podía ahuyentar.

Como se ve, la noche de San Juan es una fecha señalada para interactuar de algún modo con estos duendes. En Surroca de las Minas y en Bruguera creen que durante esta noche los follets se reúnen en junta bajo las setas, especialmente en aquellas con la copa en forma de capucha o cucurucho, por lo que habría que abstenerse de coger alguna para no interrumpirlos y enfurecerlos.

En Baleares también existen unos geniecillos llamados follets, pero a diferencia de los peninsulares, éstos actúan más como familiares. Quien tenía la suerte de poseer un follet lo guardaba dentro de un zurrón o macuto de piel de gato o de foca, pero dado la vuelta, es decir, con el pelo en el interior. Gracias a él, su dueño podía acceder a mágicos poderes, como cambiar de forma, aparecer y desaparecer a voluntad o volar como el viento. Cuando el follet descansaba, prefería dormir en una talega de piel de chivo antes que en cualquier otro lugar.

Nada corre más que un caballo con un follet escondido entre sus crines.
Cerdet dibujado por Ricardo Sánchez en Duendes, obra de Jesús Callejo y Carlos Canales

Duende

Los duendes (castellano antiguo: «duen de casa»; dueño de la casa) son seres feéricos masculinos de carácter hogareño que se establecen en las casas de los humanos y causan trastadas a sus habitantes. En la gran mayoría de España, sobre todo en el norte, se les conoce como trasgos, follet en Cataluña y Martinico o Martinillo en Castilla y León, La Mancha, Aragón o Andalucía. Son de baja estatura, acostumbran a vestir de rojo y, aunque su aspecto es humano, suelen presentar alguna deformidad, como una cojera, extrema fealdad, cuernecillos, cola o una mano agujereada, aunque esto varía de región en región. Son de naturaleza etérea y tienen la capacidad de ser invisibles y de cambiar de aspecto, presentándose a veces como ciertos animales.

Lista de duendes y leyendas

El tesoro de la lengua castellana dice de ellos que también habitan lugares subterráneos donde guardan tesoros. Éstos, al ser cogidos por los hombres, se convertían en carbón, de ahí que la expresión «tesoro de los duendes» venga a referirse a un dinero o fortuna que se ha gastado rápidamente sin saber cómo. Otro dicho popular que se encuentra en obras como La dama duende, de Calderón de la Barca, afirma que estos espíritus tienen una mano de hierro y otra de lana, tal vez como metáfora para decir que a algunas personas les arrean golpes más recios que a otras.

Los trasgos castellanos, o Martinicos, suelen llevar hábitos de monje capuchino. En Aragón se cree que son los encargados de adormecer a los niños pequeños; por eso, cuando un chiquillo se está quedando dormido, se dice que «ya viene Martinico». Esta vestimenta clerical es bastante común entre los duendes españoles. En Extremadura se pueden encontrar unos duendes conocidos como frailecillos por las vestimentas que llevaban. Estos frailecillos destacaban por ser horriblemente feos, de grandes y anchas orejas, brazos huesudos y largos, una pronunciada chepa y grandes pies que arrastran al andar. Publio Hurtado dijo de ellos en su Supersticiones extremeñas que se cuelan por las cerraduras de las puertas, les pellizcan los ojos a los que están durmiendo e incluso les cortan con navajas de barbero o les cosen el culo. Al igual que ocurre con otros espíritus domésticos, como los brownies ingleses, los duendes castizos suelen ayudar con las tareas del hogar, pero si se les regalan ropas nuevas por sus servicios, se ofenden o se consideran demasiado buenos como para seguir trabajando. Un ejemplo de esto se puede ver en la historia El duendecillo fraile, un cuento recogido por Cecilia Böhl de Faber.

El folklorista Jesús Callejo menciona en su obra Duendes que en Andalucía y ambas Castillas se llama al Diablo de manera coloquial como Martín, por lo que llamar Martinico a estos duendes sería una manera de catalogarlos como pequeños diablillos, tal y como indica el jurisconsulto Torreblanca en el tomo IV de su Iuris spiritualis: «Duendes daemones sunt qui cum hominibus fingunt inhabitare... Hoc genus daemoniorum est inferioris ordinis» (Los duendes son demonios que habitan con los hombres... esta clase de demonios es de un orden inferior).

Visto lo anterior, era un pensamiento popular que los duendes eran ángeles caídos que no fueron lo suficientemente malvados como para ir al Infierno ni tan buenos como para permanecer en el Cielo, por lo que buscaron cobijo en la tierra. Otras creencias los tenían por los espíritus de niños sin bautizar o de los paganos anteriores a Cristo, similares a los dioses manes o a los lémures y larvas de los romanos, tal y como mencionó Torquemada en El jardín de las flores. Antonio de Fuentelapeña trató sobre la naturaleza de los duendes en su obra El ente dilucidado, donde dijo que éstos no pueden ser ángeles porque tales seres celestiales no se rebajarían a realizar las bobas e inútiles acciones de los duendes; no serían demonios porque éstos se encargan de tentar a los hombres y carecen de gozo y alegría, por lo que tampoco participarían en los juegos que se les atribuye a los duendes ni realizarían labores del hogar beneficiosas como ocurre en algunos casos. Finalmente, no serían las almas de los difuntos porque estarían en la Gloria del Cielo, purificándose en el Purgatorio o encarceladas en el Infierno. Así pues, Fuentelapeña llegó a la conclusión de que serían animales aéreos e invisibles que se originan por generación espontanea a partir del aire pútrido de sótanos, desvanes o viejos casones abandonados donde no hay ventilación.

Duende Martinico en el grabado No grites, tonta, de Francisco de Goya e
ilustrado por Ricardo Sánchez en Duendes, obra de Jesús Callejo y Carlos Canales
Cuando un duende se instalaba en una casa comenzaban los problemas, ya que se dedicaban a hacer toda clase de molestias: lanzaban gritos, se reían a carcajadas, soltaban lamentos y quejidos, daban golpes, perdían objetos, movían los muebles, jugaban a los bolos o trasteaban con la cubertería de la cocina. También molestaban a los dueños de la casa cuando estaban durmiendo o tiraban piedras, aunque nunca con la intención de dañar gravemente a nadie. A pesar de su carácter molesto, Fuentelapeña afirmaba que a los duendes les agradaban los niños y gustaban especialmente de los caballos, a los que cuidaban y adornaban con cariño.

Julio Caro Baroja cuenta en Del folklore castellano que la creencia en los duendes estaba tan extendida en España durante el siglo XVI que una persona podía abandonar una vivienda recién adquirida si descubría al llegar que en ella habitaban duendes. También eran famosas las historias de duendes que se encariñaban con una familia y, cuando decidían abandonar la casa para librarse del molesto espíritu, éste salía corriendo detrás de ellos o aparecía en la carreta llevando algún utensilio olvidado en la casa.

Una de las historias más famosas sobre estos espíritus es la referida al duende de Mondéjar, contada por María Medel, de Castilla la Mancha, en el 1759, a su ama doña María Teresa Murillo. Medel le contó a su ama que, cuando era niña en su pueblo natal, Mondéjar, ella y otras niñas iban a jugar a la mansión del marqués de los Palacios, donde se oían extraños ruidos como lamentos o arrastrar de cadenas. Un buen día se les presentó un personaje al que llamaron duende Martinico, que aparentaba diez años de edad, muy feo y vestido de capuchino. María y él se hicieron buenos amigos, éste les mostraba las habitaciones cerradas de la mansión y en una ocasión incluso se transformó en una gran serpiente para alardear de sus habilidades. El ama, al oír esto, dio parte de la historia a la Santa Inquisición, aunque, por suerte, no le dieron mucha importancia y dejaron en paz a María Medel.

Cuenta Torquemada en El jardín de las flores curiosas que él mismo, cuando estudiaba en Salamanca con diez años, vio las fechorías causadas por los duendes que infestaban una casa. La dueña de dicha morada era una mujer muy importante en la localidad, viuda y vieja que contaba con cinco mujeres a su servicio. Por el pueblo se fue conociendo el rumor de que un trasgo vivía en su casona y, entre sus muchas burlas, se encontraba la de hacer llover piedras del techo, aunque nunca llegaban a lastimar a nadie. Alcanzó este suceso tanta fama que el Corregidor de por aquel entonces quiso desentrañar la verdad del asunto y, acompañado de más de veinte personas, acudió a la casa de la mujer y mandó a un alguacil y a otros cuatro hombres que registrasen todo el lugar.

Como no hallaron nada, el Corregidor le dijo a la mujer que estaba siendo engañada; que, seguramente, uno de los enamorados de sus criadas se colaba en la casa y era él el que lanzaría las piedras. La mujer se mostró bastante confusa ante las burlas del Corregidor y de los otros hombres, porque ella afirmaba que la caída de piedras en su hogar era de naturaleza sobrenatural y que no entendía porque ahora no ocurría. Cuando todos bajaron de la segunda planta, estando al cabo de la escalera, cayeron tantas piedras rodando que parecía que hubiesen tirado tres o cuatro cestos llenos. Ante esto, el Corregidor mandó a los mismos de antes a registrar la casa con gran rapidez para encontrar al artífice de esto, pero volvieron sin encontrar a nadie.

Esta vez en el portal, volvió a caer una lluvia de piedras; y el alguacil, cogiendo una que destacaba entre el resto, la lanzó por encima del tejado de una casa cercana y dijo: «Si tú eres demonio o trasgo, vuélveme aquí esta mesma piedra». Y en ese instante volvió a caer la misma piedra del techo y le dio un golpe en la vuelta de la gorra. Al reconocer la piedra, el Corregidor y el resto salieron espantados de la casa. Pocos días después acudió un clérigo al que llamaban «el de Torresmenudas», que exorcizó la casa con ciertos conjuros y las burlas y las piedras del duende cesaron desde entonces.

Duendecitos - Grabado de la serie Los caprichos de Francisco de Goya